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Psiquedélicos: viaje al futuro

¿Pasaremos realmente de una psiquiatría convencional a una expansiva y psiquedélica? Todo apunta a que si hay valentía es posible que así sea

En el año 1938, cuando Albert Hofmann tenía treinta y dos años, sintetizó por primera vez la LSD. Pero sería en abril del 1943 cuando volvió sobre este compuesto que se había descartado anteriormente. Se suele decir que fue un descubrimiento serendipioso, de serendipia, que significa, más o menos, ‘descubrimiento inesperado cuando se está buscando otra cosa’. Hablando en plata, lo podríamos traducir por chiripa.

Viaje al futuro

Se ha contado miles de veces el famoso viaje en bicicleta de Albert Hofmann bajo los efectos de la LSD y se han escrito muchos libros sobre la LSD, por lo que no repetiremos lo que ya es muy conocido sobre esta sustancia.

Lo que nos interesa en este contexto es que W.A. Stoll, psiquiatra e hijo del director de investigaciones de la compañía farmacéutica Sandoz, inició los primeros estudios con la LSD en el campo psiquiátrico.

En aquella época, el universo de la psiquiatría carecía de fármacos para el tratamiento de los trastornos mentales, y la LSD fue repartida a principios de la década de los años cincuenta del siglo xx por hospitales psiquiátricos y departamentos universitarios del ramo, en todo el mundo, incluyendo España.

En la década de los años cincuenta empezaron a aparecer los primeros fármacos para uso en psiquiatría. Los más tempranos, en el 49, fueron los neurolépticos, otro descubrimiento de serendipia por Henri Laborit, en realidad un cirujano que buscaba un cóctel para sedar a los pacientes antes de operarlos. Posteriormente, aparecieron los antidepresivos como la iproniazida (otra chiripa, pues era un medicamento para la tuberculosis y alguien advirtió que algunos tuberculosos reían de chistes malos y se alegraban más de la cuenta). Finalmente, aparecieron las benzodiacepinas, cuyo producto comercial estrella fue el Valium, inmortalizado en la canción de los Rolling Stones “Mothers Little Helper”.

O sea que por un momento mágico pareció que íbamos a tener una psiquiatría psiquedélica. Pero con la llegada de estos nuevos fármacos los laboratorios farmacéuticos presionaron a los psiquiatras para que los recetaran. Los psiquedélicos eran sustancias de difícil manejo y los psicofármacos se podían recetar en cajas y debían consumirse crónicamente. El negocio estaba claro. Se eliminaba la terapia, pues en teoría el fármaco curaba por sí solo la enfermedad mental. Algo totalmente falso y de lo que los psiquiatras en un primer momento fueron totalmente conscientes. Se dieron cuenta de que los nuevos psicofármacos solo paliaban en alguna medida la sintomatología. Eran útiles para la sedación y poco más.

¿Pasaremos realmente de una psiquiatría convencional a una expansiva y psiquedélica? Todo apunta a que si hay valentía es posible que así sea

Los psiquiatras más inteligentes fueron conscientes de que no había gran diferencia entre las “drogas recreativas” y los nuevos fármacos. Pronto advirtieron que una propiedad de las sustancias químicas utilizadas en plan lúdico era su capacidad para producir estados modificados de consciencia y cambios comportamentales por virtud de su acción en el sistema nervioso. Las drogas prescritas para tratar los trastornos psiquiátricos, incluyendo las clasificadas como antidepresivos, neurolépticos o antipsicóticos, ansiolíticos y estimulantes, y otras como el litio y los anticonvulsivos, utilizados para tratar el trastorno bipolar, también modificaban los procesos mentales habituales, pero no necesariamente curaban una enfermedad, como podrían hacer los antibióticos. De hecho, las diferencias entre drogas lúdicas y medicinas recetadas por los psiquiatras constituían un constructo social.

Algunas medicaciones psiquiátricas producen efectos placenteros o euforia y han entrado también en el mercado de las drogas recreativas. Es el caso de los estimulantes como las anfetaminas, que se intentaron utilizar como antidepresivos en la década de los años cincuenta y actualmente se recetan incluso a niños para tratar el déficit de atención y la hiperactividad. Pero en realidad no se conoce sustancia alguna que sea capaz de producir una elevación del estado de ánimo de forma constante, ni lúdica ni médica. Ello tiene que ver con la forma en que funciona nuestro cerebro y sus neurotransmisores.

Lo que está claro es que las drogas que poseen efectos psicoactivos, ya se tomen terapéuticamente o de forma recreativa, afectan al pensamiento, los sentimientos y los comportamientos que conforman la base de las condiciones conocidas como trastornos mentales. Existen antiguos estudios que demostraron que no se pueden distinguir las diferencias entre opiáceos y benzodiacepinas en el tratamiento de las psicosis. En realidad, estas sustancias lo que hacen es amortiguar la afectividad y aplanar el alma. Apagan la luz para que no veamos los detalles. Auténticos estupefacientes: ‘que provocan sueño o estupor’.

Pronto los psiquiatras tuvieron que reflexionar sobre la peliaguda cuestión de por qué unas drogas psicoactivas estaban prohibidas y otras no. Para un científico no había diferencia alguna.

De nuevo en el cruce de caminos

Cruce de caminos

Creo que estamos otra vez, por suerte, en una encrucijada que podría ser plasmada en un blues de Robert Johnson como “Crossroad”. Cruce de caminos entre la represión: psiquiatría convencional, y la expansión: psiquiatría psiquedélica.

Tengo la sensación de que el futuro pinta bien, pues, aunque todavía no ha llegado a la gente común, los laboratorios farmacéuticos están tirando la toalla y puede que dejen de patentar nuevos psicofármacos. En realidad, los nuevos son los mismos perros con distintos collares. Lo que dejará el campo libre de nuevo a los psiquedélicos y volveremos a la canción de Jimi Hendrix “If 6 Was 9” (si 6 fuera 9).

Pero es importante que los psicoterapeutas psiquedélicos estén a la altura y reconozcan que la psiquiatría convencional es una ciencia perversa. Tienen que tener también mucho valor para cambiar las ideas sobre lo que es realmente la sanación. Hasta ahora la psiquiatría consideraba curación el hecho de que las personas volvieran al redil y cumplieran con sus obligaciones sociales. No andan muy desencaminados los que consideran a la psiquiatría una “ciencia” aliada con el poder, utilizada en muchos casos para reprimir a las personas que tienen ideas y comportamientos originales y que pasan de las normas sociales creadas para beneficiar a una casta de corruptos.

Recordemos que los psiquedélicos se prohibieron cuando se volvieron un arma de combate para la contracultura y los antisistema. Muchos de los que tomaban psiquedélicos parecían rasgar un velo de ilusión social, como si despertaran de un sueño, por no decir una pesadilla, y comprobaran que el rey estaba desnudo.

En el uso terapéutico de los psiquedélicos nunca dejará de haber un componente social y hasta político. Tal vez la CIA tenía razón al creer que la LSD era la droga de la “verdad”.

Un mañana esperanzador

Un mañana esperanzador

Es posible que exageren los que creen que el uso de los psiquedélicos puede salvar a la humanidad del desastre ecológico que se nos viene encima, pero quizás sirva para crear una mayor consciencia de que somos uno con la naturaleza, como cualquier psiconauta ha experimentado repetidas veces.

El futuro, insisto, parece esperanzador. Recientemente, el psicólogo Iker Puente ha publicado un libro titulado: Investigación y psicoterapia psicodélica, pasado, presente y futuro (La Liebre de Marzo), en el que entrevista a unos dieciséis personajes, muchos de los cuales ya están trabajando legalmente con MDM, LSD o psilocibina. Van desde veteranos como Stanislav Grof (autor del prólogo), Claudio Naranjo, Jim Fadiman y William Richards, hasta jóvenes investigadores como José Carlos Bouso, Jordi Riba, Michael Mithoefer y Robin Carhart-Harris.

Hace poco, MAPS ha organizado en San Francisco un gran congreso sobre psiquedélicos que parecía un avance del cincuenta aniversario del Verano del Amor. Se habla de un nuevo renacimiento psiquedélico en todo el mundo, y las sociedades para el estudio de los psiquedélicos crecen como hongos de psilocibina tras la lluvia.

Tripi en el hospital

Algo difícil de predecir en el futuro es si los psiquedélicos pasarán de las garras de la prohibición a las del estamento médico sin dejar un espacio para los psiconautas lúdicos o espirituales.

Otro aspecto que hay que considerar es el tema de la LSD y las microdosis, que empieza a hacer furor. Desde amas de casa hasta ejecutivos están utilizando la LSD de forma casi homeopática. Existe la leyenda de que Albert Hofmann fue un precursor en este singular uso de la LSD. Sus usuarios hablan maravillas de esta utilización tan sorprendente de uno de los psiquedélicos mayores.

¿Y si resulta que los hippies tenían razón?

Los hippies tenían razón

Sintetizando mucho, vaticino que en los próximos veinte años asistiremos a un uso del MDMA para el tratamiento del estrés postraumático. De hecho, ya es algo que se está haciendo en la actualidad con veteranos de Irak y Afganistán. El Ejército americano, paradójicamente, es uno de los máximos defensores de esta modalidad terapéutica, y están forzando el que se emplee su uso en los marines que vuelven desquiciados de sus misiones. Por el momento ya hay listas de espera, pues el tratamiento todavía no está muy extendido y está poco generalizado.

No tengo tampoco dudas de que pronto la ketamina se utilizará para el tratamiento de la depresión. Ya se han hecho algunos ensayos clínicos con resultados muy esperanzadores.

Otros usos posibles serán los de la LSD y la psilocibina para tratar a enfermos terminales de cara a que puedan pasar su último trance con mayor serenidad. Ya existen algunos estudios que recogen los que se hicieron en la década de los años sesenta, y confirman su idoneidad para estos casos.

También se espera utilizar la psilocibina para dejar la adicción al tabaco. Existen estudios previos muy positivos al respecto. No olvidemos tampoco los trabajos, ya en marcha, que utilizan LSD o psilocibina en el campo que podríamos llamar de la espiritualidad. Recogiendo también los interesantes estudios hechos en la década de los años sesenta sobre los estados místicos producidos por los enteógenos.

Supongo que se seguirá profundizando en los estudios con ibogaína para tratar las adicciones a los opiáceos o la cocaína. Estos ensayos son todavía ilegales en Estados Unidos, pero se han abierto algunas clínicas en países del Tercer Mundo.

Hay también estudios prometedores que confirman que la ayahuasca es útil en el tratamiento de la depresión y las adicciones. Por supuesto, seguirá aumentando su uso en el contexto de las religiones ayahuasqueras: Santo Daime, União do Vegetal, etc.

Tapas psicodélicas

Otra posibilidad futura, aunque posiblemente algo remota, sería la creación de modernos Eleusis, en los que las personas puedan tomar psiquedélicos fuera del contexto médico, en un marco de crecimiento personal y en el que los psiconautas puedan profundizar, utilizando terminología junguiana, en su proceso de individuación.

Es posible también que se retomen los estudios sobre creatividad utilizando psiquedélicos, en los que artistas y científicos puedan explorar y llevar a sus límites la imaginación.

No es tan descabellado hablar de una nueva psiquiatría psiquedélica, pues los psiquedélicos pueden ser útiles en la mayoría de los trastornos mentales que aparecen en el Manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales (DSM).

Es difícil predecir el papel que tendrán las compañías farmacéuticas en esta nueva era de una farmacología de tintes cósmicos que no tiene precedentes, excepto en los primeros ensayos de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado con los psiquedélicos.

¿Pasaremos realmente de una psiquiatría convencional a una expansiva y psiquedélica? Todo apunta a que si hay valentía es posible que así sea, y tal vez podamos cantar el blues de Bob Margolin, guitarrista de la Muddy Waters Blues Band, titulado: “Maybe the Hippies Were Right” (¿Y si resulta que los hippies tenían razón?).

Ilustraciones: Marta Altieri

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #237

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