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San Patrignano

Vincenzo Muccioli: ¿un salvador o un sociópata narcisista? Durante años estuvo al frente de uno de los primeros centros de desintoxicación en el mundo, San Patrignano, y enfrentó dos juicios por secuestro y uno por asesinato.

Han pasado veintisiete años desde su muerte pero aún no hay consenso sobre quién fue realmente Vincenzo Muccioli: ¿un salvador o un sociópata narcisista? En 1978, durante el boom de la heroína en Italia, fundó uno de los primeros centros de desintoxicación en el mundo, en el pequeño pueblo de San Patrignano. Durante los ochenta, Muccioli se convirtió en una celebridad que llegó a obtener cuarenta y seis votos de diputados para presidir Italia en 1992. Durante los años que estuvo al frente de la comunidad enfrentó dos juicios por secuestro y uno por asesinato. Fue absuelto, aunque murió a los pocos meses de concluir el último juicio.

Muccioli nació en Rímini en 1934. Los estudios nunca se le dieron bien y no terminó el instituto, aunque se puso a trabajar con su padre, que era vendedor de seguros. En 1962 se casó con Antonietta Capelli, y uno de los regalos de boda del padre de la novia fue una granja en San Patrignano. A mediados de la década de los setenta, la epidemia de la heroína azotó Italia. Al igual que ocurrió en otras partes de Occidente, las calles se llenaron de toxicómanos. Las autoridades estaban sobrepasadas por el fenómeno y no existían programas para desenganchar a los adictos. En ese contexto, Muccioli transformó su granja en el primer centro de desintoxicación de Italia.

San Patrignano tuvo un éxito inmediato. Era gratuito y durante su estancia los internos trabajaban en la granja cuidando animales y acondicionando el espacio para su nuevo uso. Muccioli no tenía mucha idea de cómo desenganchar adictos. En los primeros meses, a quienes trabajaban bien les dejaba su coche para que pudieran salir el fin de semana al pueblo a tomar una pizza. Nada más salir de San Patrignano, solían usar el coche para ir por una dosis. Al cabo de unas semanas, uno de los pacientes le dijo: “Vincenzo, si nos dejas el coche y dinero, tienes suerte que no vendamos el coche para colocarnos”. Y así terminaron las salidas de la comunidad.

"Los aspirantes a entrar tenían que dormir a las puertas del lugar durante algunos días para demostrar que su compromiso con dejar las drogas era firme. Una vez eran aceptados, accedían a que durante su primer año no saldrían al mundo exterior"

Muccioli explicaba que lo que estos chicos necesitaban era amor, y en eso se basaba su tratamiento. Antonio Boschini, que estuvo interno en SanPa, cuenta que se escapó un día del lugar, a principios de los ochenta. Cuando abrió la puerta de la casa de su madre, en Verona, Muccioli estaba en el salón esperándolo para llevárselo de vuelta a San Patrignano. Ese amor que les profesaba, en ocasiones era “amor apache”: algunos de los que se fugaban eran encadenados y enjaulados hasta que pasara lo peor del síndrome de abstinencia.

El 28 de octubre de 1980, una de las chicas que estaban encadenadas logró escapar y fue a la comisaría, donde denunció que llevaba atada quince días junto a otras personas. La policía se presentó en San Patrignano y encontró a cinco personas encadenadas dentro de las jaulas de los perros y en los palomares. Arrestó a Muccioli y lo acusó de encarcelamiento ilegal de personas. La policía les dijo a los residentes que eran libres y que podían marcharse. La mayoría se quedó y siguió trabajando en la granja, como agradecimiento por lo que Muccioli había hecho por ellos.

Pronto tuvieron invitados VIP: Gian Marco y Patricia Moratti se mudaron desde Milán para vivir en San Patrignano en lo que se resolvía el futuro de Muccioli. Los Moratti eran una de las familias más ricas de Italia: petroleros, dueños del Corriere de la Sera y del Inter de Milán. Uno de sus familiares había sido rehabilitado por Muccioli y quedaron enamorados del proyecto. Durante los cuarenta días que estuvo preso, los Moratti (y sus guardaespaldas) vivieron en San Patrignano hasta que finalmente el juez de instrucción le dejó libre, prohibiéndole encadenar a sus internos.

Estrellato

Vincenzo Muccioli

Tras su liberación, Muccioli estaba gratamente sorprendido de que ninguno del casi centenar de internos se hubiese marchado. Además, las cosas en la granja seguían funcionando a pesar de su ausencia. Durante su arresto, Muccioli tuvo una brutal exposición mediática, con decenas de reporteros apostados a las puertas de San Patrignano. La comunidad creció y en 1983 alojaba a trescientos pacientes (tres veces más que los que vivían allí antes del juicio). Muccioli empezó a delegar sus funciones en un grupo de los extoxicómanos que se habían quedado cuando lo arrestaron y que tenían autonomía para actuar como les pareciese, dado que gozaban de toda su confianza.

Las normas de la comunidad cambiaron. Los aspirantes a entrar tenían que dormir a las puertas del lugar durante algunos días para demostrar que su compromiso con dejar las drogas era firme. Una vez eran aceptados, accedían a que durante su primer año no saldrían al mundo exterior ni recibirían visitas, llamadas telefónicas ni correo. Trescientos sesenta y cinco días, según Muccioli, era el tiempo que tardaban en superar el síndrome de abstinencia. El gestor del centro decidió ignorar la sentencia judicial que le prohibía encadenar a los internos. Cuando le invitaban a programas de la televisión, Muccioli defendía sus métodos “amorosos”: “Si mi hijo estuviera enganchado preferiría dejarlo uno o dos días encerrado que verlo en la calle, marginado o muerto”.

En 1984, después del suicidio de una interna y del intento de suicidio de otros internos, se inició un macrojuicio contra Muccioli (bautizado en la prensa como “el Proceso de las Cadenas” y que se asemejó a un carnaval). Durante varios meses, más de doscientos testigos pasaron por el juzgado. Muccioli llevó a decenas de famosos como testigos de su éxito. Los periódicos narraban que Muccioli decía ser médium y realizaba sesiones espiritistas en las que, presuntamente, se comunicaba con Jesucristo. El fundador del centro fue condenado, en un primer momento, a un año y ocho meses. Sin embargo, en el juicio de apelación celebrado en 1987 fue absuelto y su comunidad continuó creciendo.

Para entonces, San Patrignano tenía más de dos mil residentes y había un grupo de residentes, que estaban ahí desde el principio, que controlaban diversas partes del centro y castigaban a los nuevos internos. Las cadenas y las palizas estaban a la orden del día. Esto quedó patente en 1992, cuando las autoridades encontraron el cuerpo de Roberto Maranzano, asesinado a golpes, en un vertedero de Nápoles. El hombre vivía en San Patrignano desde hacía unos meses y durante el juicio quedó claro que era un paciente problemático que se fugaba constantemente.

Durante el juicio trascendió que en la carnicería de San Patrignano, además de sacrificar animales, daban palizas a los pacientes más problemáticos y que con Maranzano se les había ido la mano. Al igual que ocurrió con “el Proceso de las Cadenas”, el nuevo juicio fue seguido con detenimiento por la prensa italiana, provocando lágrimas entre los defensores de Muccioli y sus detractores. El momento álgido del juicio fue cuando salió a la luz una grabación en la que Muccioli ordenaba a su chófer que asesinara a uno de los testigos del caso.

Muccioli fue absuelto de los cargos de asesinato, pero sí que le condenaron a ocho meses de prisión por encubrir un asesinato. Apeló la decisión, pero estaba muy deprimido y se sentía víctima de una persecución. Decidió separarse de San Patrignano para garantizar su sobrevivencia. En pocos meses su salud, física y mental, empeoró y entró en coma a los pocos meses de terminar el juicio. Murió a los sesenta y un años, en septiembre de 1995. Pero consiguió su objetivo y San Patrignano sigue funcionando todavía.

Demanda

En los cinco capítulos del documental SanPa: pecados de un salvador, aparece a menudo Andrea Muccioli, hijo del protagonista. Tenía trece años cuando su padre fundó San Patrignano y narra los celos que sentía de los internos de SanPa, que captaban toda la atención de su progenitor. Al margen de su participación, el documental dirigido por Cosima Spender no le gustó nada y se sintió traicionado. Particularmente, porque en el último episodio se afirma que su padre era gay, tenía relaciones con los internos y que murió de sida. Dos terceras partes de los internos del lugar eran seropositivos y, de hecho, Muccioli puso en marcha un hospital dentro de la granja para tratarlos.

En mayo del 2021, al poco del estreno del documental, Andrea y su hermano Giacomo presentaron una demanda por difamación ante la Fiscalía de Rímini en mayo del 2021. Según los Muccioli: “El documental hace una reconstrucción distorsionada de la historia de la comunidad y del fundador, descrito como violento, misógino y homosexual”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #298

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