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La historia que vamos a relatar sucedió realmente hace unos meses en una pequeña localidad cercana a Barcelona. Nuestro protagonista –al que llamaremos Raúl para salvaguardar su verdadera identidad– recibió una noche una llamada de su mejor amigo para preguntarle si tenía un porro para fumar, pues se había quedado sin existencias. Rafa –así llamaremos, también de forma ficticia, al amigo– se quedó dormido esa noche y al final no se encontraron. A la mañana siguiente, Raúl acudió a un bar con otro amigo suyo.

La historia que vamos a relatar sucedió realmente hace unos meses en una pequeña localidad cercana a Barcelona. Nuestro protagonista –al que llamaremos Raúl para salvaguardar su verdadera identidad– recibió una noche una llamada de su mejor amigo para preguntarle si tenía un porro para fumar, pues se había quedado sin existencias. Rafa –así llamaremos, también de forma ficticia, al amigo– se quedó dormido esa noche y al final no se encontraron. A la mañana siguiente, Raúl acudió a un bar con otro amigo suyo.

Se sentaron en la terraza y al poco llegó Rafa con cuatro amigos más y ocuparon la mesa de al lado. En un momento dado Rafa se levantó, acudió al interior del bar y, cuando regresó, lanzó sobre la mesa en la que se encontraba Raúl un billete de cinco euros, que este se guardó inmediatamente. Al cabo de un rato fue Raúl el que se levantó para darle a su amigo Rafa una pequeña bolsa. El dueño del bar vio perfectamente las dos entregas y empezó a sospechar de que podía tratarse de un pase de droga. Aprovechando que en la misma terraza se encontraba un policía local fuera de servicio al que el propietario del establecimiento conocía, este dio aviso a dicho agente del posible pase de droga y le comentó que las cámaras de seguridad que tenía instaladas en el bar posiblemente habían registrado la operación de compraventa de droga. Ambos se dirigieron al interior del establecimiento y pudieron visionar las imágenes que se acababan de grabar. Para el agente no había dudas de que se había cometido un delito de tráfico de drogas y tenía ante sí la prueba principal, pues lo sucedido había quedado grabado en vídeo. No tardaron en personarse en el lugar varias dotaciones de la Policía Local, cuatro agentes en total más el que se hallaba ya en el bar fuera de servicio. Registraron a las personas que estaban implicadas en los hechos: Raúl, el amigo que había acudido con él al bar y Rafa. A este último no le hallaron la pequeña bolsa que supuestamente le había entregado Rafa. Lo cierto es que, tras la llegada de los agentes, aprovechando que se dirigieron primeramente a Raúl, le dio tiempo de escondérsela bajo la ropa interior. Pero sí encontraron una pequeña caja con un papel de fumar impregnado con aceite de hachís (BHO) en el bolsillo de su pantalón. A Raúl le intervinieron dos bolsas y un bote de plástico con 1,34, 1,23 y 2,59 g de hachís, un porro en el paquete de cigarros y quince euros, entre los que se encontraban los cinco que le había entregado Rafa hacía un momento. Raúl no fue detenido por la Policía Local, pero se le comunicó que recibiría una citación para declarar ante los Mossos d’Esquadra, cuerpo policial que a partir de entonces se haría cargo de las diligencias. Tanto Raúl como Rafa declararon que eran amigos de toda la vida y que no era cierto que Raúl le hubiera vendido a Rafa cantidad alguna de hachís. Rafa había entregado a Raúl cinco euros porque se los debía de un día en que ambos habían salido juntos y Rafa se había quedado sin dinero. Sí era cierto que Raúl le había entregado a Rafa una pequeña bolsa con hachís, pero no se trataba de una venta a cambio de cinco euros, sino que le había dado un pequeño trozo de hachís, que ni mucho menos tenía ese valor, para que se hiciera un porro para fumarlo entre todos allí mismo, dado que la noche antes al final no se habían visto. Cuando Raúl declaró ante la jueza, esta adoptó una actitud paternalista –tanto Raúl como Rafa son muy jóvenes, acaban de cumplir diecinueve años– y se mostró bastante condescendiente con él. Llegó a decirle que el problema no era el expediente que ella tenía sobre su mesa, sino la cabeza de Raúl. Era muy joven y si seguía consumiendo las cantidades de cannabis que dijo consumir, podría acabar teniendo problemas. Y se lo decía por experiencia, pues anteriormente había estado en la jurisdicción civil y había tenido que autorizar no pocos internamientos en centros psiquiátricos de personas con problemas de adicción a las drogas. Al final, el expediente se cerró sin consecuencias penales ni administrativas; eso sí, nuestros protagonistas tuvieron que soportar el sermón de la jueza y aprender que hay que ser un poco más discretos. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #254

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