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Osho: filosofía perenne 3.0

Recientemente ha sido muy celebrada la serie de Netflix Wild Wild Country sobre las andanzas en Oregón del gurú Osho, antes conocido como Bhagwan Shree Rajneesh. Se trata de seis interesantes episodios que se basan en el enfrentamiento de la comunidad de Osho con los habitantes de la zona en la que intentaron crear un paraíso en la tierra. Mucha gente joven ha quedado fascinada con una historia que, aunque relativamente reciente, desconocían. 

Recientemente ha sido muy celebrada la serie de Netflix Wild Wild Country sobre las andanzas en Oregón del gurú Osho, antes conocido como Bhagwan Shree Rajneesh. Se trata de seis interesantes episodios que se basan en el enfrentamiento de la comunidad de Osho con los habitantes de la zona en la que intentaron crear un paraíso en la tierra. Mucha gente joven ha quedado fascinada con una historia que, aunque relativamente reciente, desconocían. 

El problema de la serie es que, aun intentando mantener una cierta imparcialidad, no refleja en ningún momento la personalidad contradictoria y polifacética de Osho y de sus seguidores. No contesta la pregunta de cómo un personaje que para muchos estaba fuera de sus cabales reuniera a su alrededor miles de seguidores, la mayoría de ellos con carreras universitarias y profesionales muy competentes, que iban de abogados o ingenieros a productores de Hollywood. 

Para entender al personaje hay que aproximarse a él desde muchos ángulos. Alrededor de su figura se ha creado una pequeña industria doméstica de libros dedicados a su persona, a cargo de antiguos seguidores. Unos lo ponen a parir y otros reconocen haber pasado junto a él los mejores años de sus vidas. Tengo un vicio confesable, y es que durante muchos años he ido recopilando los libros de sus seguidores, que ocupan varias estanterías de mi nutrida biblioteca. Son fascinantes; la mayoría de ellos escritos por personas inteligentes, configuran una suerte de Sálvame Deluxe Espiritual, auténtico chismorreo cósmico, cotilleo místico de altura. 

Repito, pasan de la alabanza más elevada a considerarlo el anticristo. El gurú del sexo, como fue conocido en India, para unos es el amante perfecto, para otros impotente, para otros un voyeur y para otros asexual. También varían hasta el infinito las versiones acerca de su codicia, la posesión de cerca de cien Rolls-Royces, que algunos consideran una burla al capitalismo y otros una especie de síndrome de Diógenes transformado por el Rey Midas. Con estos coches de lujo solía recorrer un corto tramo en su comuna de Oregón vitoreado por sus acólitos. Hay quien lo considera una persona compasiva, y otros un dictador que alababa a Hitler. Pero vayamos al origen. Empecemos por el principio. 

Osho

Los comienzos 

Bhagwan Shree Rajneesh, que empezó a llamarse Osho en el año 1989, nació en Bhopal y murió en Pune. El epitafio grabado en su tumba reza: Osho nunca nació, nunca murió, solamente visitó el planeta Tierra entre el 11 de diciembre de 1931 y el 19 de enero de 1990. 

Osho confiesa que alcanzó la iluminación el 21 de marzo de 1953, cuando contaba con veintidós años. En la década de los años sesenta viajó por toda India dando conferencias como profesor de filosofía. Destacaba por su radicalidad, y arremetía contra todas las religiones y los políticos, incluyendo al propio Gandhi. También solía hablar sobre la sexualidad de una forma que escandalizaba a sus compatriotas. En la década de los años setenta se instalaría en Bombay, donde ya adoptó el papel de maestro espiritual y empezó a iniciar a sus discípulos, que recibían el nombre de neosanniasins. Ahí crearía su celebrado método de meditación dinámica. 

En ese momento confluyeron varias tendencias que ayudaron al apogeo de Rajneesh. La llegada de hippies occidentales a India hizo que pronto tuviera más discípulos occidentales que indios. 

Osho era un hombre parcialmente culto que estaba al día de todos los nuevos movimientos de la psicología humanista y los que se estaban produciendo en lugares como el mítico Esalen. Alguno de sus discípulos cuentan que hubo épocas en las que leía diez horas diarias, sumergido en su inmensa biblioteca. 

La originalidad de sus enseñanzas, como veremos más adelante, tenía que ver con esta novedosa combinación de terapia y espiritualidad, que lo llevó a Pune en el año 1974, donde estableció su legendario áshram, al que cada vez acudían más occidentales de todo el mundo. Se trataba de un caótico paraíso que combinaba la meditación y el sexo. Algunas de sus terapias fueron tildadas por algunos de brutales y, de hecho, el hospital de la zona solía recibir a muchos de sus participantes con lesiones corporales varias, por no hablar del caos psicológico que producían. Como le ocurrió a uno de los fundadores de Esalen, Richard “Dick” Price, al que rompieron un brazo en su visita a Pune. Para otros se trataba de la libertad total y de la creación de un hombre nuevo. Ahí Osho daría sus míticos discursos en el salón de Buda, que, convenientemente grabados, pasarían luego a formar parte de sus cientos de libros. 

Drogas, silencio y la aventura americana 

A finales de los años setenta, la comunidad empezó a recibir presiones del gobierno indio en relación con la evasión de impuestos y, según algunas versiones, también por la sospecha de tráfico de drogas y prostitución a la que se dedicaban las discípulas de Osho para pagarse su estancia en Pune. Como curiosidad digamos que en aquella época Nick Sand, creador del mítico Orange Sunshine y devoto de Rajneesh, tenía un laboratorio en el que fabricaba LSD frente al áshram de Pune. 

En cuanto a la comunidad de Osho y las drogas, muchos afirman que los neosanniasins del gurú pillastre fueron los primeros traficantes a gran escala de MDMA. También los pioneros en reconocer los peligros del sida y tomar precauciones antes que muchos otros grupos. 

Sobre el uso que pudo hacer el propio Osho de drogas hay referencias confusas a su afición al óxido nitroso (gas de la risa), que le proporcionaba su discípulo y dentista personal, autor de un reciente libro sobre Rajneesh digno de Groucho Marx. Otros hablan de que acabó enganchado al Valium, mientras algunos citan su consumo de opiáceos para las múltiples aflicciones que acabó padeciendo. 

Supo hacer de flautista de Hamelín de toda una generación de buscadores, y fue lo suficientemente inteligente para crear un marco en el que la gente podía moverse con absoluta libertad y sin represión sexual o de cualquier tipo

El 10 de abril de 1981, año en el que el áshram llegó a recibir a más de treinta mil visitantes, tras haber dado discursos diarios en hindi e inglés a lo largo de quince años, Osho entró en un silencio que duraría tres años y medio. Con la excusa de recibir tratamiento médico, emigró a Estados Unidos, donde acabaría fundando en el estado de Oregón la comunidad que posteriormente sería conocida como Rajneeshpuram, y con la que tuvo graves problemas con los residentes locales, que refleja muy bien la serie Wild Wild Country, y que acabó en un caos de ataques bioterroristas, la llegada masiva de homeless para alterar las elecciones locales y el rocambolesco intento de huida de Osho, que finalmente se confesaría culpable de algunos delitos para poder abandonar el país. 

A partir de entonces fue como el judío errante, de país en país, sin conseguir que le dejaran establecerse en ningún lado, incluyendo España, lo que le llevó a la casilla de salida: Pune. 

Recordemos que el rancho, de 64.229 acres, les había costado 5,75 millones de dólares, y en ciertos festivales convocaba a miles de personas de todo el mundo. Tenía hoteles y compañía propia de aviación. Fue el intento de crear un arca de Noé ante la devastadora guerra mundial que Osho vaticinaba, mientras, según Sheela –su mano derecha hasta su excomunión–, tomaba sesenta miligramos de Diazepam a diario. 

Tras su huida, se dijo que Osho había sido envenenado con talio en su estancia en prisión en Reno. Luego vino su periplo de país en país. En Madrid su avión fue rodeado por la Guardia Civil. Parecía que había conseguido un visado de larga estancia en Uruguay, cuando su presidente, Sanguinetti, recibió fuertes presiones de Estados Unidos y le obligaron a abandonar el país. No tuvo más remedio que regresar a Pune, donde volvió a hablar cada día en público cuando su salud se lo permitía. 

Osho

¿Anarquismo espiritual? 

Era partidario de una espiritualidad para ricos, y para él el ascetismo era una suerte de enfermedad. Todo ello lo decía con sus carísimos relojes hechos especialmente para él y con la idea de reunir 365 Rolls-Royces, uno para cada día. En su última fase abogaba por la unión de la serenidad de Buda con la sensualidad de Zorba. 

Su legado ha sido visto desde distintos ángulos y pasa, según la mirada, de ser divino a psicópata narcisista. Para muchos fue un autor original que hablaba con un conocimiento vivencial de la mente iluminada, mientras que para otros era el rey del recorta y pega preordenadores. Es cierto que mezcló, en ocasiones con talento, distintas tradiciones espirituales, inclinándose por las más radicales como el zen. 

Tras su amarga experiencia en Estados Unidos, en su última época arremetió contra políticos y líderes religiosos que, según él, impedían a la gente ser libre. En sus últimos escritos hay ecos de una suerte de anarquismo espiritual, mejor muerto que rendirse, que fue muy bien recibido por la juventud más contestataria. Aunque otros ven en estos mismos escritos la amargura y la envidia del líder caído a manos del país más garrulo y poderoso del mundo. 

No hay duda de que supo hacer de flautista de Hamelín de toda una generación de buscadores, y fue lo suficientemente inteligente para crear un marco en el que la gente podía moverse con absoluta libertad y sin represión sexual o de cualquier tipo. Solía dar lo que la gente le pedía, haciendo ver que era idea suya. De hecho, muchas personas que venían del mundo más radical y politizado acabaron abrazando esta espiritualidad libre que señalaba la llegada de la época del yo y el olvido de causas sociales compartidas. En este sentido hay quien considera que fue un movimiento más que revolucionario, contrarrevolucionario. Refleja bien lo que sucedió a algunos líderes yippies contraculturales como Jerry Rubin o Abbie Hoffman. Actualmente, Pune es una suerte de resort New Age para los pijos que se lo pueden pagar, como sus derivadas en Nepal. 

Recordemos que sigue habiendo mucha división de opiniones, generalmente extremas, sobre Osho, como ocurrió con sus contemporáneos Chögyam Trungpa o Carlos Castaneda, figuras carismáticas que en muchos casos acabaron denostadas por llevar a sus discípulos a la perdición y al caos psíquico. 

En España tuvimos una versión carpetovetónica con el Arco Iris de Emilio Fiel. Se solía decir que Emilio Fiel era, en relación con Osho, lo que los Mustangs a los Beatles. 

Para los grandes estudiosos de las religiones, o para los practicantes serios, Osho era una suerte de personaje de cómic espiritual, con muy poco calado, aunque cuando estaba inspirado recordaba a los grandes maestros de todos los tiempos. Sus peores momentos fueron, según mi opinión, cuando introdujo en sus charlas un humor forzado, a veces plagado de chistes malos que le proporcionaban sus discípulos. 

La radicalidad puede ser muy bienvenida, pero también a cierta edad una muestra de infantilismo y peterpanismo. Al final, como suele suceder en todo culto, sus acólitos se creían los más listos y los más guapos, olvidándose de la compasión budista. 

Tal vez uno de sus triunfos fue que todo el mundo creía entender lo que decía. Como si masticara por ellos la esencia de todas las religiones sin casarse con ninguna. Su legado está en parte vivo y en parte es arqueología, como los pantalones de pata de elefante. 

Las enseñanzas de Osho

La idea más original de Osho fue proclamar, como hace el budismo zen, que todos estamos iluminados, pero a la vez estamos perdidos en el samsara o ciclo de la vida y de la muerte. Para salir de él proclamaba que primero se necesitaba pasar por la terapia, para limpiar el espejo que finalmente reflejaría la iluminación, patrimonio de todos los seres sensibles. Pero no se trataba de cualquier terapia como el psicoanálisis, sino terapias que tenían como meta la muerte del ego; en ocasiones con resultados catastróficos como en el caso de un personaje de la realeza británica que murió en el áshram de Pune en extrañas circunstancias, tras participar en un grupo de encuentros en el que todo estaba permitido. 

En sus enseñanzas hay ciertos ecos de Krishnamurti, aunque ambos personajes no se tragaban. Según Krishnamurti, Osho le había robado gran parte de sus ideas. También tomó muchas cosas de George Gurdjieff o Wilhelm Reich en lo que se refiere a la sexualidad. 

La introducción de la terapia al inicio del proceso para preparar el terreno a lo que podríamos llamar meditación pura es una de sus ideas más originales. Su meditación dinámica en cinco fases, que pasa de la agitación a la serenidad, es otra de sus creaciones más ingeniosas. El resto de sus enseñanzas, celebradas como originales por sus seguidores, para sus detractores son un refrito de la filosofía perenne común a toda espiritualidad. 
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #250

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