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Cultura / Cine & TV

Hollywood: un siglo de abusos, escándalos y linchamientos

Un fotograma de "The Kid", por Chaplin

La onda expansiva de la bomba Harvey Weinstein sigue sacudiendo el planeta Hollywood. Si los Globos de Oro estuvieron marcados por la alineación pública del star system con los movimientos contra el acoso sexual Me Too y Time’s Up, también lo estarán los Óscar.

Los Óscar ya han sido alcanzados por los movimientos contra el acoso sexual desde el momento en que Casey Affleck renunció a entregar el premio a la mejor actriz, como le correspondería como mejor actor de la edición pasada. Affleck fue acusado en el 2010 de acoso sexual por Magdalena Gorka y Amanda White, directora de fotografía y coproductora, respectivamente, de su película I’m still here, y, para evitar ir a juicio, llegó a acuerdos económicos con ambas que incluían cláusulas de confidencialidad.

Es indiscutible que el caso Weinstein ha desencadenado una ola de concienciación sin precedentes sobre un asunto que siempre ha impregnado la meca del cine, como pasa con otros muchos ámbitos. Pero cada vez la onda expansiva hace aflorar también más preguntas. Dos son capitales. La primera: ¿supondrá todo esto un cambio de paradigma también en la forma de operar de la industria y en el actual (des)equilibrio de los vectores sexo y poder en su seno, o nos quedaremos solo con la espuma del exhibicionismo de la indignación y la gesticulación en las grandes galas? La segunda, también perturbadora, pero por otros motivos: ¿vamos, como advierten algunas voces, a sistematizar cazas de brujas para las cuales baste con ser señalado, o acusado, para ser considerado culpable en juicios populares, superficiales y sumarísimos y, en consecuencia, ser linchado en las redes y convertido en un paria social y profesional, como ya ha empezado a suceder en algún caso? No existen respuestas sobre lo que nos deparará el futuro, pero como a menudo echar la vista atrás aporta claves para entender el presente, conviene hacer memoria.

El primer escándalo

Hollywood siempre se ha encargado de ejercer de espejo y amplificador de los usos y costumbres públicos de la sociedad de su época, pero a la vez ha ocultado sus vicios bajo la alfombra, los de la sociedad y, también, y puede que sobre todo, los suyos. La meca del cine es desde sus orígenes una industria archimillonaria sobresaturada de ego, ambición, poder, fama y dinero. Y pocas drogas hay más adictivas que esas, y que aboquen a más excesos. Y pocas cosas hay que el adicto a ellas no esté dispuesto a hacer para conseguirlas, o preservarlas.

Del primer gran escándalo sexual en Hollywood hace ya casi un siglo. Para que estallara, eso sí, fue necesario que hubiera una mujer muerta. La chica era una aspirante a actriz que se llamaba Virginia Rappe. El acusado de violarla y matarla era la superestrella cómica Roscoe “Fatty” Arbuckle.

A Fatty, un tipo entrañable, le quería todo el mundo. Rivalizaba en popularidad con Charles Chaplin, y fue quien le dio la alternativa a Buster Keaton. También le gustaban las fiestas a lo grande, como su físico. El 5 de septiembre de 1921 cogió tres habitaciones en un hotel de San Francisco y organizó una juerga por todo lo alto, es decir, con alcohol, drogas y mujeres, para celebrar un récord: era la primera estrella en conseguir un contrato por un millón de dólares. No sabía aún que sería el último que firmaría en mucho tiempo.

Arbuckle se fue a su suite con Rappe, una de las invitadas. Al rato, los invitados irrumpieron alertados por los gritos de dolor de ella. Estaba aún vestida, y con las piernas ensangrentadas. Falleció en el hospital cuatro días después. A la chica se le había reventado la vejiga y había muerto de una peritonitis. Al cómico, que alegó que fue al baño a cambiarse y cuando salió ya la encontró aullando de dolor e intentó reanimarla, le acusaron de haberla destrozado por dentro violándola con una botella, que nunca apareció. Los médicos concluyeron que sus lesiones eran compatibles con las de un aborto reciente, el último de los seis que se le habían practicado, y a Arbuckle lo absolvieron con una sentencia no unánime, por lo que el juicio se repitió. Esta vez, el cómico no testificó y fue condenado, de nuevo sin unanimidad. En el tercer juicio se demostró que la Fiscalía había presionado a testigos, y el jurado no solo lo exoneró sino que hizo un alegato a su favor considerando que se había cometido una grave injusticia contra él y remarcando que no había ninguna prueba que lo relacionara de ninguna manera con la comisión de ningún delito.

Pero ni las finanzas ni la imagen del cómico soportaron los tres juicios ni, sobre todo, el proceso paralelo de la opinión pública, que le condenó porque así lo hizo, a base de difundir todo tipo de bulos, la prensa sensacionalista, que con él descubrió un filón, el de los escándalos del star system, que ya nunca abandonaría. La Paramount rompió su supercontrato y se convirtió en un apestado cuyas películas dejaron de proyectarse por miedo a altercados. El linchado se refugió en el alcohol y la morfina y falleció de un infarto en 1933, a los cuarenta y seis años, tras otra fiesta, esta para celebrar su primer aniversario de boda y que acababa de firmar un contrato para rodar un largometraje, el primer film en el que iba a aparecer con su nombre tras más de una década de ostracismo.

Robin de los bosques
Errol Flynn, con Olivia de Havilland, en Robin de los bosques (Michael Curtiz, 1938)

Un enigma, un magnate y dos estrellas

Tres años después del fallecimiento de Rappe, en 1924, otro gran escándalo sexual con muerte de por medio sacudió Hollywood. Pero en este caso los rumores no llegaron ni mucho menos a tanto, pese a que el asunto resultaba mucho más turbio que el de Fatty, y aún hoy se les concede mucho más crédito. La víctima era el director Thomas H. Ince, fallecido durante un fin de semana en el yate de William Randolph Hearst. De un infarto, según la versión oficial. La oficiosa dice que Hearst mató de un tiro al cineasta, por error, pero no por accidente. La bala, según esta tesis, llevaba el nombre de Chaplin, al que Hearst acababa de pillar enrollándose con su amante, Marion Davies. Esta vez, los periódicos del magnate, los que más se habían ensañado con Arbuckle, ejercieron por el contrario de dique de contención. El enigma pervive, pero Hearst nunca fue ni siquiera acusado.

La versión oficiosa cuadra con la fama de seductor de Chaplin, al que, además, le gustaban jovencitas. Demasiado. Cuando conoció a Mildred Harris, la que sería su primera mujer, él tenía veintinueve años y ella, catorce. Se casaron dos años después, creyendo, erróneamente, que ella estaba embarazada. Con treinta y cinco, Chaplin se volvió a casar, esta vez con Lita Grey, también de dieciséis años, a la que, esta vez sí, había preñado. Con Lita Grey, a la que había conocido por primera vez con siete años, inició una relación cuando ella tenía quince, tras reencontrarla en un casting para La quimera del oro. Obligado por la familia de la chica, accedió a la boda para evitar ir a la cárcel por haberse acostado con una menor. Treinta años después, Chaplin acabó siendo perseguido y tuvo que dejar Estados Unidos y exiliarse en Europa, pero no por depredador sino por izquierdoso.

En el top de pichabravas de Hollywood estaba también Errol Flynn, un fiestas que, este sí, acabó siendo juzgado acusado de estupro. En California, la ley prohibía el sexo consentido entre un adulto y cualquier menor de dieciocho años, y en 1942, con treinta y tres, a Flynn le atribuyeron relaciones con dos chicas de diecisiete y dieciséis años. La primera, la aspirante a actriz Betty Hansen, le acusaba de haberse acostado con ella tras haberla emborrachado. La otra, la bailarina Peggy Saterlee, denunció que la había violado en su yate. Pero el defensor del actor, el abogado estrella de las estrellas Jerry Giesler, desacreditó a las chicas, que se contradijeron en sus declaraciones. El juicio, que Kenneth Anger atribuye en Hollywood Babilonia –su famosísimo y sensacionalista recuento de los escándalos de la meca del cine– a una venganza contra el productor Jack L. Warner, acabó bien para Flynn. Un jurado integrado mayoritariamente por amas de casa lo declaró inocente. El Robin Hood más famoso del cine no volvería a igualar sus mayores éxitos, pero no está claro que el proceso perjudicara más su carrera que un estilo de vida desbocado que le llevó a la muerte a los cincuenta años devastado por la cirrosis.

Tippi Hedren, en Los pájaros
Tippi Hedren, en Los pájaros

Magos del suspense y el ‘casting’ de sofá

En el terreno sexual, Alfred Hitchcock era lo contrario de los voraces Chaplin y Flynn. No se le conoce otra pareja que la que fue su esposa durante más de cincuenta años, Alma Reville. El mago del suspense, fetichista y obsesivo, se enamoraba de sus musas pero estaba condenado al rechazo. Gordo y tímido, poco dotado para las relaciones sociales, Hitchcock aprovechó su posición de dominio en los rodajes para alimentar su pasión por algunas de sus actrices, pero con ninguna otra llegó tan lejos como con Tippi Hedren, una intérprete desconocida que, durante las filmaciones de Los pájaros y Marnie, la ladrona, tuvo que hacer frente al acoso del director más famoso del mundo, de manera que el desequilibrio de fuerzas entre víctima y cazador no podía ser más extremo. El cineasta prohibió al equipo relacionarse con su protagonista; la asedió sexualmente, hasta el punto, según el relato de Hedren, de abalanzarse sobre ella en un coche, y, como reacción a su rechazo, le hizo la vida imposible en el set y la amenazó con arruinar su carrera.

Probablemente lo hizo. Hedren se negó a volver a rodar con él, pero no fue liberada de su contrato con la productora, lo que le impidió volver a trabajar en otra película hasta pasados dos años, tras los cuales su incipiente trayectoria se precipitó hacia los abismos de la serie B y cada vez más episódicos papeles secundarios en televisión. Los hechos, en los que Hedren abunda en sus memorias, los relató por primera vez Donald Spoto en Alfred Hitchcock, la cara oculta del genio, la biografía que publicó en 1983, tres años después de la muerte del cineasta.

Al polaco Roman Polanski, admirador y epígono de Hitchcock, siempre le han gustado las mujeres mucho más jóvenes que él, y, si hacemos caso de sus acusadoras, el casting de sofá. A su actual esposa, la actriz Emmanuelle Seigner, treinta y tres años más joven que él, la conoció cuando ella tenía solo veintidós, durante el rodaje de su homenaje a Hitchcock Frenético. Años antes, a mediados de los setenta, había protagonizado el mayor escándalo sexual del Nuevo Hollywood. Lo contrataron para fotografiar a una modelo de trece años, Samantha Geimer, y la sesión derivó en una juerga con alcohol, drogas y sexo con la menor en un jacuzzi. Al cineasta le imputaron seis cargos, incluido uno de violación.

Polanski, que estaba en Francia, volvió a Estados Unidos y llegó a un acuerdo con la Fiscalía y la acusación en virtud del cual se declaraba culpable solo de uno, el de haber mantenido relaciones sexuales ilícitas con una menor. El acuerdo preveía una condena de noventa días de cárcel, de los que había cumplido cuarenta y dos de forma preventiva, pero, temeroso de que el juez hiciera caso omiso del acuerdo y le enchironara durante años, Polanski huyó el día antes de que se dictara sentencia.

En el 2010, coincidiendo con el arresto domiciliario del cineasta en Suiza, desde donde a punto estuvo de ser extraditado, la actriz Charlotte Lewis, que había debutado a sus órdenes en Piratas, tras la cual mantuvo una corta relación con el director, contó que la había forzado a acostarse con él tras un casting, dos años antes de aquel rodaje. Ahora, sumándose a la ola del #metoo, otras tres mujeres han acusado al cineasta por episodios previos al caso Geimer, que Polanski niega. La primera, que responde por el nombre de Robin, dice que abusó de ella a los dieciséis años, en 1973. La exactriz Renate Langer dice que en 1972, con quince años, conoció a Polanski por su trabajo como modelo, y que este la violó en la casa que el cineasta tenía en Gstaad (Suiza). La última, la artista Marianne Barnard ha denunciado que el director abusó de ella a los diez años de edad, durante una sesión de fotos en la playa en la que la hizo posar desnuda, y aprovechando que su madre se había ido.

Estas nuevas acusaciones son recientes, pero desde 1978 Polanski es un fugitivo condenado por estupro que no ha vuelto a poner un pie en Estados Unidos, y nada de eso ha impedido que durante cuatro décadas siguiera trabajando –eso sí, siempre en Europa– con grandes estrellas norteamericanas, ni tampoco que ganara el Óscar al mejor director por El pianista. Del jugo que la industria extrae de la sexualización de las adolescentes, en aquellos setenta desmadrados y ahora que no hay empacho en sacar a Millie Bobby Brown –la protagonista de trece años de Stranger Things– posando con modelitos sugerentes, ya hablaremos otro día.

Polanski en el juzgado
Polanski, visitando el juzgado en 1978, en una imagen de Roman Polanski: se busca (2008)

El caso Allen, regurgitado

La onda expansiva del terremoto Weinstein, además de hacer aflorar nuevos escándalos y denuncias, también ha regurgitado un viejo caso que se suponía cerrado. El de Woody Allen, cuyo controvertido divorcio de Mia Farrow tuvo en 1992 una derivada inesperada. El desencadenante de la ruptura había sido que Allen, que por aquel entonces contaba cincuenta y siete años, tenía una aventura con Soon-Yi, la hija de veintidós años que Farrow había adoptado junto a su anterior marido, el compositor André Previn. Allen y Farrow tenían dos hijos adoptivos en común, Dylan y Moses, y uno biológico, Ronan. Dylan, la niña, tenía entonces siete años. Meses después de la separación, y durante una visita de Allen, Farrow y Dylan denunciaron que el cineasta se había encerrado con la cría en el ático y le había acariciado la vagina. La defensa de Allen alegó que la niña había sido manipulada por la madre para dar un falso testimonio. El supuesto abuso fue investigado y el director, aunque perdió el juicio por la custodia de los críos, fue exonerado. Un cuarto de siglo después, sin embargo, por los mismos hechos, y sin una sola prueba más que entonces, docenas de actores, incluidos algunos que han trabajado con él, han empezado a darle la espalda, y Amazon, productora de sus últimos films, ya se replantea su vinculación con el cineasta.

Durante todos estos años, Dylan y su hermano Ronan han seguido clamando por la culpabilidad de Allen, pero ha sido ahora cuando su mensaje ha calado. No hay ninguna novedad, ninguna nueva revelación, solo ha cambiado el contexto. Moses, como ya hizo en su momento, ha defendido a su padre y ha explicado que vio a Farrow ensayar con Dylan para meterle en la cabeza lo que debía decir. No se trata de a quién creer, claro. Se trata de si, como ya pasó con Fatty Arbuckle hace casi un siglo, vuelve a bastar con una acusación para considerar a alguien culpable; si vuelve a bastar con una creencia para condenar a alguien exonerado judicialmente al escarnio público y el ostracismo. Y se trata, también, de si habrá realmente un cambio de paradigma en el trato que Hollywood ha dispensado a las mujeres, o si, como sucedió con el escándalo Fatty, bajo la espuma, el postureo de gala y los linchamientos mediáticos, todo seguirá más o menos igual.

Woody Allen: a documentary
El director de Annie Hall, en una imagen de Woody Allen: a documentary (Robert B. Weide, 2012)

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #243

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