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Jiro Taniguchi, el poeta del manga

Para gran consternación de los amantes del cómic, el pasado 11 de febrero fallecía en Tokio el mangaka Jiro Taniguchi, que solo contaba con sesenta y nueve años y estaba en la cúspide de su carrera. Pasará a la historia por ser pionero en el acercamiento del manga al canon de la narrativa dibujada occidental, uniendo un acusado sentido poético con el espíritu de los grandes autores del tebeo de aventuras, y siempre haciendo gala de una técnica exquisita.

Para gran consternación de los amantes del cómic, el pasado 11 de febrero fallecía en Tokio el mangaka Jiro Taniguchi, que solo contaba con sesenta y nueve años y estaba en la cúspide de su carrera. Pasará a la historia por ser pionero en el acercamiento del manga al canon de la narrativa dibujada occidental, uniendo un acusado sentido poético con el espíritu de los grandes autores del tebeo de aventuras, y siempre haciendo gala de una técnica exquisita.

La intensa relación de amor en Occidente con la obra de Taniguchi empezó, como no podía ser de otra manera, con su introducción en el mercado francés, precursor en la divulgación del manga para adultos en el mercado europeo. Su eclosión se produjo en 1995 con L’homme qui marche, que se tradujo en castellano como El caminante, primero en el 2004 y luego en una versión ampliada y definitiva por Ponent Mon, la editorial que atesora la mayoría de su catálogo. En este contemplativo manga, en el que se narran los paseos del protagonista por su barrio, ya muestra una de sus características principales: convertir lo cotidiano en algo extraordinario, mostrando la belleza de los actos más corrientes, como pasear al perro, observar los pájaros, trepar a un árbol, empaparse con la lluvia, mirar las estrellas, perderse por callejones, admirar los cerezos en flor o un baño caliente, descubriendo así una nueva realidad llena de poesía, en un sentido narrativo que prioriza el aspecto visual, cuidando hasta el mínimo detalle sus dibujos.

El surgimiento de un mito

Tomoji Uchida

La prolífica carrera de Jiro Taniguchi (Tottori, 1947) empezó en 1966 como asistente en el estudio del dibujante de manga Kyota Ishikawa. Su primera serie propia, Animales sin nombre, inédita aquí, se publicó en 1975, y en ella ya manifiesta su sesgo humanista y su amor por los animales. En los años setenta trabaja con varios guionistas, lo que le permite entrar en contacto con Natsuo Sekikawa. Sus afinidades intelectuales les llevarán a colaborar en el ambicioso La época de Botchan, un manga basado en un clásico de la literatura japonesa del escritor Natsume Soseki que se convierte en un completo fresco del Japón de la era Meiji (finales del siglo xix), una época en la que el país del Sol Naciente experimentó grandes cambios. Tan monumental trabajo se desarrolló a lo largo de una década, y fue publicado en siete tomos.

El primer manga de Taniguchi que se publicó en España fue Hotel Harbour View, también con guion de Sekikawa, aún con un estilo en formación en el que ya se aprecia su gusto por el cómic europeo. La trama se aleja de su idiosincrasia presentando dos historias, cuyo nexo es una asesina, en las que abundan las escenas explícitas de plasticidad cinematográfica. En el prólogo del escritor Andreu Martín se alaba su estilo innovador duro e inteligente. Se acaba de publicar una nueva edición expandida que incluye otras historias y espectaculares páginas a todo color.

Taniguchi tuvo una intensa etapa noir, inédita aquí, que se puede disfrutar en los seis volúmenes en francés de Trouble is my business, en los que se narran las peripecias del detective privado Jotaro Fukamachi, o en Benkei in New York, una novela gráfica pulp, disponible en su traducción inglesa, protagonizada por un expatriado japonés en la Gran Manzana.

Obras clásicas

El reconocimiento a la obra de Taniguchi empezó con Tierra de sueños y, sobre todo, con su primer relato “Tener un perro”, que condensa sus temas recurrentes: el inexorable paso del tiempo, el amor a la naturaleza y los animales o el deleite de lo cotidiano. Estas cualidades se consolidaron en El almanaque de mi padre, publicado primero en una edición rústica de tres tomos y luego en un solo volumen, convertido en todo un clásico en el que se explora la (mala) relación entre padre e hijo en un relato que impacta por el detallismo con el que reconstruye una reconciliación emocional, que pasa del desprecio y del rencor –hacia el que el protagonista consideraba un progenitor mediocre y cobarde– a valorar otros aspectos, en unas reflexiones que lo llevan a revivir su infancia y a reconsiderar posiciones sobre su familia.

Tomoji Jiro Taniguchi

Inspirándose en su propia vida, sabe transmitir sentimientos que son universales y que le sirvieron para seguir indagando en su pasado en Barrio lejano, que se ha convertido en su gran clásico. Editado primero también de manera fraccionada en dos tomos y luego en uno, es otro manga costumbrista con una cierta dosis de ciencia ficción, ya que el protagonista realiza un viaje en el tiempo. La premisa es sencilla: ¿quién no ha soñado en volver a la infancia? Es lo que le sucede a un hombre de negocios que se proyecta en el pasado, también en un viaje que va de la ciudad al campo, y que le permite revivir los primeros años de su vida pero con la mentalidad y la experiencia de un adulto, lo cual le sirve para comprender a sus padres y convertirse en un testigo de excepción de su propia vida. Convertido en arqueólogo de la memoria, Taniguchi logra una gran precisión tanto en el aspecto visual como en el narrativo, que le valió el premio al mejor guion en el Festival de Angulema del 2003.

El éxito de El almanaque de mi padre y Barrio lejano abrió las puertas de nuestro mercado a Taniguchi, que a partir de entonces vio cómo se publicaron la mayoría de sus mangas, aunque con suerte distinta. Desde el relato de samuráis Crónicas del viento hasta K, cuyas historias le sirven para reflejar su pasión por el alpinismo, un tema al que volverá en la monumental La cumbre de los dioses, más de mil quinientas páginas en lo que deviene una historia épica en la que se mezclan investigación detectivesca, instinto de supervivencia y afán de superación. Un alpinista duro y solitario es también el protagonista de El rastreador, thriller con calado social y humano que se convierte en un excelente manga de aventuras y suspense. Otra narración con héroe solitario y peculiar detective privado es El sabueso, una especie de Philip Marlowe especializado en la búsqueda de perros de raza robados o extraviados.

El Caminante
Los personajes reflexivos son un signo distintivo de la obra del mangaka japonés.

Taniguchi combina mangas como Cielos radiantes, una reflexión sobre la vida y sus prioridades y sobre la muerte, con el autobiográfico Un zoo en invierno, un relato de aprendizaje. Un pasado al que volverá en La montaña mágica, manga en color a la manera de la bande dessinée francesa, en el que revive su infancia entre la nostalgia y los elementos sobrenaturales. Su conexión francesa volverá a hacerse evidente en Mi año, el primer y único tomo de lo que se preveía como una serie de cuatro escrita por Jean-David Morvan y protagonizada por una niña con síndrome de Down.

Aventura e introspección

La naturaleza indómita es otro de los temas por los que Taniguchi mostró una gran atracción. En este sentido, otra de sus obras maestras es Seton, con guiones de Yoshiharu Imaizumi inspirados en las obras del escritor y naturalista canadiense Ernest Thompson Seton (1860-1946), con el que comparte una admiración sin límites por la fauna salvaje, cuya nobleza contrasta con la mezquindad del ser humano. Solo se han llegado a publicar los tres primeros volúmenes: “Lobo”, el rey; El joven y el lince, y Sandhill Stag, cuyo título hace referencia a un magnífico ciervo macho. El escaso éxito de la serie hizo que quedase inédito el cuarto volumen, Monarch, l’ours du Mont Tallac, disponible en la edición francesa. También ha quedado amputada la versión en castellano de Blanco, un violento manga en cuatro tomos con otro tema recurrente en su obra: el egoísmo del hombre frente a la naturaleza y los animales. Protagonizado por un temible perro depredador, la historia parte de una leyenda esquimal para adentrarse en la ciencia ficción. Solo están disponibles dos volúmenes de los cuatro que componen el total y, una vez más, los completistas han de recurrir al mercado francés. El helado norte también inspira algunos relatos de El viajero de la tundra, en el que la omnipresente naturaleza aparece en historias de Jack London y otras ambientadas en Japón.

Crónicas de la Era Glacial
Crónicas de la Era Glacial, un detallista relato de ciencia ficción de su primera época, en él se puede comprobar la influencia de Jean ‘Moebius’ Giraud.

Otros mangas protagonizados por la aventura y la acción son el original western Sky Hawk, en el que dos samuráis exiliados se unen a los sioux para luchar contra las tropas de Custer, o Enemigo, una obra de juventud inspirada por películas como Rambo o Indiana Jones, y también la novela negra o los fumetti italianos. Otra obra de los años ochenta es Crónicas de la Era Glacial, un detallista folletín de ciencia ficción claramente influenciado por Jean “Moebius” Giraud.

Los sentimientos a flor de piel y los torbellinos emocionales inundan los relatos de El olmo del Cáucaso, un manga calmado y contenido que conecta con la relación que narra la protagonista femenina de “Los años dulces”, una historia de amor entre una joven mujer y su antiguo profesor. En los dos tomos tiene una importancia decisiva la gastronomía, un tema importante en la cultura japonesa al que dedicará dos obras: El gourmet solitario y su continuación, Paseos de un gourmet solitario, que narran el detallado periplo culinario de un anónimo comensal, detallando las recetas de los platos que come y los recuerdos que suscitan, en lo que alguien ha definido como un manga proustiano.

Crónicas de la Era Glacial

Para profundizar en la obra de Taniguchi es necesario recurrir al mercado francés, ya que de manera sorprendente incluso permanece inédita Icare, su única colaboración con Jean Giraud, autor de la trama de un manga concebido inicialmente para el mercado japonés y que, dado su fracaso comercial, quedó en suspenso sin que hayamos conocido su final. Inspirada por la obra de Katsuhiro Otomo –el afamado autor de Akira–, la belleza de los dibujos de Taniguchi, muchos de ellos de una página, transpiran una melancolía romántica en un argumento que se desarrolla en una sociedad futurista en la que el ejército ha modificado el genoma humano para crear mutantes, como el protagonista, que tiene la facultad de levitar. Bautizado como Ícaro, se convierte en un animal de laboratorio hasta que se enamora de una científica.

Otros mangas inéditos son Garoden, adaptación de una novela de Baku Yumemakura en torno al universo del kárate, en la que se plantea un relato introspectivo con temas como el código de honor o la búsqueda de lo absoluto. Tampoco ha tenido suerte la Encyclopédie des animaux de la préhistoire, un delicioso bestiario en el que no refleja los grandes saurios, sino los antepasados de animales actuales como jirafas, caballos o perros.

Un autor consagrado

Venecia por Jiro Taniguchi

De manera lógica se compara los mangas de Taniguchi con el cine de Yasujiro Ozu, por la carga simbólica de sus respectivas obras. Una visión contemplativa muy bien representada por obras como Furari o Tomoji. La primera, inspirada por el geómetra Ino Tadataka, que realizó en el siglo xix el primer mapa del Japón moderno, y la segunda basada en la juventud de una santa budista. En ambas, lo terrenal y lo espiritual se entrecruzan en el reflejo de un pasado ya extinguido y unos valores que perduran.

La serenidad que destila su obra se transmite incluso a trabajos hechos recientemente por encargo. Es el caso de Los guardianes del Louvre, en el que, partiendo de lo personal, embarca al lector en un recorrido por obras icónicas del museo mezclado con ensoñaciones, en una travesía temporal y artística cuya misión es desvelar el alma de tan emblemático espacio cultural. Lo mismo se puede decir del elegante y lujoso Venecia, cuaderno de viaje en formato italiano realizado para Louis Vuitton, que va mucho más allá del simple carnet de croquis, remarcando su incontestable maestría como acuarelista.

Los guardianes del Louvre
Entre sus últimas obras por encargo figura Los guardianes del Louvre, un onírico acercamiento al mítico museo francés.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #239

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