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Aventuras y desventuras de un policía antiprohibicionista

Entrevista al inspector jefe José Luis Flores

Convencido del estrepitoso fracaso de la guerra contra las drogas, el inspector José Luis Flores no ha dudado en formar parte de Law Enforcement Action Partnership (LEAP) y participar en el lanzamiento de la filial española de esta organización internacional de policías en contra de la prohibición y a favor de la reforma en las políticas de drogas.

José Luis Flores (Madrid, 63 años) ha sido inspector jefe de Policía con una vasta trayectoria en la persecución del narcotráfico. Tras iniciar su carrera policial en el grupo de atracos de Barcelona, pasó a formar parte del grupo de estupefacientes de la Ciudad Condal durante los movidos años ochenta y, ya en 1989, lo ascendieron hasta la Unidad Central de Estupefacientes, donde estuvo hasta 1996, año en el que fue destinado como agregado policial en Colombia. Las numerosas operaciones conjuntas con las fuerzas de seguridad colombianas le dieron a Flores un gran conocimiento del negocio del narcotráfico desde su lugar de origen. A su regreso en el 2006 fundó y lideró la primera Unidad de Agentes Encubiertos de la Policía Nacional, infiltrándose él mismo en varias organizaciones criminales que ayudó a desmantelar.

Una trayectoria de película que culmina con la certeza de que “las políticas represivas, absolutistas y reaccionarias, herméticas e inmovilistas que dirigen la guerra contra las drogas más que la solución son el problema”. Convencido del estrepitoso fracaso, Flores no ha dudado en formar parte de Law Enforcement Action Partnership (LEAP) y participar en el lanzamiento el pasado mes de abril en Barcelona de la filial española de esta organización internacional de policías en contra de la prohibición y a favor de la reforma en las políticas de drogas.

Por motivos de seguridad, no hemos podido incluir fotos del entrevistado.

¿Cuáles son tus orígenes?

Nací en el Puente de Vallecas, pero me crie en San Cristóbal de los Ángeles, un barrio que se creó a las afueras de Madrid para los empleados de Renfe. Mi padre era enfermero y trabajaba como ATS en el botiquín de la empresa de transportes. En los setenta fue un barrio muy afectado por el consumo de heroína. Tuve amigos que se engancharon y alguno que murió. Muchos conocidos del barrio eran yonquis y perdieron la vida.

¿Por qué decidiste ser policía?

Vi mucho sufrimiento, mucha gente venirse abajo y acabar con su vida con la heroína. Aquello sin duda me marcó y quizá haya contribuido a que me dedicara a las drogas. Además, era un barrio donde había bandas violentas y muchos atracos. Un día estábamos tomando unas cañas y llegaron un par de tipos con una pinta muy rara preguntando por el Moncho. El Moncho era el tipo más malo del barrio, nos había atracado a todos, en el instituto nos quitaba lo que lleváramos y todo el mundo le temía. Aquel día el Moncho estaba en el bar y resulta que los tipos eran policías. ¡Se llevaron detenido al tipo que tenía atemorizado al barrio! Creo que aquello también me influyó a la hora de ser policía. En mi familia nunca hubo policías. Estudié Química porque no me llegaba la nota para Medicina. Cuando estaba en tercero, allá por el 78, me dio por preguntar lo de ser secreta. Me fui a la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol y pregunté directamente al policía de la entrada: “¿para ser secreta qué hay que hacer?”. [Risas.] Incluso el tipo me preguntó si me refería a secreta del cuerpo superior y yo no tenía ni idea. Solo sabía que quería ser secreta, como los que se llevaron al Moncho. La cuestión es que en aquel momento todavía no se había aprobado la Constitución y tenía que tener veintiún años para acceder. Tenía diecinueve, así que rellené el formulario y esperé a que se aprobara la Constitución. Las oposiciones tardaron un par de años en salir. Así que iba a una academia para preparar las oposiciones a policía mientras mis padres pensaban que iba a la universidad. Si le hubiese dicho a mi padre que dejaba la universidad para ser policía, se hubiera muerto. Así que les informé cuando aprobé las oposiciones y tuve que ir a la Escuela de Policía.

¿Se lo tomaron muy mal?

Al final mi padre no se lo tomó tan mal porque uno de los ATS que trabajaba con él era policía. Y por lo visto eran muy buenos amigos. Así que no se lo tomó tan mal como esperaba y, al final, supongo que pensó que ser funcionario no era mala opción.

De médico a policía hay un trecho…

Soy así, tengo estos ramalazos y esas contradicciones vitales. En la universidad, me afilié a la CNT. Soy un ecléctico. No estoy sectarizado. Hay cosas que veo bien de unos y de otros y no tengo ninguna ideología convencional. Es como ser policía al tiempo que criticas el prohibicionismo.

“El tema de las drogas ahora ni preocupa ni interesa a nadie. En el último barómetro del CIS, las drogas casi ni aparecen, mientras que en los años ochenta se encontraba entre las tres primeras preocupaciones. Se suma el hecho de que los políticos no se atreven a afrontar el tema porque es delicado y controvertido”

A finales del 78 se aprueba la Constitución y en el 79 empiezas a prepararte para las oposiciones. En 1980 entras a formar parte del cuerpo de Policía. ¿Qué es lo primero que haces?

Los tres primeros años estuve en el grupo de atracos de Barcelona. En esa época, los ochenta, la mayoría de atracadores eran yonquis. En 1983 solicité entrar a estupefacientes. Es una perspectiva totalmente diferente de atracos, donde tratabas con personas que necesitaban costearse el consumo, mientras que en las brigadas de estupefacientes nos dedicábamos al narcotráfico a gran escala. No tienes mucha relación con el menudeo, los camellos y quienes consumen. Son dos poblaciones totalmente distintas. De hecho, la mayoría de los narcotraficantes no consumen y, si consumen, lo hacen ocasionalmente para celebrar algo. Y no se fían de alguien que consume.

Justo en los años ochenta y noventa, quizás porque había esta alarma social ligada al consumo de heroína, podíamos ver en la televisión pública debates de nivel sobre la regulación, donde además había un par de policías habituales en las tertulias. Hoy en día, ni debates de nivel ni rastro de voces policiales que cuestionen las políticas de drogas. ¿Qué pasó?

El tema de las drogas ahora ni preocupa ni interesa a nadie. En el último barómetro del CIS, las drogas casi ni aparecen, mientras que en los años ochenta se encontraba entre las tres primeras preocupaciones de la sociedad española. Se suma el hecho de que los políticos no se atreven a afrontar el tema porque es un tema delicado y controvertido. Si no ven que puede sumar votos, sino que más bien les resta, no les interesa.

Evolución de la percepción del problema de las drogas en la sociedad española
En pocos años, la percepción de las drogas como problema ha pasado de encabezar la lista de las preocupaciones de los españoles a dejar de interesar.

Plata o plomo

“Nunca quise llevar armas. Y eso que en Colombia me insistieron mucho. Me preguntaban qué iba a hacer si me secuestraban y les respondía que, si no llevaba arma, tenía posibilidades de sobrevivir. Pero si me pillaban con un arma, estaba muerto. Así que prefería no llevarla. Y luego también porque tienes que estar muy loco para disparar a matar a otra persona. Hablamos de quitar una vida”

En 1996 empiezas una nueva etapa en tu carrera como agregado policial en Colombia. ¿Cuál es tu función allí?

La función de un agregado policial es ser el enlace entre la policía del país que te acoge y tu país. Es una cooperación en todo tipo de niveles, tanto formativo como operativo.

¿Cuál fue tu impresión cuando llegaste por primera vez al país?

Ya había visitado Colombia por primera vez en el 95 cuando había un problema de seguridad importante en Bogotá. Me llamó mucho la atención la cantidad de armas que podías ver; había gente armada por doquier. Ibas a cualquier establecimiento y en la entrada siempre había un tipo con escopeta.

Ya era la época post-Escobar, entonces.

En esa época dominaban los hermanos Rodríguez Orejuela, del cártel de Cali. Se cargaron a Pablo Escobar, pero la situación en Medellín era impresionante. Cuando llegué a Bogotá con mi mujer, alquilamos un piso sin muebles. Un tipo de la Interpol nos recomendó ir a Medellín a comprar los muebles, que allí nos podía acompañar el jefe del DAS (cuerpo policial desaparecido). Fue alucinante. Mi mujer fue a ver los muebles en un Land Cruiser blindado, con cuatro tipos armados con metralletas que la escoltaban todo el rato, mientras que por la radio se podía oír constantemente que había un tiroteo en tal lugar o que en tal otro había compañeros heridos.

La muerte de Escobar no sirvió para apaciguar la violencia.

El tema de la violencia ya estaba arraigado en Colombia. Quizá hoy en día ya no matan a tantos policías, pero la violencia sigue presente. En aquella época había una unidad de investigación, Cuerpos Técnicos de Investigación (CTI), una policía judicial que dependía de la Fiscalía. Pedí acompañarlos para ver cómo trabajaban el levantamiento de cadáveres. En una sola noche de fin de semana llenaron tres furgones, ¡cada uno con seis cadáveres! Todo homicidios. El nivel de violencia ha disminuido bastante, pero por aquel entonces era impresionante. En las discotecas incluso había taquillas para dejar las pistolas y, por la noche, no podías parar en los semáforos porque te atracaban. La situación cambió radicalmente a partir del 2000-02. Quizá a raíz del alcalde Antanas Mockus; era filósofo y un tipo muy curioso que aparecía en las noticias por cosas como casarse subido a un elefante. Estaba como una cabra, pero hizo mucho para bajar la criminalidad en Bogotá.

¿Era legal portar armas?

Tenías que tener licencia, pero se la daban a cualquiera. Y también había muchas armas ilegales. A mí mujer la bajaron del taxi a punta de pistola ¡el mismo taxista! ¿Por qué tenían armas los taxistas? Porque cuando se desmovilizó el Ejército Popular de Liberación (EPL), un grupo guerrillero de Colombia, el gobierno les facilitó taxis y autobuses para reinsertarlos. Así que todos tenían sus armas. Recuerdo que un fin de semana hubo un enfrentamiento entre taxistas y murieron cuatro. El enfrentamiento dio lugar a una gran redada a los taxis para buscar armas. ¡Se encontraron hasta granadas de fragmentación!

¿Tú llevabas armas?

Nunca quise llevar armas, ni en España ni en Colombia. Y eso que en Colombia me insistieron mucho. Me preguntaban qué iba a hacer si me secuestraban y les respondía que, si no llevaba arma, tenía posibilidades de sobrevivir. Pero si me pillaban con un arma, estaba muerto. Así que prefería no llevarla. Y luego también porque tienes que estar muy loco para disparar a matar a otra persona. Hablamos de quitar una vida.

Además del nivel de violencia, ¿qué otras diferencias hay con España?

El nivel de corrupción: al tener tanto poder económico, tienen mucho poder para comprar voluntades. Durante mis años en Colombia hicieron jefe del aeropuerto de El Dorado a un amigo. Era un puesto que rotaban cada seis meses precisamente para evitar la corrupción. Le contactaron en su segundo día de trabajo con el mensaje: “Debes colaborar y hacer la vista gorda, porque sabemos que tu mujer va a tal lugar, tu hijo a tal escuela...”. Es decir, plata o plomo. No era cuestión de que los tipos fueran inmorales o corruptos, es que no había alternativa. Accedes o te matan, a ti o a tu familia. De hecho, hubo un director de la policía, Rosso José Serrano, que hizo una gran criba. Fue tal la criba, que tuvo que parar o se quedaba sin efectivos. Retiró a muchos de la calle para ponerlos en puestos administrativos.

Entiendo que, en ese contexto, se respiraba el miedo en la sociedad colombiana.

Sin duda, había miedo. Una anécdota. En otra de mis visitas a Medellín, salimos por la noche a la discoteca en las afueras. Al entrar había un hall, con unos bancos a cada lado llenos de tipos con metralletas. Eran los escoltas de quienes estaban dentro. ¡Imagínate tener cualquier altercado allí dentro! Hay miedo y se toman medidas de seguridad como disponer de un portero veinticuatro horas para el edificio y otro para el parking. La gente sabe que no puede ir sola a ciertas horas o meterse en determinados lugares. La violencia en Colombia y en México pertenece a la idiosincrasia del país. En las grandes ciudades, dominan los narcos y en las zonas rurales, los grupos paramilitares y guerrilleros. Siempre hubo un ambiente de violencia asumida.

En aquellos años también trabajaste con la DEA, que aquí suena a película de acción.

Colaboramos cuando había algo entre los países. Pero, de hecho, he trabajado más con la DEA cuando estaba en España, en encubiertos y cuando estuve en la Central de Estupefacientes que se encarga de los casos internacionales.

Agente encubierto

“Vas viendo que se gasta cada vez más dinero en esta lucha pero cada vez hay más demanda, hay más facilidad para conseguir drogas y aparecen nuevas sustancias. Y cuando dispones de tiempo, empiezas a preguntarte: ‘¿qué estamos haciendo?’”

Regresas de tu experiencia en Colombia en el 2006, cuando fundas la primera Unidad de Agentes Encubiertos de España. Me llamó la atención que fuera tan reciente.

El agente encubierto se reguló en España en 1999. Hasta entonces, la técnica de encubiertos se utilizaba de una manera alegal, aunque siempre con los límites muy claros porque te jugabas tener problemas con la justicia. En España, a diferencia de otros países, la unidad de encubiertos solo se puede utilizar para organizaciones criminales y siempre con orden judicial, nunca para menudeo o delitos menores.

¿Es el narcotráfico el negocio ilegal más lucrativo?

Es, junto al tráfico de armas y la trata de personas, de los negocios ilegales más lucrativos a nivel global. En España, de los tres, seguro que el más lucrativo es el narcotráfico.

El crimen organizado, ¿es específico o diversifica sus negocios?

Por lo general, en España, es específico. Puede existir interrelación entre ellos, por ejemplo, quienes se dedican a la trata de blancas también suministran drogas a las chicas, pero son negocios independientes. Quizá los países del Este sí lo mezclan con prostitución o armas. Además, en España no existen mafias como en otros países que sí diversifican el negocio ni tampoco somos un país con mucho tráfico de armas. En los años que hemos investigado las redes criminales aquí, quien se dedica al narcotráfico no comete otros delitos, excepto el blanqueo de capitales, que es intrínseco al negocio.

Ya que lo mencionas, ¿a dónde va a parar el dinero del narcotráfico?

Esa es la pregunta del millón. ¿Cómo llegan a la economía formal miles y miles de millones?, ¿quién es el beneficiario final y para qué lo utiliza? Quizá aquí reside la respuesta de por qué a pesar de todo se mantiene el prohibicionismo.

Se dice que el narcotráfico significó la escalada del crimen organizado local –es decir, mafias como la italiana, la americana, la japonesa o la rusa– al crimen organizado transnacional.

Las mafias como la italiana o la americana eran redes criminales locales que se dedicaban a la prostitución, las armas, el juego, la extorsión y el sicariato. Pero con las drogas, al ser un negocio transnacional, se vieron obligados a tener otras relaciones. Supuso un cambio para las mafias ya establecidas de antaño. Así que, en Europa, a excepción de Italia, no ha supuesto un gran cambio.

El ingenio para esconder las drogas.

¿Qué cambios se han producido en el narcotráfico en los últimos veinte años?

Principalmente, el narcotráfico ha proliferado. Hay mucha más demanda, mucha más oferta y, cada vez, más facilidades para el transporte. En el 95 no había vuelos directos a Bogotá. Ahora hay dos o tres vuelos diarios. Hay más medios y mayor frecuencia de transporte, lo que facilita el narcotráfico. Otro factor que ha influido es la digitalización de las comunicaciones, que dificulta la investigación porque es más difícil intervenir un correo electrónico o un whatsapp que un teléfono en aquella época. Las técnicas de investigación a medida que se han ido conociendo han perdido eficacia. Es el problema que hemos tenido siempre. Cuando empecé a trabajar en drogas en el 83, intervenías un teléfono fijo y solo te tenías que sentar, escuchar y salir a detener. Pero cuando empezaron los juicios, se dieron cuenta de que estaban detenidos por las conversiones telefónicas, así que cada vez utilizaban menos los teléfonos. Luego aparecieron los móviles y fue otra época de bonanza, porque se fiaban de los móviles y pensaban que no se podían intervenir. Luego se dieron cuenta de que se podían intervenir y fue otra época de parón. Llegaron luego las Blackberry, el WhatsApp…; todas estas innovaciones dificultaban la investigación. Y esto es lo que da valor al agente encubierto. Porque puedes evitar hablar por teléfono o escribir por correo, pero siempre vas a necesitar una interrelación personal. Necesitas al cliente o al que te proporciona un medio para realizar una operación, y eso no lo pueden evitar. Las organizaciones criminales siempre van a necesitar de alguien para llevar a cabo su actividad.

¿Has pasado en algún momento miedo de ser descubierto?

Por supuesto. Pero a diferencia de otros países como Estados Unidos o Colombia, en España si descubren a un agente encubierto, el peligro de que te maten es nimio. Estoy convencido de que una organización criminal se da cuenta de que tiene un policía infiltrado y lo que hace es apartarlo. En otros países, te matan. Otro tema es que, en un operativo, por ejemplo, una compra de drogas, te quieran atracar y te maten sin saber que eres agente.

¿Te has encontrado en esta situación?

Nunca. Además, tenemos una legislación tan garantista que el tema de comprar drogas es muy delicado porque enseguida la defensa te va a acusar de provocación del delito.

El coco y la coca

El ingenio para esconder las drogas.
El ingenio para esconder las drogas. José Luis Flores cuenta varias anécdotas al respecto, como cuando incautaron quinientos kilos de cocaína impregnada en mantas y ponchos, o cuando “llegó en cocos y estuvimos tres días en un contenedor abriendo cocos porque no todos contenían coca”.

"Es cierto que la producción de cocaína hace mucho daño al Amazonas, pero la responsabilidad no es de quienes consumen, sino de las políticas de drogas que lo permiten"

Antes has mencionado las dificultades en la investigación por la constante innovación tecnológica en las comunicaciones. El ingenio y la innovación tecnológica también suponen un desafío en cuanto al transporte. Jugando al gato y al ratón.

¡Y siempre van por delante! Constantemente inventan métodos y técnicas de transporte. Una vez hicimos un registro en una casa en Barcelona donde sabíamos que había llegado cierta cantidad de cocaína de Colombia. Encontramos unos cubos con un mejunje raro que resultó que era cocaína. Pero sabíamos que había más y tras presionar, el tipo nos dijo que estaba en la caja. Nos señaló una caja de metacrilato. Pensábamos que nos estaba vacilando porque la caja estaba vacía. ¡Pero era la propia caja! Otro ejemplo de innovación fue cuando descubrimos que hacían la estructura de la maleta con cocaína. Incluso los perros no detectaban el olor y en muchas ocasiones ni siquiera reaccionaban a los test de detección. En otra ocasión incautamos quinientos kilos de cocaína impregnada en mantas y ponchos. Y, en otra, llegó en cocos y estuvimos tres días en un contenedor abriendo cocos porque no todos contenían coca. ¡A simple vista era imposible saberlo!

¿Cuál estimas que es el porcentaje de incautación respecto a la producción?

Diría que el narcotráfico tiene en cuenta una pérdida de un treinta por ciento en sus transacciones, aunque es muy difícil de saber. En Colombia hay hasta cuatro cosechas de coca al año, y el alcaloide cada vez es mejor y más rentable. Sabemos con certeza lo que se incauta, pero no lo que se produce.

Hace algunos años decidiste estudiar Criminología.

Me matriculé pero tardé mucho en acabarla porque no disponía de tiempo. Cuando estábamos al principio en estupefacientes, no había policía básica, éramos todos inspectores de policía. Allá por el 93 empezaron a entrar en las brigadas la policía básica y los sindicatos empezaron a organizarse y a reclamar horarios. Nosotros no teníamos horarios. De hecho, teníamos un jefe muy cachondo que cuando no teníamos mucho lío decía: “Bueno, señores, ya que no somos puntuales al entrar, seámoslo al salir”. Era imposible cumplir horarios, trabajábamos mañana, tarde y noche, incluso los fines de semana. Cuando los sindicatos luchaban por la jornada de treinta y siete horas y media y no hacer horas extras porque la Administración no podía asumir el coste, se acordó recuperarlas con días libres. Un día nos dio por calcular las horas de tan solo una operación, no recuerdo si fue la de los cocos o las mantas, pero en tan solo aquella intervención ¡nos tenían que dar tres meses de días libres! Por eso me matriculé en Derecho en varias ocasiones y universidades, pero nunca logré acabarla. Y lo mismo me pasó con el inglés. Pero sí que finalicé Criminología porque ya no estaba en activo y tenía tiempo.

Y acabaste con un excelente en tu trabajo de fin de grado. El título lo dice todo: “La lucha contra las drogas: prohibicionismo, solución o problema”. ¿En qué momento te das cuenta del fracaso?

Con el paso del tiempo vas viendo que se gasta cada vez más dinero en esta lucha pero cada vez hay más demanda, hay más facilidad para conseguir drogas y aparecen nuevas sustancias. Y cuando dispones de tiempo, empiezas a preguntarte: “¿qué estamos haciendo?”. Empiezas a reflexionar y a documentarte con libros como Aprendiendo de las drogas, de Escohotado, y La solución, de Araceli Manjón.

Una de las cosas que mencionas en tu trabajo es que el prohibicionismo es un fenómeno fundamentalmente estadounidense. Estados Unidos lidera e impone la política de drogas como una forma de control interno, pero también de control externo que justifica la invasión militar en otros países.

Estados Unidos es así: quiere imponer su ideología y sus criterios. Empezaron a nivel interno con el alcohol y siguieron con las drogas porque las utilizaban determinados grupos étnicos. De hecho, el primer intento de globalizar el prohibicionismo fue antes de la primera guerra mundial, pero no había interés y asistieron la mitad de los países convocados. Al finalizar la guerra, Estados Unidos lo metió en el tratado de paz y logró así que se adhirieran la mayoría de los países. Se impusieron el imperialismo y el poder económico estadounidense, que sigue hoy en día chantajeando al resto de los países bajo la amenaza de retirar ayudas y descertificarlos. Y hay algo muy evidente en este asunto. Es un país que prohibió el alcohol y sufrió las consecuencias de la prohibición, las mismas que asumen ahora países productores como México y Perú, como la violencia, la corrupción o las mafias. Además, seguía consumiéndose alcohol, apareció el alcohol adulterado y las conocidas consecuencias para la salud. Así que levantaron la prohibición del alcohol, pero mantienen las otras drogas porque no sufren en primera persona sus consecuencias como país productor.

En ocasiones podemos escuchar cosas como “cada vez que esnifas una raya estás dañando al Amazonas”.

Es cierto que la producción de cocaína hace mucho daño al Amazonas, pero la responsabilidad no es de quienes consumen, sino de las políticas de drogas que lo permiten. El daño medioambiental tiene lugar tanto en el momento del cultivo de la coca por la deforestación como en el momento de la producción de cocaína, cuyos desechos de productos tóxicos como clorhídrico, sulfúrico, amoniaco y manganato van directamente a los ríos. En el 2002, con el Plan Coca de Colombia, muchos agricultores de coca cambiaron al cultivo de palmito o caña, pero al mismo tiempo se adentraban quinientos metros en la selva, deforestaban y cultivaban su hectárea de coca. Todo esto son efectos del prohibicionismo. Si existiera una producción legal, se tomarían medidas de protección del medioambiente, se controlarían los desechos como ocurre en cualquier industria.

¿Existen estas reflexiones en tu colectivo?

Es difícil. En mi caso, he tenido ciertas experiencias que me han dado una visión más amplia del fenómeno y del fracaso de una política errónea. Hablas con gente de la DEA que te cuenta los millones de dólares que invierten en Colombia, en recursos y en informantes que los engañan. Hacíamos cuentas de las toneladas que se producían y el precio por tonelada. Conclusión: con lo que gastaban podían comprar toda la producción y quemarla para que no hubiera coca en todo el mundo. Sería mucho mejor si este dinero se gastara en educación, prevención y reducción de daños. Porque, además, cada vez hay más. ¿No nos damos cuenta de que estamos haciendo algo mal? Pero es una visión que he ido acumulando con la experiencia en diversos escenarios. He necesitado tiempo para pensar y reflexionar, algo que no tenía mientras estaba trabajando. El trabajo de investigación en drogas es muy intenso y son muchas horas. Cuando sales, no estás pensando en las drogas, en si hay muchas o pocas, solo quieres descansar.

Policías contra la guerra

Durante el acto ‘Voces policiales en las políticas de drogas. Hablemos con honestidad’.
Durante el acto ‘Voces policiales en las políticas de drogas. Hablemos con honestidad’.

Qué pensaste cuando oíste hablar de LEAP, una organización de policías que sí se plantea todo esto.

Me llamó mucho la atención y creo que es una iniciativa muy interesante. Sin embargo, el problema es que el tema de las drogas ni interesa ni preocupa. Antes con la heroína había mucha inseguridad: todos los días había atracos en bancos, te robaban el coche, te atracaban con la jeringuilla, entraban en las casas… Se generó un contexto de mucha inseguridad que preocupaba pero que fue desapareciendo. Hoy en día existen otros temas que preocupan a la sociedad, como el tema energético o la inflación. Incluso las personas que consumen tienen poco interés en el tema. Veinte años atrás si querías comprar tenías que meterte en suburbios o en determinados lugares oscuros. Ahora puedes encargarlo por internet. Así que una de las principales preocupaciones que tenía quien consumía de forma ocasional, ahora ya no la tiene. Es otro hándicap a la hora de querer concienciar sobre lo absurdo del prohibicionismo.

El pasado abril participaste en el evento de presentación de LEAP en España.

Fue muy interesante, pero insuficiente. No se puede abordar un tema tan complicado en quince minutos ni en una mañana. Se necesita más tiempo. Y otro punto crítico fue el aforo. El público asistente estaba ya convencido, por lo que no se generó debate. Lo interesante es involucrar a gente que esté a favor del prohibicionismo y tener la oportunidad de ganar el debate porque, al fin y al cabo, sus argumentos son fácilmente desmontables. Y es de Perogrullo. Estamos dejando un tema de salud pública en manos de delincuentes. Debemos proteger la salud pública pero lo que hacemos es perjudicar a quienes consumen. El estado permite el consumo, pero los abandona a su suerte. Un día estaba en Pachá con un informante que pasaba coca. Cuando le quedaba la última papela, me dijo: “Ya verás estos pijos, no se enteran de nada”. Se fue al lavabo a rascar pared y convirtió un gramo en dos. Súmale que la cocaína que incautábamos procedente de Colombia en aeropuertos o barcos raramente superaba el cuarenta por cieno de pureza. La gente no tiene ni idea de lo que se acaba metiendo.

¿Crees que llegará el momento de regular el cannabis en España?

Llegará, pero tarde. En estos momentos está el debate de regular el cannabis medicinal, una sustancia que es menos perjudicial para uno mismo y para los demás que el alcohol, tal y como señalan estudios como el de David Nutt. Sin embargo, se publicita en los medios de comunicación de una manera... Y resulta absurdo escuchar voces de gente preparada que se echa las manos a la cabeza en el debate de regular el cannabis. Si habláramos de legalizar la heroína, quizá sí sería razonable que se diera el debate, pero si hablamos de cannabis, no hay opción de debate. Recuerdo allá por el año 88 que detuvimos a un tipo con diecisiete mil kilos de hachís y el tipo nos dijo que le daba igual porque lo iban a legalizar en cuatro días. ¡Vamos tarde!

¿Algo de lo que arrepentirse?

Jamás llevé a mis hijos al colegio o los fui a buscar ni asistí a una reunión con los tutores. Es algo de lo que me arrepiento y no volvería a hacer si diera marcha atrás. Una vez, extrañamente, tuve un día libre el fin de semana y fui con mis hijos a pasear a la playa, y una señora advirtió a mi mujer que un señor se estaba llevando a sus hijos. ¡No me habían visto nunca! Es un trabajo muy absorbente que requiere dedicación y compromiso. Puedes estar en la playa de vacaciones, recibir una llamada y tener que dejar a la familia plantada en la toalla.

Un libro sobre drogas que te haya marcado.

Pregúntale a Alicia, anónimo, 1971.

Para cerrar, ¿planes de futuro?

No tengo mucha más inquietud que vivir, disfrutar y hacer lo que me dé la gana. A veces mi mujer me pregunta: “¿Qué vas a hacer mañana?”. Y le respondo que no lo sé, que ya se lo diré cuando me levante. De momento, la próxima semana voy en moto a un encuentro Harley en Eslovenia.

 

POLICÍAS DEL MUNDO: ¡UNÍOS POR EL FIN DE LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS!

Por Fidel Moreno.

Entrevista al inspector jefe José Luis Flores

El pasado 8 de abril tuvo lugar en Barcelona el acto ‘Voces policiales en las políticas de drogas. Hablemos con honestidad’, la presentación oficial en España de LEAP (Law Enforcement Action Partnership), una organización internacional de policías que luchan para cambiar las políticas de drogas. El acto contó con la participación de Diane Goldstein, directora ejecutiva de LEAP, Neil Woods, presidente de LEAP Europa, Jon Sistiaga, periodista y corresponsal de guerra, Juan Antonio Delgado, guardia civil y diputado en el Congreso, Marco Antonio Jiménez, subinspector de los Mossos d’Esquadra, y José Luis Flores, inspector jefe de Policía Nacional.

La presentación en Barcelona ha formado parte de la gira de LEAP en Europa, que tuvo una primera comparecencia en Ginebra, en la sede de Naciones Unidas, y actos en París, Londres, Ámsterdam y Helsinki. La elección de Barcelona no fue casual y se justificó por ser una de las ciudades con mayor presencia del modelo de clubs de cannabis, “un avance significativo en comparación con los regímenes de la mayoría de las naciones europeas”. El comunicado de prensa abundó en ello, manifestándose a favor de la regulación: “Desde LEAP queremos mostrar nuestro apoyo al modelo de clubs cannábicos al mismo tiempo que alentar un cambio hacia la regulación en lugar de una mayor actividad policial que sabemos que solo causará más problemas”. Es destacable que el evento estuviera organizado con la colaboración local de la Federación de Asociaciones Cannábicas de Cataluña, la CatFAC. ¿Policías y asociaciones cannábicas de la mano en un acto en favor de otras políticas de drogas? Pues sí. Y sería una gran noticia que con el tiempo estos encuentros dejaran de ser excepcionales, que el futuro acabara por poner a las fuerzas de seguridad del Estado en defensa del derecho a la ebriedad de la ciudadanía.

De momento, hay que celebrar la presencia de LEAP en España. Hace ya veinte años que cinco policías fundaron LEAP (siglas que originalmente significaban Law Enforcement Against Prohibition) en EE UU, donde comenzaron su actividad reclutando a compañeros y también a integrantes de la fiscalía, la judicatura y otras instituciones de seguridad pública, todo ellos cansados de una guerra contra las drogas absurda, costosa y criminal. Desde entonces, LEAP se ha ido extendiendo por América Latina, Gran Bretaña y Australia. Mucho ha tardado la vieja Europa, supuestamente la tierra de los derechos humanos, en apuntarse a este carro que acaba de recalar en España.

El periodista Jon Sistiaga moderó la mesa en Barcelona, y recordó en su intervención que esta es “una guerra sin final”. Diane Goldstein y Neil Woods, que trabajaron en su día como policías encubiertos, denunciaron la corrupción que penetra en las fuerzas de seguridad dedicadas a lucha contra los narcos, debido a las ingentes cantidades de dinero que mueve el tráfico, al que apenas afectan las grandes operaciones policiales. A decir de Wood, la labor policial “no reduce el mercado, solo lo cambia hacia una mayor violencia, porque es el traficante más violento el que más éxito tiene”. Y puso como ejemplo a Suecia, que ostenta el mayor número de arrestos de Europa por delitos relacionados con drogas, y donde los narcotraficantes han llegado a lanzar granadas para defenderse de la policía.

Los tres agentes españoles hablaron a titulo personal, pero que pertenecieran a los principales cuerpos de seguridad, a la Guardia Civil, los Mossos d’Esquadra y la Policía Nacional, daba un valor especialmente representativo a sus palabras de condena a la actual política de drogas. El subinspector de los Mossos, Marco Antonio Jiménez, lamentó que “el negocio de las drogas es muy suculento y mantiene a los narcos hipermotivados”, y se mostró partidario de “cambiar el verbo prohibir por el de regular”. Juan Antonio Delgado, actualmente en servicios especiales en la Guardia Civil y diputado de Unidas Podemos en el Congreso, coincidió con que el fracaso de la prohibición es que “sigue siendo un negocio muy rentable” y explicó que la persecución policial estigmatiza a personas y a colectivos, y también a determinados lugares, como es el caso del Campo de Gibraltar, que vive “una situación única en Europa con un paro juvenil del 70%”.

Por su parte, el hasta hace poco inspector jefe de la Policía Nacional, José Luis Flores, parapetado en la mesa de ponentes tras la pantalla de un ordenador para evitar salir en las grabaciones, hizo balance de lo que ha supuesto para él dedicar más de 30 años a combatir el tráfico, mientras este no ha parado de aumentar. La guerra contra las drogas, dijo, “aboca a consumir sustancias que no tienen ningún control sanitario, algo que debería asegurar el Estado”, y señaló el absurdo de realizar incautaciones que, por grandes que sean, no afectan al precio de las sustancias que se venden.

Así terminó un acto que ojalá sea el anuncio de un inminente movimiento mundial de policías que luche por acabar con el prohibicionismo. Al fin y al cabo, entre las filas de las fuerzas de seguridad también son muchas las víctimas de esta guerra infinita y cruel.

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