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Desde la noche de los tiempos, el Homo sapiens ha estado fascinado por la magia, que parece hacer regresar nuestras mentes a una fase infantil. Encontramos magos en la Biblia y en antiguos textos sagrados de todo el mundo. Magos fueron los que visitaron a Jesús al nacer y magos contemporáneos encandilan a las personas con sus proezas inexplicables. Desde personas que vuelan, hasta mujeres partidas por la mitad, la magia es una fuente de sorpresa y placer.

Aunque hasta la fecha era provincia del mundo del espectáculo, en la actualidad algunos neurocientíficos, magos en sus ratos libres, han empezado a investigar este campo fascinante. Mediante escáneres cerebrales han descubierto que la magia activa las partes del cerebro que normalmente están implicadas en procesar y resolver tipos de conflictos cognitivos más generales. Lo que secunda la idea de que la magia implica un conflicto entre lo que creemos posible y lo que creemos haber visto. No se trata solo de experimentar cosas que son imposibles, sino de experimentar cosas que creemos imposibles. La clave está en maravillarnos con un evento aparentemente imposible. No hace falta decir que para experimentar un truco de magia el espectador no debe descubrir el método que hay tras el truco; una vez se descubre el secreto, el conflicto cognitivo desaparece.

En realidad, la magia se basa en cómo el ser humano percibe las cosas, y se aprovecha de ello para engañarnos. Aunque creemos que solemos estar atentos, solo somos realmente conscientes de una pequeña fracción de lo que pasa a nuestro alrededor. Los magos utilizan mucho lo que se conoce como distracción; un proceso cognitivo que manipula nuestras creencias sobre lo que estamos experimentando. Para hacerlo eficazmente, explotan muchas de nuestras limitaciones mentales, pero la clave es que estas limitaciones deben ser contraintuitivas; una vez somos conscientes de ellas, empezamos a atribuir el efecto a nuestras limitaciones, más que a la magia. Gran parte del fenómeno de la distracción se basa en ilusiones de la memoria; en manipular lo que creemos recordar de un acontecimiento. De hecho, acabamos descubriendo que la mayoría de nuestras creencias inconscientes son mucho más mágicas de lo que pensamos. No olvidemos que el setenta y siete por ciento de los americanos creen en los ángeles. Las creencias supersticiosas y paranormales, que son mágicas, son sostenidas por una gran parte de la humanidad, por lo que es fácil engañar a gente muy educada a través de la magia, algo que también hacen los políticos con menos gracia. De hecho, los comportamientos supersticiosos nos producen una “ilusión de control” que puede reducir la ansiedad en situaciones de estrés. Al igual que la homeopatía, muchos de estos rituales tal vez funcionen, por mecanismos desconocidos e indirectos, posiblemente ligados al efecto placebo.

Intuitivamente creemos que somos conscientes de todo lo que nos rodea, pero existen muchas lagunas en nuestra experiencia consciente que aprovechan los magos. Nuestra percepción no se corresponde directamente con la realidad física. Depende de cómo interpretemos las señales visuales, la misma imagen en la retina pude llevar a distintas experiencias perceptuales. En realidad, la percepción es una suerte de ilusión, algo que el budismo ha descrito con precisión, añadiendo las ilusiones cognitivas. La mayoría de los trucos de magia explotan las estratagemas computacionales que utiliza el cerebro para dar sentido al mundo.

Otro aspecto que aprovechan los magos es que cuando recordamos una experiencia no recordamos el acontecimiento en sí, sino nuestra interpretación de lo que ha pasado.

Como hemos dicho, el budismo más radical plantea que todo es ilusión. El gran maestro Dzogchen Longchenpa escribió un tratado titulado Encontrando el descanso en la naturaleza de la mente, cuyo último volumen nos habla de encontrar el descanso, o la paz, en la ilusión. Para ello utiliza las imágenes del sueño, el truco de magia, el espejismo, el reflejo de la luna en el agua o el eco, para llevarnos a la Gran Ilusión del Nirvana.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #258

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