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¡Cuidado, no te pongan droga en el vaso!

Entre la broma pesada, la violación y la sumisión farmacológica

Si estamos mal, nos drogamos para sentirnos bien; y, si ya estamos bien, para sentirnos mejor. Pero, ¿es posible que haya quien quiera drogarnos para que nos encontremos peor?

Hace unos meses quise contribuir desde las páginas de esta revista al esclarecimiento del origen incierto del mito del denominado Hombre de los Caramelos (ver Cáñamo núm. 272, agosto de 2020), ese personaje, más menos imaginado, que en la puerta de los colegios –o en los parques– regala caramelos drogados a los niños y las niñas con la finalidad de crear futuros adictos. El tema es inagotable, y en aquel artículo se me olvidó consignar que una religiosa británica conocida como sor Patricia ya dio el grito de alarma, denunciando a principios de septiembre de 1969 en el Congreso Anual de Profesores de Escuelas Primarias, celebrado en Cambridge, que los niños de 10 a 13 años vivían seriamente amenazados por supuestos vendedores de helados, que en su lugar ofrecían “bombones de LSD”. O que el grupo Grateful Dead tiene una canción titulada “Candyman” en su quinto álbum, American Beauty, grabado entre agosto y septiembre de 1970. Tampoco dije que el músico y compositor estadounidense de origen mexicano Sixto Rodríguez tiene un tema titulado “Sugar Man”, que va de lo mismo. Y, quizá, lo más importante: que en YouTube se puede disfrutar de la entrevista que el cómico, guionista, actor, músico y conocido presentador Ángel Martín realizó al mismísimo Hombre de los Caramelos para el programa Solo comedia.


Pero el objetivo del artículo de hoy no es subsanar olvidos ni omisiones, sino traer a colación la leyenda que viene a complementar biológicamente el mito anterior. Y digo biológicamente, porque el Hombre de los Caramelos, cuya existencia cobra sentido para meter miedo en el cuerpo a infantes e infantas, ya no es efectivo para asustar a adolescentes. En efecto, destinada a la gente joven, existe otra variante del mismo mito: el peligro que representa la persona que echa droga al descuido en viandas o bebidas ajenas.

Durante años la droga que se suministraba a traición era el ácido lisérgico. De hecho, la CIA autorizó a sus propios agentes para que se intoxicaran unos a otros al mínimo despiste. Objetivo de semejante política farmacológica: que los agentes secretos estadounidenses estuvieran preparados anticipándose de este modo a una acción en ese sentido por parte de agentes soviéticos, chinos o cubanos enemigos. Lo malo es que la broma le costó la vida en 1953 a Frank Olson, un científico del Ejército de los Estados Unidos que murió en misteriosas circunstancias después de que se le hubieran administrado grandes dosis de LSD sin su conocimiento.

Sin ir tan lejos, según Javier García-Pelayo, entre las acusaciones vertidas por la gente de orden hispalense contra la mítica discoteca Dom Gonzalo, templo del underground sevillano a finales de los 60, también se mencionaban casos de chicas drogadas de manera inadvertida:

“Dom Gonzalo empezó a coger fama (por el olor de la ropa, resto imborrable del almacén químico que fue) de que allí se fumaba y se drogaban a las tías y que alguna (contorsionista, supongo) se había preñado allí. Mi madre empezó a recibir anónimos recriminatorios y un día, yendo en un autobús oigo como una madre le dice a su hija que no se le ocurra ir a esa discoteca, que te drogan y pulsando un botón se mueve la barra y te bajan a un sótano”.

Javier García Pelayo, en la foto, ya contaba que a finales de los sesenta corría el rumor de que en la mítica discoteca Dom Gonzalo “se drogaban a las tías”.
Javier García Pelayo, en la foto, ya contaba que a finales de los sesenta corría el rumor de que en la mítica discoteca Dom Gonzalo “se drogaban a las tías”.

"Circulaba la leyenda de que si se machacaba cierto número de aspirinas y se mezclaba con Coca-Cola, dándosela a beber a una chica, la muchacha en cuestión entraba en un estado de libidinosidad irrefrenable"

En 1970 el diario Pueblo informaba que en una fiesta privada celebrada en un complejo residencial en Marina del Rey (California) alguien tuvo la ocurrencia de espolvorear dietilamida del ácido lisérgico en las patatas fritas, con el resultado de que, «al poco rato, el salón parecía una casa de locos», según declaraciones de un testigo. Al parecer, hubo treinta personas afectadas, diecisiete de las cuales tuvieron que ser hospitalizadas. El culpable no fue localizado en primera instancia, pero gracias al Diario de Ibiza sabemos que se trataba de un tal Donald J. Henry, quien se declaró culpable de los cargos que se le imputaron en un juicio celebrado meses después en Torrance (California). En el verano del año siguiente el diario ABC informaba de un caso parecido: cinco empleados de un banco londinense se embarcaron en un intenso viaje psiquedélico por las calles de la capital británica después de que alguien echara LSD en la leche con la que habían acompañado el five o’clock tea. Ambos casos sugieren que lo pretendido por la mano intoxicadora no era otra cosa que gastar una broma. Una broma que bien podría ser calificada de jugarreta o barrabasada, dada la potencia de la droga en cuestión. Tanto es así que tratándose de ácido no hace falta que medie sustancia para que se produzca una situación límite, entre dramática e hilarante. En este sentido, merece la pena recordar la siguiente anécdota relatada por Antonio Escohotado:

“Para ser exactos, la experiencia más aterradora [de mal viaje] de cuantas recuerdo tuvo por sujeto a un joven psiquiatra, que llegó a la casa de campo [en Ibiza] donde celebrábamos una tranquila sesión [con LSD], y al enterarse de ello se lanzó a un largo discurso sobre psicosis permanentes y lesiones genéticas. Alguien tuvo la ocurrencia de preparar té y –una vez bebido– sugerir a aquel hombre que contenía LSD. Eso bastó para lanzarle a un violento ataque hipocondríaco, donde pasó de la amenaza de infarto a la parálisis muscular, y de ésta a una crisis de hígado, con agudos dolores que iban cambiando de localización. Conscientes de que no había LSD en el té –y literalmente paralizados por las carcajadas–, no nos dimos cuenta de la gravedad del caso hasta que vimos al sujeto precipitarse en mangas de camisa por un denso campo de chumberas, mientras gritaba que pediría ayuda a la Guardia Civil. Cuando ya estaba hecho un acerico, logramos que nos permitiera llevarle en coche a su hotel, y le juramos por nuestras vidas que su cuerpo estaba libre de toda intoxicación. Sin embargo, visitó efectivamente el cuartelillo de la Benemérita algo después (para desdicha nuestra), y durmió esa noche en la unidad de urgencias de un hospital, curándose el supuesto envenenamiento con buenas dosis de neurolépticos. Esto sucedió en 1971, y tengo entendido que actualmente es considerado una eminencia en toxicología”.

Mujeres al borde de un ataque de nervios
En Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), Pepa (interpretada por Carmen Maura) prepara un gazpacho aderezado con Valium. El Diazepan y Orfidal son las benzodiacepinas más populares en los botiquines españoles, más usados que la burundanga, la ketamina o el GHB.

“Somebody put something in my drink” cantaban los Ramones en 1985, un tema harto significativo que poco después contaría con una versión de The Meteors (1988) y más tarde con otra interpretada por Children of Bodom (2003). Sin embargo, con la llegada de los 80 el ácido perdió tirón frente a otras sustancias en aquellos momentos más en boga. Así, en la película Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), Pedro Almodóvar hace que Pepa –personaje interpretado por la actriz Carmen Maura– prepare un gazpacho aderezado con Valium para dormir a su marido y evitar que éste la abandone, aunque finalmente sean sus amigos, su familia y una pareja de la Policía Nacional quienes terminan durmiendo en el sofá. Más allá de la farmacopea legal, el protagonista de la novela de Bret Easton Ellis American Psycho (1991), Patrick Bateman, un yuppie desalmado y asesino en serie, disuelve una dosis más que generosa de MDMA en una botella de vino, para anular la voluntad y la capacidad de reacción de una de sus víctimas antes de acabar con su vida. Y Carlos Martorell, en su obra Réquiem por Peter Pan y otras crónicas decadentes (1996), describe un episodio fechado en 1985 en el que una camarera valenciana, a la que calificaba de “peligro público”, se dedicaba a drogar a traición al personal que frecuentaba la noche ibicenca con mescalinas disueltas en Schweppes de limón –al grito de “¡Il rifrisqui sicriti!”– y adictivos canapés de roquefort mezclado con heroína. A decir de Martorell, incluso un par de números de la Guardia Civil fueron víctimas de los manejos tóxicos de aquella “Lucrecia Borgia de pacotilla”.

Ignoramos hasta qué punto lo de intoxicar a agentes de las fuerzas de seguridad por el método descrito pertenece al campo de la ficción. Pero, además de Martorell, el grupo belga de rock electrónico y alternativo Soulwax recurrió a esa arriesgada acción en el vídeo promocional de su tema “E-Talking” (2004), protagonizada por una chica que dentro de una discoteca introduce una pastilla de éxtasis (MDMA) en el vaso de un policía –supuestamente de incógnito–, que acaba bailando completamente desmadrado, descamisado… dejando a la vista del público el micro oculto con el que se comunicaba con sus compañeros en el exterior de un establecimiento abarrotado por una parroquia de lo más drogota.

En el vídeo del tema “E-Talking” (2004), el grupo Soulwax contaba la historia de una chica que introduce una  pastilla de éxtasis en el vaso de un secreta.
En el vídeo del tema “E-Talking” (2004), el grupo Soulwax contaba la historia de una chica que introduce una pastilla de éxtasis en el vaso de un secreta.

En mi adolescencia circulaba la leyenda de que si se machacaba cierto número de aspirinas y el polvo resultante se mezclaba con Coca-Cola, dándosela a beber a una chica, la muchacha en cuestión entraba en un estado de libidinosidad irrefrenable. El brebaje recibía el nombre de calientaburras, pero nada puedo decir acerca de su supuesta efectividad, pues no sé de nadie que lo empleara en mi entorno inmediato. Pensaba que se trataba de una leyenda urbana del tardofranquismo, sin embargo, al documentarme para escribir este artículo, me sorprendió comprobar que tan peregrina creencia no ha desaparecido, sino que se ha transformado. Así, bajo el título de calientaburras, di con el hilo de un foro que comenzaba con la siguiente duda: “Un chaval me dijo hace tiempo que [el calientaburras] se formaba con un gelocatíl disuelto en una bebida alcohólica, y que eso si lo bebían ponía guarras a las tías. ¿Es cierto?” Sea como sea, algunas fuentes identifican el brebaje de tan soez y despectivo apelativo con la yohimbina, un alcaloide indol derivado de la corteza del árbol Pausinystalia johimbe, originario de África central. Y para ser justos, diré que en 2013 la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ordenó la retirada del mercado de todos los productos que contenían dicho principio activo.

"La compañía DrinkSavvy no ha tardado en desarrollar y comercializar una tecnología que, incorporada en el material con el que se fabrican los vasos, experimenta un cambio de color visible cuando detecta alguna droga en su contenido"

El doctor Fernando Caudevilla, buen amigo mío y auténtico experto en drogas, distingue entre las llamadas “drogas de violación” (de la expresión inglesa “date rape drug”), en el que la administración involuntaria tiene como objetivo someter a la víctima a abusos sexuales, y las denominadas “de sumisión química” que supuestamente producen que la víctima pierda su voluntad y obedezca ciegamente las órdenes de quien la ha suministrado. No está de más hacer esta distinción, aunque coinciden en lo esencial: convertir a la persona drogada en víctima involuntaria.

La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), órgano de fiscalización sobre drogas asociado a la ONU, alertaba en su informe anual correspondiente al año 2009 sobre “el nuevo problema de la utilización de sustancias para facilitar las agresiones sexuales”. En su Informe, la JIFE alentaba a los gobiernos a “sensibilizar al público en general de que los alimentos y bebidas que se dejan desatendidos pueden ser adulterados agregándoles ciertas sustancias que facilitan la agresión sexual” y señalaba al GHB o éxtasis líquido, a su precursor inmediato, la GBL, al Rohipnol y a la ketamina como las sustancias más frecuentemente implicadas en este tipo de agresiones. Aunque el informe no aportaba ninguna justificación, dato objetivo, estadístico o científico en el que se basaban sus recomendaciones, su repercusión en titulares de prensa y noticias de TV y radio durante los días siguientes en España fue muy significativa, con titulares como “La ONU alerta del auge de las «drogas de violación»” (El País 24/2/2010), “Alerta por el consumo en España de la ketamina, la droga de los violadores” (La Razón 24/2/2010), “La ONU detecta más ketamina y drogas de la violación en España”, (El Periódico de Catalunya, 25/2/2010), “La ONU alerta de la utilización de drogas que facilitan las violaciones” (El Periódico de Catalunya 24/2/2010), “Vuelven los violadores de la droga en la bebida” (Antena 3 25/2/2010), etc.

No obstante, durante estos últimos años ha sido la denominada burundanga la sustancia que ha cobrado mayor protagonismo en este sentido. El primer caso en España de sometimiento con esta droga se confirmó en septiembre de 2016, cuando una mujer de 36 años acudió a un hospital de Palma de Mallorca porque se sentía confundida, con discurso incoherente y visión borrosa. Tras varias pruebas dio positivo en escopolamina y finalmente su propio marido, con el que se encontraba en trámites de divorcio, reconoció haberle suministrado dicha sustancia. Es decir, el objetivo era el de envenenarla y no el de someterla a su voluntad.

El vídeo del joven  echándole a la chica burundanga en el vaso dio la vuelta  al mundo. Poco después se supo que era mentira.
El vídeo del joven echándole a la chica burundanga en el vaso dio la vuelta al mundo. Poco después se supo que era mentira. 

En abril de 2018 un vídeo en el que podía verse cómo un joven echaba una supuesta droga en el vaso de una chica en una fiesta electrónica recorrió las televisiones y redes sociales de medio mundo, convirtiéndose en viral. Según las informaciones iniciales, se trataba de burundanga y el hecho había sucedido en Francia. Pero como las mentiras tienen las patas muy cortas, pronto se supo que la filmación no se había realizado en Francia, sino en Escarpas do Lago (Brasil), y que no había burundanga de por medio, ni chica drogada, ni nadie había sido detenido por la acción grabada. El diario digital El Español, la web Maldito Bulo y hasta el periódico ABC se encargaron de desmentir la noticia. En este sentido, me permito recomendar la lectura del artículo firmado por Lega, seudónimo de mi buen amigo David Méndez (ver Cáñamo núm. 245, mayo de 2018), quien llegaba a la innegable conclusión de que la burundanga es a la postre una droga más usada por los periodistas que por los violadores. Tanto es así que en agosto de 2020 la prensa almeriense aireó el caso de una mujer de 70 años a la que robaron 1.500 euros y joyas tras suministrarle burundanga en Aguadulce, cuando, en realidad, lo que administraron a la pobre mujer fueron benzodiacepinas.

También fueron benzodiacepinas lo que dieron dos turistas italianos que abusaron sexualmente de dos jóvenes en Barcelona también el pasado verano. Y es que ni burundanga, ni ketamina, ni GHB son las sustancias más utilizadas en este sentido, sino las benzodiacepinas… y el alcohol de toda la vida.

Sin embargo, los papás y las mamás con hijas adolescentes aficionadas a las salidas nocturnas pueden dormir tranquil@s, pues la compañía DrinkSavvy no ha tardado en desarrollar y comercializar una tecnología que, incorporada en el material con el que se fabrican los vasos, experimenta un cambio de color visible cuando detecta alguna droga en su contenido. Y es que como dijo aquel: no hay mal que por bien no venga o, dicho de otro modo, en este mundo todo es susceptible de convertirse en lucrativo negocio.

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