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Declaración de guerra al golf

Es hora de tomar algunas decisiones drásticas para quitarle estos privilegios a unos pocos para beneficio de unos muchos. El planeta lo merece. En un campito de golf modesto de cinco mil metros cuadrados podríamos tener una fábrica de medicinas naturales, no solo de cannabis.

Soy de la firme idea de que en estos tiempos preapocalípticos necesitamos sacudirnos aquellas viejas nostalgias del siglo pasado y aceptar que el mundo nunca volverá a ser igual. Tenemos que acariciar ideas drásticas y cambios violentos como los tiempos que vivimos. Entre el cambio climático, los virus, la crisis, las guerras y la avaricia neoliberal, ya hemos cambiado el mundo para siempre. Si queremos alargar nuestra existencia y mejorar la calidad de vida de la sociedad, necesitamos soluciones lógicas.

Mientras en el siglo pasado el cannabis se veía como un villano que arrebataba la juventud y era condenado por la sociedad, ahora es una de las cosas que nos pueden salvar de la catástrofe, porque no solo produce medicina y placer, sino biocombustibles, fibras, superalimentos y muchos usos que pueden ayudar a reducir de forma sustancial los contaminantes que pululan por el orbe. Podemos hacer desde ropa hasta casas con el cáñamo.

Esto me lleva a una propuesta que puede ser considerada rara, pero que sería redituable y sustentable: expropiar los campos de golf. Tal vez dejar diez o veinte como museos de lo que fueron, un monumento al despilfarro.

Se estima que el coste anual para mantener un campo de golf oscila entre los cuatrocientos mil y los dos millones de euros al año, empleando un promedio de treinta trabajadores. Hay unos diez mil en España, cuyo coste anual de mantenimiento por dieciocho hoyos es aproximadamente de medio millón de euracos.

No existe una medida reglamentaria para un campo de golf, pero la mayoría de los campos miden entre cuatro mil quinientos y seis mil quinientos metros y consumen al año el mismo volumen de agua que doscientas mil personas. Una instalación de golf de dieciocho hoyos ocupa una superficie de sesenta campos de fútbol y necesita al año dieciocho mil millones de litros de agua, lo cual es una grosería en estos tiempos de sequía. Es un consumo equivalente al de ciudades como Oviedo, Pamplona y Salamanca.

Como siempre, Estados Unidos está a la cabeza en las estadísticas negativas. Existen en el planeta Tierra 38.864 campos de golf, aproximadamente, porque mientras escribo esto deben estar destruyendo un parque para crear otro campo no sostenible. Casi la mitad están en este país, el que más tiene. Según datos investigados, son 16.752 campos por lo menos, aunque pueden ser hasta veinte mil. Es el país que más asesinos seriales ha tenido, más shootings, más encarcelados, más guerras y la mayor concentración de campos de golf.

De este número de campos de golf, más de nueve mil son exclusive country clubs privados, donde solo entran los privilegiados que pagan cantidades exorbitantes por la membresía para estar alejados de la chusma, ya que no solo se requiere dinero, sino venir de una familia de abolengo o “respetable”. Existe un clasismo muy marcado en esos clubs exclusivos no solo con la sociedad civil sino con los caddies y sirvientes, que se desviven por atender a los viejos forrados de dinero. Un poco parecido a la realeza medieval. Prácticas que ya se deberían erradicar por el bien del pueblo y no estar gastando recursos para que una panda de políticos y explotadores se diviertan y planeen sus próximos negocios.

En Canadá existen 2.633 campos de golf, uno en la Universidad de British Columbia, en Vancouver, que es público y, como todos los demás, tiene una extensión grosera que ocupa cuadras y cuadras; casi siempre está vacío porque no importa que sea público, hay que comprar los palos y pelotas, que no son nada baratos.

No existe una regla general sobre cuántas plantas se pueden cultivar por metro cuadrado; pueden ser desde una hasta nueve. Imaginad, apreciados lectores, cuántas plantas de cannabis se podrían cultivar en uno de estos campos de golf, que hasta laguitos y minidesiertos tienen. En un campito de golf modesto de cinco mil metros cuadrados podríamos tener una fábrica de medicinas naturales, no solo de cannabis. Imaginad tener unos quinientos metros cuadrados de sativas, quinientos de índicas, quinientos para producir CBD, por lo menos mil quinientas plantas y lo demás sembrarlo con algunos árboles frutales, hortalizas y hierbas medicinales. Y cada campo, en lugar de tener su casa country club de caoba, se podría convertir en clínica y centro de secado y procesado para estas plantas de poder. También se puede convertir uno de estos suntuosos lugares “verdes” en una plantación de hemp o cáñamo industrial para ser utilizado en sus muchos usos que, como nuestros lectores saben, van desde los biocombustibles hasta hempcrete y todo tipo de textiles.

Es hora de tomar algunas decisiones drásticas para quitarle estos privilegios a unos pocos para beneficio de unos muchos. El planeta lo merece. Para acabarla de chingar, la PGA considera al cannabis como una sustancia prohibida. Se vale soñar.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #299

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