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Drogas y soledad

La soledad está estrechamente ligada con la falta de percepción de vínculos comunitarios. La bibliografía que relaciona el aumento del consumo de alcohol y drogas en personas que se sienten solas es incuestionable. Lo que es menos incuestionable son las relaciones de causalidad. De hecho, si algo hacen las drogas es precisamente facilitar la sociabilidad.

La soledad en España

Según la Encuesta Continua de Hogares, que realiza cada año el Instituto Nacional de Estadística (INE), en el 2019, último año del que se disponen datos, en España había 4.793.700 personas viviendo solas (que se corresponden con el 10,3% de la población). De esta cifra, 2.009.100 (un 41,9%, casi la mitad) tenían sesenta y cinco años o más y, de ellas, 1.452.300 (un 72,3%, casi tres cuartos) eran mujeres. Como dato curioso, que debería ir entre paréntesis, pero que por lo llamativo del mismo dejaré libre de constricciones, este 10,3% de la población que vive sola ocupa el 25,7% de los 18.625.700 de viviendas existentes.

Quedémonos con esta subpoblación que vive sola, ya que este artículo hablará de la soledad, aunque vivir solo o sola no implica ni mucho menos estar solo o sola ni tampoco sentirse solo o sola, si bien desde luego sí aumenta las probabilidades de que esto ocurra. Veremos. De las 2.784.500 personas menores de 65 años que ocupan una vivienda unipersonal, el 59,2% son hombres y el 40,8% mujeres (1.647.200, frente a 1.137.200). De las personas mayores de 65 años, como ya se ha dicho, el 72,3% son mujeres. Si afinamos un poco más por rangos de edad, nos llevamos la sorpresa de que, a medida que nos hacemos mayores, la proporción de mujeres que en España viven solas aumenta. Entre las personas menores de 25 años, la proporción está equilibrada (viven solos el 1,3% de hombres frente al 1,4% de mujeres). En la franja de los 25-34 años, la balanza empieza a desequilibrarse, viviendo solos el 10,7% de los hombres y el 7% de las mujeres. Este 7% de mujeres solas se mantiene en la franja de los 35-44 años, situándose la proporción de hombres que viven solos en un 13,2%, cifras similares a las de la franja de los 45-55 años, donde las mujeres se mantienen en un 7% y los hombres solo descienden un punto, al 12,1%. Curiosamente, en la franja de los 55-65 años los porcentajes vuelven a equilibrarse, manteniéndose la proporción de solitarios pero duplicándose la de solitarias, que pasan del 7% al 12,2%. La explicación de qué pasa en las relaciones entre géneros entre esas franjas de edad para que ocurra este fenómeno se la dejamos a la imaginación de quien esté leyendo esto. Y, a partir de los 65 años, el desequilibrio se dispara, pero en sentido contrario al que ocurría en la juventud. En la franja de los 65-75 años, la proporción de hombres que viven solos se mantiene en un 12,2%, pero en la de las mujeres se dispara al 21,5%; en la franja de los 75-84 años, los hombres solos aumentan, pero muy ligeramente, apenas tres puntos hasta el 15,3%, pero la de las mujeres ya duplica la de los hombres, situándose en un 34,1%. En la franja de los 85 años o más, viven solos el 21,8% de los hombres y el 42,3% de las mujeres. Por último, para toda la población de hogares unipersonales, la mayoría de los hombres son solteros (57,8%) y de las mujeres son viudas (46%).

Los de letras a veces se refieren a las cifras como “frías”. No sé si lo son. Lo que sí me parece claro es que sirven para informarnos de si un fenómeno es lo suficientemente relevante como para que demande una explicación, no solo acerca de las causas que hay detrás de dicho fenómeno, sino de sus eventuales implicaciones. Es imposible, en el espacio de que dispongo, analizarlas todas, así que haré un repaso somero a algunas de esas implicaciones (sin meterme en el pantanoso terreno de las causas, no sea que me ahogue), para detenerme al final en el papel que pueden ejercer las drogas para contrarrestarlas.

Encuesta Continua de Hogares (ECH) 2019, del Instituto Nacional de Estadística (INE)
Encuesta Continua de Hogares (ECH) 2019, del Instituto Nacional de Estadística (INE)

La soledad como problema de salud pública

"Las drogas tomadas en soledad son una anomalía. Introducir los psiquedélicos en un modelo psiquiátrico que entiende la salud mental como algo biológico del individuo y, por tanto, intrapsíquico incide en seguir separando a las personas de sus entornos, en vez de promover su integración a ellos"

La soledad se está convirtiendo en las sociedades modernas en un problema de salud pública que, de acuerdo con los expertos, es comparable en sus consecuencias a los derivados del tabaquismo o la obesidad. En el 2015, cuando el Reino Unido estaba aún gobernado por Theresa May, se creó un comité para evaluar el problema de la soledad que publicó un extenso informe con unas recomendaciones que no parecen haberse cumplido. En el informe se definía la soledad como “un sentimiento subjetivo e indeseable de falta o pérdida de compañía. Sucede cuando tenemos un desajuste entre la cantidad y la calidad de las relaciones sociales que tenemos y las que queremos”.

La sensación frecuente de soledad está relacionada con una menor expectativa de vida. Se asocia con un mayor riesgo de inactividad, tabaquismo y comportamiento arriesgado; un mayor riesgo de enfermedades coronarias y derrames cerebrales; un mayor riesgo de depresión, baja autoestima, problemas de sueño y una mayor respuesta al estrés, y con el declive cognitivo y un mayor riesgo de Alzheimer. Además, el hecho de sentirse solo puede hacer que una persona sea más propensa a percibir, esperar y recordar que el comportamiento de los demás no es amistoso. Esto puede aumentar la ansiedad social y hacer que se retiren aún más, creando un círculo vicioso. En términos económicos, se ha calculado que el coste asociado con la ausencia y baja productividad relacionada con la sensación de soledad, en el Reino Unido, es de unos 2.500 millones de libras esterlinas al año.

Las drogas como vehículos de cohesión social

La soledad está estrechamente ligada con la falta de percepción de vínculos comunitarios. La bibliografía que relaciona el aumento del consumo de alcohol y drogas en personas que se sienten solas es incuestionable. Lo que es menos incuestionable son las relaciones de causalidad. De hecho, si algo hacen las drogas es precisamente facilitar la sociabilidad. Aunque somos animales sociales, vivir en sociedad no siempre es fácil. De hecho, la prevalencia de lo que los psiquiatras llaman fobia social, que es la ansiedad patológica a relacionarse socialmente, dependiendo de los países y de la edad, se sitúa entre un 2 y un 16%. Por eso las drogas se han utilizado, desde tiempos inmemoriales, como lubricante social. Incluso a los borrachos más desheredados y a los yonquis más desahuciados les gusta juntarse con otros borrachos, o con otros yonquis, para emborracharse y drogarse. Solo en los laboratorios de los farmacólogos los sujetos toman drogas en soledad por voluntad propia. Si un humano puede compartir su ebriedad con otro sin ser estigmatizado, es poco probable que elija embriagarse solo si puede decidir.

Si uno se droga solo es solo porque no tiene con quién hacerlo. Por eso hay bares, clubes de fumadores y clubes sociales de cannabis, y por eso la mayoría de los encuentros sociales de este país se acompañan con alcohol. En Somalia, Etiopía y Yemen los hombres se juntan para mascar khat después del trabajo; en los países andinos, la hoja de coca es el elemento sagrado que rige toda interacción social, y en la Amazonia colombiana, las comunidades se juntan periódicamente en las malokas para tomar ayahuasca. Las drogas, tomadas en soledad, como se está imponiendo con esto que llaman “renacimiento psiquedélico”, son una anomalía. Introducir los psiquedélicos en un modelo psiquiátrico que entiende la salud mental como algo biológico del individuo y, por tanto, intrapsíquico incide en seguir separando a las personas de sus entornos, en vez de promover su integración a ellos.

Vivimos tiempos raros, de COVID, donde se promueve el aislamiento. Si a un animal social se lo aísla, se incrementan peligrosamente sus niveles de estrés y con ello las probabilidades de que enferme. Todos los modelos de uso de drogas provienen del estudio de la autoadministración de drogas en animales altamente sociales (como son los roedores) en condiciones de aislamiento (jaulas). Un comportamiento que se repite en los humanos cuando se sienten aislados y tienen la posibilidad de usar drogas. Cuando tenemos humanos libres, en entornos libres, las relaciones con las drogas son diferentes. Como ejemplo tenemos la proliferación y asentamiento de ceremonias con plantas psicoactivas de origen tradicional, como la ayahuasca, la iboga o el peyote.

Aprieten por donde aprieten, los humanos siempre buscan colocarse en compañía y así seguirán haciendo. Y los gobiernos deberían, en vez de perseguirlo, fomentarlo y cuidarlo, para evitar accidentes, especialmente en personas mayores, las que están más solas y probablemente las que más se beneficiarían de formar parte de colectivos de usuarios y usuarias de drogas. Y, mientras, operar en esas causas en las que no he entrado de por qué una experiencia tan ajena a la especie como es la soledad se está convirtiendo en un problema de salud pública. Y por qué no se hace nada al respecto.

Referencias

https://www.ine.es/prensa/ech_2019.pdf
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https://www.gov.uk/government/publications/a-connected-society-a-strategy-for-tackling-loneliness

 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #275

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