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David Peel, el anarquista fumado

El más feroz y contumaz de los defensores de la marihuana durante la contracultura y hasta su fallecimiento décadas después merece un recuerdo también en calidad de activista en diversos frentes y politólogo freak de la pesadilla americana.

La memoria histórica del rock honra a Danny Fields básicamente por su responsabilidad en la iniciación discográfica de bandas, a la postre tan legendarias como The Stooges y MC5; sin olvidar a Ramones, de quienes también oficiaba en calidad de representante. El primero de los company freaks –intermediarios entre compañías discográficas conservadoras y artistas contraculturales– también sería publicista de The Doors, acólito de la Factory warholiana, periodista musical, amigo íntimo y protector de Nico, y mucho más; todo ello comprimido en el documental Danny says, visible en Netflix.

Sobresale entre dichas gestas de Fields no ya el descubrimiento sino el procesamiento en mercancía hip de otro espécimen también único y a priori con impreciso perfil de público destinatario, un cantautor anarco-callejero acuartelado en el Lower East Side de Manhattan, newyorrican nacido para protestar por todo pero particularmente comprometido con la causa de la legitimización cannábica. Piltrafa del arroyo, de él haría Fields uno de los más persistentes iconos menores de la contracultura, protopunko y paleofolkie cuya credibilidad callejera atesoraría elevadas cotas de popularidad, hasta el extremo de saludarlo John Lennon desde la letra de “New York city”:

Plantados en la esquina

Yoko Ono y yo

Estábamos esperando a que llegara Jerry

Entonces apareció un tipo con una guitarra en la mano

Cantando “Have a marijuana if you can”

Su nombre era David Peel

Descubrimos que era real

Cantaba: “La gente fuma marihuana cada día”

De pronto, la policía nos desalojó a empujones

Mientras cantábamos: “Poder para el pueblo hoy”.

En efecto, su nombre era David Peel. Así se autobautizaba artísticamente David Michael Rosario, aquel personaje que veía atónito como, contra todo pronóstico, en 1968, su primer álbum Have a marijuana –“una colección de canciones borrachuzas para fumadores de yerba”, Fields dixit– se instalaba en las plantas bajas de la lista de Billboard. ¿Podía ser tomado en serio un tipo permanentemente fumado que se apellidaba Monda de Plátano, bananera referencia no necesariamente distinguida, como pudiera serlo la de la portada de The Velvet Underground & Nico, sino inspirada por el rumor urbano que atribuía a esas pieles propiedades psicoactivas? Nada en Peel indicaba que aquello no fuera otro novelty act de efímero aliento, condenado a desaparecer con los años sesenta y la fraudulenta epopeya hippie; precoz antigualla que sería recordado, acaso, por su hipótesis de que el papa fumaba maría. Pero no. Aunque en planos residuales Peel sobrevivía a su época y a sus deficiencias creativas, estratificando una carrera que posiblemente aloja el mayor número de canciones dedicadas al THC jamás consignado.

Deteníase esa embriagada trayectoria en el 2017, al fallecer a los setenta y cuatro años Peel a consecuencia de un fallo cardíaco. Danny Fields firmaba una de las necrológicas: “Era un fenomenal bicho raro, uno de los más explosivos portavoces del folk urbano. El día que nos conocimos fue el mismo que dimitió Lyndon Johnson. Fuimos a mi apartamento y vimos por televisión su discurso anunciando que no se presentaría a la reelección; un momento y un día históricos. Peel siempre tenía algo por lo que protestar”. Y así, despotricando, se lo encontraba en 1968 Fields, por entonces director de prensa y publicidad de Elektra Records. Sucedía el tropiezo en Washington Square, uno de los núcleos contraculturales de Nueva York –como lo era el Lower East Side del que procedía el cantautor–, paraninfo junto al Village de la escena folk local. Peel y sus acompañantes eran otra gota de agua en el océano de aspirantes al estrellato folk que en ese espacio improvisaban sus actuaciones, en su caso complementándolas con dosis de teatro callejero, pero destacaban sobre el resto. “Durante mucho tiempo –diría su valedor– fueron los mejores de Washington Square”.

Fields había acertado de pleno al seleccionar Light my fire como primer single de los Doors, y se valía de ello para persuadir a Jac Holzman, supremo de Elektra, de grabar un álbum a aquel apóstol de la yerba que enunciaba su tosco mensaje de reivindicación fumeta desde una obnubilada nube de positivismo entre feliciano y belicoso. Registrarlo no requeriría tampoco un gran desembolso. De hecho, se grabó a pelo en Washington Square –una farola pública suministró ilegalmente la corriente–, documentando su rutina habitual a pie de calle, como venían haciéndolo desde un año atrás Peel y sus secuaces, The Lower East Side Band. Tribu urbana, hermandad de superfreaks que en 1967 había protagonizado en los Be Ins de Central Park una campaña a favor de la piel de plátano fumada, acompañando también a los yippies en alguna de sus marchas, así mismo presentes en todo smoke in que se pusiera a tiro, trasegaban una destartalada propuesta: pedestre folk-blues neoprimitivo, con una discursiva elemental y desenfadada, un punto atorrante, instrumentalmente construida sobre rasposas guitarras acústicas y rústica percusión, vocalmente engolfada en el berreo tabernario, copiosa en pegadizos himnos urbanitas que entre desopilada y perpleja la chavalada contracultural no se demoró en adoptar.

Prácticamente se trataba de grabaciones de campo. Transformadas en producto por la astucia de Fields, su explícita postura proyerba sería uno de los principales alicientes mercantiles de Have a Marijuana. “Pensé que la palabra marijuana en grandes caracteres iba a vender porque los chavales querrían llevarse el disco a casa para provocar un infarto a sus padres. Cuando lo publicamos decidimos dejar que el boca a boca adolescente hiciera su trabajo. ¡Y lo hizo muy eficientemente! Fue como una primera manifestación de medias sociales. Aunque reducido a la mínima expresión, funcionó. Y grabar ese prodigioso disco de maravillosa música solo costó mil quinientos pavos”. No está mal, considerando que se vendieron un millón de copias.

John, Yoko y David

No era inopinado que la juventud que tan poliédrica y apresuradamente interiorizaba la contracultura se identificara de buen grado con las proclamas de Peel. Como las de Chuck Berry años atrás, eran estas precisas radiografías del devenir juvenil y su circunstancia del momento. Viñetas arrancadas de la realidad, con sabor a alquitrán y rociadas por chorros de vapor como los que expulsaban las alcantarillas manhattanitas. Maniqueas, también, al dividir el cosmos entre freaks emporrados y pasmas inoportunos, ellos contra nosotros, y viceversa. “I like marijuana”, “Here comes a cop”, “I’ve got some grass”, “Up against the wall”, “Show me the way to get stoned” y otros títulos del primogénito de su extensa discografía, también a semejanza de Berry, venían envueltos en jocundia y júbilo, en humor y didactismo, si bien su lenguaje se condujera en las antípodas de la sofisticada prosa berryana para de alguna manera profetizar el telegrafismo punk:

Aquí viene un pasma

Viste de azul

Va tras de mí

Va tras de ti

Tiene un revólver

Nosotros tenemos cuchillos

Mejor corramos

Por nuestras vidas

–“Aquí viene un pasma”

 

Mara-marihuana mara-marihuana

Me gusta la marihuana

Te gusta la marihuana

Nos gusta la marihuana también

Quiero ser un hippie

Ponerme ciego de marihuana

Quiero ser un fugitivo

Debo dejar el hogar por mara-marihuana

Recuerdas a los chavalillos esnifando cola

Solía ponerme ciego en el zoo de Central Park

Siempre quiero colocarme pero nunca sé por qué

Se acerca un poli, mejor me las piro

Quiero ser camello en el Lower East Side para

Mara-marihuana

Quiero ser un camello para dejarte volado de

Mara-marihuana

Es mi vida y hago lo que quiero

Es mi vida y hago lo que no puedo

Quiero fumar yerba y quiero hacerlo en cantidad

Bien, ya llega mi viejo, el pasma de la marihuana

Ciego, ciego, ciego, ciego, ciego, ciego, adiós

Esto no es un cuento

Es auténtica mara-marihuana

Cuanto más grande el alijo,

Más tiempo en el trullo para mara-marihuana

Acapulco Gold y Panameño Rojo

Cuanto mayor la cuenta bancaria, mayor el colocón

Quiero ponerme ciego y quiero estar solo

Pero llega mi padre y la familia gimotea

–“Me gusta la marihuana”.

Un año después de publicarse su segundo álbum, el último para Elektra, The American Revolution –con la formación ampliada, sonido electrificado y nuevos lances de potheads vs. sistema: “Hey, Mr. Draftboard”; “Legalize marijuana”; “Oink, oink”, está en referencia a los pigs; “I want to get high”–, en 1971, Peel conocía a Lennon y Ono durante una de las apariciones de la Lower East Side Band en Washington Sq. Meses después, actuaban juntos en uno de los conciertos benéficos celebrados en Michigan a favor de John Sinclair, activista de Detroit, guía espiritual de los White Panthers y apoderado de MC5, condenado a diez años por posesión de dos canutos. Será la de ese triángulo una fértil relación. También acompañaba Peel a Lennon en la primera aparición de este en solitario en la televisión estadounidense, y por mediación del ex-Beatle pasaba a formar parte del catálogo del sello Apple. Allí, Lennon le produce su tercer trabajo, el más polémico de su legado, prohibido en varios países, The Pope smokes dope (1972); operación provocateur por todo lo alto, manual contracultural de temática a la carta: “I’m gonna start another riot”, “Everybody’s smoking marijuana”, “The hippie from New York city”, “The Chicago conspiracy”, “The hip generation”, “The ballad of New York City - John Lennon/Yoko Ono” y, naturalmente, su pièce de résistance: “The Pope smokes dope”:

El papa fuma mandanga, Dios le pasó la yerba

El papa fuma mandanga, le gusta fumarla en misa

El papa fuma mandanga, es un flipado

Dios está puesto de mescalina, Satanás va ciego de jaco

Los papas en Roma se cuecen en yerba, los Jesus freaks están de vuelta

Jesucristo fue un superhippie que nuca se chutó burro

Los papas en Roma se colocan solos, los sacerdotes en la iglesia se emborrachan.

Ya fallecido Lennon, Peel todavía lo recordaba en dos de sus trabajos de los años ochenta, John Lennon for president (1980) y John Lennon forever (1987). El resto de la década de los setenta lo consumía el apologeta del cannabis evolucionando inevitablemente hacia aquella predicción suya que se cumplía en el punk. Desasistido de grandes sellos, fundaba Peel el suyo propio, Orange Records, para mantener viva una producción que se resolvería prolífica. Su cuarto álbum, Santa Claus rooftop junkie (1974), profundizaba en la argumentación político-psicoactivista, testimoniando la decadencia americana, y la ascensión de la heroína, a través del simbolismo de un Papá Noel que se chuta en la intimidad de chimeneas ajenas, y andanadas del calibre de “Watergate (I didn’t do it)”, “The narco is a pusher”, “I’m going insane”, “Smack freek blues”, “Who stole John Kennedy’s brains”, “The schools of corruption”, etc. An evening with David Peel (1975) repasaba en directo clásicos de su repertorio y presentaba novedades como “Bring back the Beatles”, título así mismo de su siguiente LP, el sexto, y único exento de mensaje procannábico (1977), donde se adaptaba “With a little help from my friends” e “Imagine” de Lennon, girando el resto de cortes de esa eulogia en la órbita liverpooliana-lennoniana: “The wonderful world of Abbey Road”, “Apple Beatle foursome”, “Keep John Lennon in America”, “The Beatles pledge of allegiance”, “The ballad of James Paul McCartney”, “B-E-A-T-L-E-S”, etc.

David Peel, el anarquista fumado

La lucha no tiene fin

King of punk se materializaba en 1978. Acompañado de nueva formación, Death, expelía en él Peel un poderoso manifiesto punk que defecaba sin mordaza sobre el punk-rock oficial, dedicándole un sonoro ¡fuck off!: probaban su mordacidad desde los Sex Pistols hasta el CBGBs, pasando por Talking Heads y Patti Smith. Piezas de ese disco como “The devils prayer” y “A mother motherfucker” servirían de inspiración al polémico y extremista GG Allin, coprófago mayor del punk rock de los ochenta y noventa, a quien en 1980 Orange Records editaba su primer álbum, así como varios sencillos. En esa línea punkoguerrillera proseguía Peel hasta los ochenta, década en la que factura siete nuevos trabajos, entre ellos los ya citados que dedica a Lennon, y Search to destroy y World War III, cada vez más dominados por el comentario sociopolítico, en detrimento de la contienda cannábica. Los años no atenuarían su ferocidad crítica, máxime siendo tantas las oportunidades que sociedad y gobernantes le ofrecían en bandeja.

Cinco son las obras que produce a lo largo de los noventa, todas ellas temáticamente dominadas por un análisis de la intensificación de los conflictos, atiborradas de exhortos a la anarquía: Anarchy in New York City, Battle for New York, War & anarchy, Noiseville y Up against the wall. Llamadas a la sublevación ciudadana, el cuestionamiento de la ley, la búsqueda de soluciones para el sida, la detención de las centrales nucleares, una potencial tercera guerra mundial, la censura, las problemáticas de Nueva York y, naturalmente, la marihuana, si bien en mínimo porcentaje, componen la santabárbara de esos explosivos artefactos en los que Peel se lo pasa en grande haciendo público su efervescente, eternamente joven, énfasis vital, diríase que incombustible.

Si bien sus actuaciones en Nueva York no decrecen, discográficamente permanecerá ausente varios años, hasta el 2002, cuando vuelve a la carga cannábica con Legalize marijuana. Es más, su faceta activista se incrementa esos años, involucrándose en movimientos como Occupy Wall Street y la acampada popular en el Zuccotti Park de Manhattan. Mientras tanto, van aflorando discos como Long live the Grateful Dead (2002), Rock’n’roll outlaw (2002), Marijuana christmas (2008), Up against the Wall Street (2013) y Give hemp a chance (2015), que sería su último trabajo oficial, acompañado de nuevo por la Lower East Side Band, depósito de viejos temas regrabados (“I like marijuana”, en clave reggae y en mezcla hemp hop; “The Pope smokes dope”, tuneada de electro; “Everybody is smoking”, remezclada) y flamantes novedades como “Marijuana Mary Jane”, “Hemp hop smoker”, “Marijuana oh yeah”, “Marijuana grass”, “Best smoker ever”, “Right to smoke weed”, etc. Pantagruélico festín audiocannábico, perfecto colofón para despedir a este maestro del eslogan y la incitación popular, subhéroe de la lucha procannábica que no dio su brazo a torcer ni calló jamás lo que pensaba:

Queremos que nuestros congresistas fumen

Entonces habrá un puto montón de yerba

Queremos que todo el mundo la pruebe

Algo que les pondrá muy ciegos

La yerba es más sagrada que el licor

La yerba te pone a gusto mucho más rápido

Hagamos fumar a los polis

La felicidad se está convirtiendo en maría

La yerba hace que los yonquis vayan a trabajar

La yerba es el postre número uno

La yerba puede ponerte muy ciego

La yerba es un hogar lejos del hogar

La yerba no es una coartada

Unámonos y pillemos un ciego

Por favor, cambiad las leyes de los muertos

Todo el mundo quiere estar por delante

–“Legalize marijuana”

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #287

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