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Comentabas en el caso de marzo del 2020 que el envenenar aguas o alimentos tenía tan solo una pena de dos a seis años, menor que la de poseer, por ejemplo, 20 g de cocaína. ¿Cómo es esto posible?, ¿cómo puede ser aceptado por la sociedad algo tan aberrante?
Anónimo

Coincido contigo en que es aberrante que se pueda mantener una desproporcionalidad tan enorme entre los castigos por una y otra conducta. En general, si te encuentran con 10 g de cocaína ya se presupone que no es para tu propio consumo, sino para su venta a terceras personas. La pena por esta posesión es de tres a seis años (hasta el año 2010, la pena podía llegar hasta los nueve años de prisión). En cambio, una conducta tan peligrosa y tan claramente intencionada para causar daños, como es la acción perseguida por este artículo 365 del Código penal, tiene una pena de dos a seis años de prisión, es decir, que puede ser incluso menor que tener 10 g de cocaína. Fijaros que, además, situar el límite inferior de la pena en dos años es ciertamente relevante y significativo, ya que permite al acusado por este delito eludir la prisión si no tiene antecedentes penales, al ser precisamente de dos años el límite máximo de la pena que se puede suspender por la vía ordinaria. Por lo tanto, una persona que envenena o adultera con sustancias infecciosas o que sean gravemente nocivas para la salud aguas potables o sustancias alimenticias, fácilmente eludirá la prisión acogiéndose a una conformidad con una pena de dos años. En cambio, quien posee 10 o 15 g de cocaína, incluso menos, o hace un mero acto de entrega, aunque sea para una dosis rácana, ya es condenado a tres años de cárcel, sin posibilidad de eludir la entrada en prisión, a no ser que acredite drogodependencia. La desproporción es abrumadora. Se castiga más gravemente facilitar droga a un consumidor que infectar gravemente el agua de uso humano. Es absolutamente irracional. En mi opinión, detrás de esta injusticia está sin duda el rechazo obsesivo del imaginario social frente a algo que se ha denominado droga, una obsesión profunda que es difícil de entender y menos de explicar. Para mí, lo que subyace es la obsesión de algunos caracteres humanos de controlar al otro. Lo que incomoda de las drogas es que alguien pueda quedar fuera de control, sea porque está siempre ebrio o porque es libre. En el imaginario, la droga es como un demonio, que coloniza el cuerpo y lo hace suyo. Esta obsesión no es más que una versión moderna de la obsesión atávica de la religión católica.

Gabriel Miró

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