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La mafia va en serie

Hasta que llegó Tony Soprano para imponer su ley en Nueva Jersey y cambiar las reglas de la televisión, la pequeña pantalla apenas había abordado el género mafioso. Crónica de gángsters –glamurizada recreación ochentera del auge de Lucky Luciano, Bugsy Siegel y Meyer Lansky, tres de los más notorios mafiosos de la Norteamérica de los años treinta y cuarenta– y La Piovra –el gran clásico de la RAI sobre la Cosa Nostra– permanecían como honrosas excepciones hasta que David Chase parió a ese boss implacable pero asaltado por ataques de pánico con el que James Gandolfini se hizo eterno. Chase sembró la semilla; Terence Winter, apadrinado por el mismísimo Scorsese, abonó el terreno con Boardwalk Empire, su épica recreación del gansterismo de la “ley seca”, y Chris Brancato, con la llamativa superficialidad de Narcos a la hora de evocar la guerra sucia contra Pablo Escobar en Colombia, convirtió el género en un valor seguro. 

Hasta que llegó Tony Soprano para imponer su ley en Nueva Jersey y cambiar las reglas de la televisión, la pequeña pantalla apenas había abordado el género mafioso. Crónica de gángsters –glamurizada recreación ochentera del auge de Lucky Luciano, Bugsy Siegel y Meyer Lansky, tres de los más notorios mafiosos de la Norteamérica de los años treinta y cuarenta– y La Piovra –el gran clásico de la RAI sobre la Cosa Nostra– permanecían como honrosas excepciones hasta que David Chase parió a ese boss implacable pero asaltado por ataques de pánico con el que James Gandolfini se hizo eterno. Chase sembró la semilla; Terence Winter, apadrinado por el mismísimo Scorsese, abonó el terreno con Boardwalk Empire, su épica recreación del gansterismo de la “ley seca”, y Chris Brancato, con la llamativa superficialidad de Narcos a la hora de evocar la guerra sucia contra Pablo Escobar en Colombia, convirtió el género en un valor seguro. 

De las tres series, solo la tercera sigue abierta, pendiente de estreno su cuarta temporada, en la que los cárteles colombianos han sido sustituidos por los mexicanos. Pero la mafia luce ahora en la tele como nunca, y las propuestas se multiplican. Aquí seleccionamos media docena de las más sustanciosas de la última hornada de ese crimen organizado catódico a cuyas tropelías nos hemos convertido en adictos. 

‘Peaky Blinders’ (2013-)

Peaky Blinders
Peaky Blinders

Promocionada como la réplica británica a Boardwalk Empire, Peaky Blinders, que ya va por su cuarta temporada, ha acreditado, a base de toneladas de personalidad, ser mucho más que eso. Creada y escrita por Steven Knight, el guionista británico actual más cotizado, esta crónica de gánsteres en el Birmingham de los años posteriores a la primera guerra mundial comparte con el serial de Winter su ambientación temporal y su cuidado formal, muy por encima de los estándares televisivos habituales. Pero lejos de los oropeles en los que se movía Nucky Thompson en la Atlantic City de la prohibición, los Shelby –la familia protagonista– son gánsteres gitanos y de barrio bajo, que irán prosperando, eso sí, gracias a la astucia del mediano de los hermanos, Thomas, un héroe de guerra que lleva las heridas psicológicas del conflicto mucho mejor que el primogénito. 

Knight, que asegura que evitó ver Boardwalk Empire para no copiarla, describe la época como un mundo despiadado, en el que los hombres han sido usados por los gobiernos como carne de cañón en la gran guerra y abandonados a su regreso, y la población subsiste asediada por la pobreza, la corrupción policial y la indiferencia gubernamental, lo que facilita empatizar con los Shelby y con el astuto Thomas, enésima variación del personaje de Michael Corleone, al que, como a Tony Soprano o Ray Donovan, le cuesta menos prosperar en sus turbios negocios e imponerse a sus enemigos que lidiar con su propia familia y mantener en orden su casa. 

Más allá de eso, el selecto reparto, con un hipnótico Cillian Murphy al frente; la trepidación argumental –desgrasada la historia, gracias a sus escuetos seis capítulos por temporada, de esas subtramas secundarias tan habituales y que cada vez más parecen concebidas para rellenar y dilatar el avance del núcleo del asunto–; los diálogos afilados; la elegancia de la puesta en escena, y una arriesgada y anacrónica banda sonora rockera que incluye a Nick Cave, PJ Harvey, The White Stripes y Johnny Cash, la han convertido en la última joya de la corona de la BBC. 

‘McMafia’ (2018-)

  McMafia
McMafia

Hace una década, el periodista Misha Glenny describió en su libro McMafia. El crimen sin fronteras los mecanismos con los que el crimen organizado ha pasado a operar a escala mundial en el mundo globalizado del siglo XX. El guionista Hossein Hamini y el realizador James Watkins han convertido aquel exhaustivo reportaje en un ágil thriller internacional protagonizado por el hijo de un mafioso ruso retirado en Londres que al principio de la serie ha prosperado en el mundo de la bolsa y se mantiene alejado de cualquier ilegalidad, pero que acabará arrastrado a un enfrentamiento con un viejo enemigo de su padre que tendrá ramificaciones y puntos calientes por todo el globo. 

Ágil e ingeniosa, McMafia –coproducción británico-norteamericana que acaba de renovar por una segunda temporada– vuelve a beneficiarse de una escritura elegante y de un estupendo actor protagonista (en este caso, James Norton), para acabar una vez más, pero con suficientes empaque, frescura y giros como para justificarlo, la forja de un capo que no quería serlo. Es decir, la de un nuevo Michael Corleone, que la sombra de El Padrino es alargadísima. 

‘Gomorra’ (2014-) 

Gomorra
Gomorra

Con Gomorra, Roberto Saviano consiguió una sentencia de muerte que le obliga a permanecer oculto desde la publicación del libro, en que trazaba con insólita crudeza los engranajes de la Camorra, descrita como una infección que gangrena la Campania italiana y somete a los habitantes de la región a la tiranía de un estado secreto y paralelo. La adaptación cinematográfica, a cargo de Mateo Garrone, dramatizaba algunos de los hechos descritos en el libro con pulsión neorrealista y centrándose en las consecuencias que el mecanismo camorrista comportaba para una población sometida a sus designios. La versión televisiva, en la que Saviano también ha colaborado en el guion, y que ya lleva tres temporadas, toma como eje, a diferencia del film, a uno de esos clanes mafiosos que asolan Nápoles. 

Pero el relato de las peripecias de la ficticia familia Savastano, a diferencia de lo que sucede con la mayoría de las series protagonizadas por gánsteres, elude a la estilización tanto de la violencia como de la vida de los mafiosos, y tampoco permite al espectador empatizar con ellos, ni siquiera con los protagonistas. Así, la sucesión de asesinatos a sangre fría, guerras, traiciones y venganzas está salpicada continuamente por pequeñas historias de gente arrastrada y destruida por capos y sicarios en sus manejos, gente común rebajada a la condición de peones prescindibles. Gomorra presta más atención que cualquier otra ficción a esas tragedias propiciadas por las mafias y que estas asumen como meros daños colaterales. 

Es ahí, en ese frío distanciamiento de entomólogo; en esa negación de la empatía hacia los protagonistas, lobos en un mundo de lobos a los que vemos cometer atroces crímenes como quien acude a la oficina; en esa descarnada disección de la naturaleza parasitaria, depredadora, despiadada de la Camorra, donde radica el genio de Gomorra, y lo que la convierte en la mejor serie del momento sobre el crimen organizado. 

‘Suburra’ (2017-) 

Tras encargarse de dirigir la mayor parte de los capítulos de la primera temporada de Gomorra, y de diseñar las pautas estéticas de la serie, el cineasta Stefano Sollima adaptó al cine la novela Suburra, centrada en una trama de especulación urbanística en la que los tentáculos de la mafia llegan a Roma y se enredan con intereses políticos y hasta del Vaticano. Y, como con Gomorra, tras la película llegó la serie, primera producción italiana de Netflix, que vio la oportunidad de sacar partido del filón encontrado en las audiencias de todo el mundo por la serie basada en el libro de Saviano. 

En Suburra, la serie, concebida como una precuela de la película, ya no está Sollima, aunque sí parte del elenco del film y, entre la nómina de directores, Michele Placido, mítico protagonista de La Piovra, en la que interpretaba a Corrado Cattani, el esforzado inspector de policía dispuesto a enfrentarse a la mafia mientras los demás optaban por mirar hacia otro lado. 

De puesta en escena funcional, puede saber a poco si nos empeñamos en compararla con Gomorra, pero la mayor similitud radica en el título. Suburra opta por transitar otros derroteros, que van de la exploración de los mecanismos por los cuales se consigue corromper a hombres (que se tenían por honrados), al retrato de una Roma que luce exuberante pero sinuosa, señorial pero corroída ya por la carcoma mafiosa, o el escrutinio del angst postadolescente de sus protagonistas, entre ellos dos desclasados en sus respectivos clanes, y en cuya rebeldía más o menos sin causa radica precisamente aquello que puede convertirles en capos. 

‘Fariña’ (2018-) 

Fariña
Fariña

Como en los casos de Gomorra y McMafia, Fariña –el suculento reportaje de Nacho Carretero sobre el tráfico de cocaína en Galicia– ha acabado convertido en un drama criminal con la colaboración del propio autor del libro y con resultados notables. Fariña es una más que convincente variante galega de esos thrillers gansteriles que arrasan por doquier, que sabe combinar con eficacia espectáculo y costumbrismo, y consigue llevar al terreno de la ficción española los tropos habituales de producciones norteamericanas sin que, como sucede tantas otras veces, todo chirríe. 

La serie adolece de ciertos titubeos visuales, sobre todo a la hora de plasmar escenas de acción, y de la irregularidad de algunas tramas que acaban comiéndose en algunos capítulos a la elegida como central, la del Escobar gallego, Sito Miñanco, un impecable Javier Rey al que acabamos echando de menos en algunos tramos en los que casi desaparece de la narración, pero constituye un notable esfuerzo de producción y el resultado ha supuesto un aldabonazo en el contexto del anquilosado funcionamiento de la ficción española vinculada a televisiones generalistas. 

La prueba es que, a la espera de saber si Fariña, cuyos diez capítulos abarcaban el paso del contrabando de tabaco al tráfico de drogas en la Galicia a lo largo de la década de los ochenta, tendrá segunda temporada, ya se anuncian nuevas series de gánsteres a la española. Las primeras en llegar, El Continental, una especie de Peaky Blinders made in TVE, y Gigantes, con la que, siete años después de dirigirle en No habrá paz para los malvados, Enrique Urbizu se reencuentra con José Coronado, aquí convertido en el patriarca de una familia de narcotraficantes. 

‘Trust’ (2018)

Trust
Trust

Tras Todo el dinero del mundo (Ridley Scott, 2017), Trust –escrita por Simon Beaufoy y apadrinada por Danny Boyle, director de tres de sus ocho capítulos– es la segunda versión en menos de un año de aquel siniestro episodio de la crónica de sucesos de los setenta que fue el secuestro del nieto del archimillonario Jean Paul Getty. 

No es, pues, esta miniserie de narración exuberante sobre el papel una historia de gánsteres. Pero el caso es que el nieto díscolo acabó en manos de la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa. Y la versión de los hechos por la que se decantan Beaufoy y Boyle, y que difiere en mucho de la del film de Scott, no solo explora el contraste entre la riqueza inacabable del anciano magnate del petróleo (Donald Suherland) y la pobreza extrema de la Calabria italiana en la que estuvo cautivo (y perdió una oreja) su sobrino, y que es inmejorable caldo de cultivo para el desarrollo de sistemas mafiosos, sino que incluye una hipótesis tan atrevida como suculenta: la de que el dinero de aquel rescate pagado a un clan de delincuentes de baja estofa por el hombre más rico del mundo resultó sustancial para que la ‘Ndrangheta, entonces una pequeña organización criminal prácticamente desconocida, acabara convirtiéndose en una de las mafias más poderosas y temidas de Italia. 
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #250

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