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Aleister Crowley colocado

Uno de los magos más importantes de todos los tiempos y un extraordinario y prolífico escritor. Creador de su propia religión que es, en realidad, una anti-religión y un sistema filosófico para desarrollar individualmente. Rebelde, chulo, charlatán, ocultista, sátiro, juerguista, maestro del ajedrez, reputado alpinista, maestro de yoga, espía, sablista, bisexual, embaucador, intelectualmente superdotado, transgresor, cabalista, humorista, egoísta, desparramador, inagotable viajero, gurú, poeta, profeta, excéntrico, erudito, taoísta, politoxicómano, narcisista, artista, sabio, mitómano, filósofo, visionario, traductor, aventurero y un auténtico notas. Todo esto y más, mucho más, fue Aleister Crowley, nacido Edward Alexander en la Inglaterra de 1875 y fallecido, también en Inglaterra, 72 años más tarde. Precursor en multitud de campos, mega hippie avant la lettre y auténtica estrella del rock and roll antes de que existiera tal cosa, así como firme pilar de lo que luego se llamó contracultura, la influencia de Aleister Crowley está hoy más extendida y viva que nunca. Sobre este poliédrico Titán se han escrito millones de páginas, pero hoy nos centraremos en su relación con las drogas, terreno en el que fue, indiscutiblemente, un absoluto pionero y seguramente el primer psiconauta consciente.

Hace apenas tres años se canceló la serie Strange Angel, recién emitida su extraordinaria segunda temporada. La serie, basada en la biografía del ingeniero aeroespacial, químico de combustible para cohetes y discípulo de Aleister Crowley, Jack Parsons, nos ofreció uno de los mejores acercamientos a la figura del último Crowley que se han visto. Esa segunda temporada, ambientada en plena Segunda Guerra Mundial y centrada en la logia californiana Ágape, perteneciente a la OTO, una organización hermética dirigida por Crowley, nos presenta a Parsons recién colocado por Crowley como líder de la logia en Pasadena, en la que semanalmente se realiza la Misa Gnóstica y diversos rituales sexuales regados con un cóctel de drogas. En la serie asistimos a los encuentros mágicos de un Crowley astral y crepuscular con Parsons y el resto de sus seguidores, para descubrir que el Mago, en realidad, no se ha movido de su guarida en Londres en la que ha pasado buena parte de la guerra consumiendo enormes cantidades de alcohol y heroína. La proyectada tercera temporada se canceló, según las malas lenguas mejor informadas, por fuertes presiones de la Cienciología, pues la nueva trama se iba a centrar en el ingreso en la logia de L. Ron Hubbard, creador de la Dianética y la Cienciología. Hubbard, que dinamitó la logia Ágape, le dio el palo a Parsons y se fugó con su señora, se empapó de las enseñanzas MagicKas de Crowley, que después mezcló con obviedades New Age y un enfoque muy comercial de libro de autoayuda para lograr, años después de la muerte del Maestro, llevarse la gloria, la fama, la influencia y la fortuna por la que el Mago –también conocido como Frater Perdurabo, To Mega Therion o Baphomet– suspiraba. De niño su madre llamaba al pequeño Alick Crowley La Bestia 666, apodo que, por supuesto, le encantó, aunque, por mucho que les pese a sus detractores su máximo acercamiento a lo que en el Telediario llaman “satanismo” fue llamar a uno de sus perros Satanás.

Los de la segunda gran guerra fueron los años finales de un Aleister Crowley que moriría en diciembre de 1947. Residió en esa última época en una casa de huéspedes en Hastings, una localidad costera en el suroeste de Inglaterra a la que se trasladó desde Londres en 1944. Crowley era ya un viejo mago enfermo y achacoso, acompañado en esos postreros meses de su vida por su última esposa, Deirdre McAlpine, y su hijo Aleister McAlpine. El Mago se mantenía con las aportaciones de la logia Ágape, último bastión de la OTO, y con aportaciones y obsequios de otros adeptos y benefactores. No obstante aquel depauperado vejete se pimplaba una botella de brandy a la semana y se inyectaba diariamente tres cuartos de gramo de heroína pura en vena; y siguió trabajando en la Gran Obra hasta el final. Sin olvidar que, pese a la bronquitis crónica que combinada con una pleuresía le mató, continuó fumando como un carretero hasta aquel último día. Cuenta la leyenda que cuando el Mago estiró la pata, se levantó un repentino vendaval y el cielo tronó para despedir a la Bestia... Bien, ahora retrocedamos astralmente en el tiempo algo más de medio siglo.

Drogas para el entrenamiento mágico

Un joven Aleister Crowley ya con todos sus atavíos de Mago.
Un joven Aleister Crowley ya con todos sus atavíos de Mago.

Con la bebida había empezado Aleister Crowley muy pronto, pues hemos de tener en cuenta que su padre hizo fortuna creando y fabricando una cerveza que se hizo bastante popular en Londres. Sus progenitores, fundamentalistas seguidores de la Biblia y muy temerosos de un Dios cruel y vengativo, extrañamente nunca encontraron nada pecaminoso en el consumo de alcohol y su hijo, gran amigo del exceso como forma de vida, fue durante toda ella un generoso bebedor. Desde muy jovencito, uno de sus cócteles favoritos consistía en una mezcla de brandy añejo, kirsch (destilado alemán de cereza), absenta, unas gotas de tabasco y jarabe de éter al gusto. Durante una época Crowley afirmaba echarse cada mañana al coleto media pinta de este bebedizo, “como si fuera un bracero”, porque le animaba bastante. Gran degustador de brandy, calvados y champán, así como de cualquier vino de calidad, durante sus años de juergas artísticas, poesía, romance y Magia en París cayó también rendido a los pies de la absenta, a la que dedicó un largo y maravilloso poema titulado “Absenta: la Diosa verde” (1918). Además de cantar las sibaríticas glorias del destilado de ajenjo, Crowley ya daba muestras de una postura abiertamente contraria al paternalismo prohibicionista en el tratamiento de la ingesta de los llamados “tóxicos” al comentar la ilegalización de la absenta: “me niego a calcular los usos de algo contemplando los escombros de su abuso". Algo, por cierto, radicalmente actual. Más allá de que fuera un gran bebedor, Crowley despreciaba profundamente el alcoholismo, pues suplanta la Verdadera Voluntad y abotarga el entendimiento: “Nunca tuve una inclinación a beber compulsivamente y siempre evité instintivamente beber repetidamente de modo frecuente”. Su primera esposa, Rose Kelly, acabó muriendo en un manicomio en el que ingresó por alcoholismo terminal. En todo caso, el alcohol en relación con la Magia no resultaba interesante para Crowley: “Demasiado general en sus efectos para resultar útil”, sentenció.

“Cuando entré en poder de mi fortuna no estaba preparado en absoluto para usarla con la prudencia habitual y todos los vicios inherentes a mi educación encontraron el terreno apropiado para desarrollarse”

Crowley fue siempre un lector compulsivo que trataba de saciar su inagotable sed de conocimiento primeramente con los libros. Por eso, antes de tener sus primeros acercamientos a las drogas ya había leído las tres obras seminales sobre el tema que existían en su tiempo: Las siete hermanas del sueño de Mordecai Cooke, Plantas intoxicantes de Ernst Von Bibra y, por encima de todas, el primer gran tratado sobre las sustancias que alteran la conciencia, el soberbio Phantastica del farmacólogo alemán Louis Lewin. Era, además, fan fatal de Baudelaire, De Quincey, Wilde, Ludlow, Frazen, James, Husymans, Verlaine, Yeats y un larguísimo etcétera que ya se imaginan ustedes. Con todo aquel bagaje teórico, Crowley entró en contacto con las drogas nada más ingresar en la gran sociedad ocultista iniciática de fin de siglo: la Orden Hermética del Amanecer Dorado. Por mediación de su amigo el químico y ocultista George Cecil Jones Jr., Crowley fue iniciado en la Orden a finales del siglo XIX y allí conoció a Allan Bennett, que habría de ser uno de sus grandes maestros, no sólo en lo espiritual, sino también en el uso de sustancias capaces de alterar la conciencia humana.

Bennett, que además de químico y experto en electricidad, era budista y maestro de yoga, sufría gravemente por el asma y tenía acceso a una amplia variedad de drogas, hoy prohibidas, que entonces se despachaban libremente en Inglaterra. Según nos cuenta el propio Crowley, Bennett, para luchar contra su dolencia, seguía el siguiente ciclo terapéutico: “Allan tomaba opio, en forma de láudano, durante un mes, proseguía con inyecciones de morfina durante un par de semanas, cuando se disipaba el efecto se pasaba a la cocaína, la cual tomaba hasta que comenzaba a ‘ver cosas’ y entonces se reducía con el cloroformo de manera que gradualmente se reponía. Tras unas semanas de libertad, los espasmos asmáticos volvían y comenzaba de nuevo el ciclo de drogas”. Junto a Bennett, que según Crowley le “enseñaba más en un mes, que cualquier otro en cinco años”, además de someterse a las férreas disciplinas físicas y mentales propias del yogui, Crowley experimentó con todas las sustancias al alcance de Bennett y, juntos, las combinaron con ritos de magia ceremonial y todo tipo de invocaciones. De esa época data la certeza expresada posteriormente por Crowley y aplicada generosamente en su práctica como mago: “Tomar drogas –al menos las drogas ‘mágicas’ correctas– debería preceder a toda ceremonia mágica porque dan acceso mucho más fácilmente a las experiencias místicas”.

Crowley en la India y una de las cartas de su Tarot.
Crowley en la India y una de las cartas de su Tarot.

Como señaló décadas después el gran Robert Anton Wilson en Sex, Drugs and Magick (2000) “Aleister Crowley experimentó con más drogas y con más frecuencia que nadie hasta la Revolución Neurológica de los años sesenta”. Resulta, en verdad, una proposición muy difícil de rebatir. Ahora que había empezado, Crowley decidió perseverar en sus experimentos psicoactivos. Tuvo durante una época una fuerte inclinación a investigar las propiedades del éter, aprendiendo a calibrar las dosis y conseguir los efectos exaltados deseados, como siempre, mediante el autoensayo: “He absorbido por unos momentos los vapores del éter y todas las cosas normales han sido tocadas de pronto por la Belleza. Un millón gastado en objetos artísticos no habría logrado hacer tan bonita esta habitación como lo es ahora mismo y no hay nada bonito en ella salvo ¡por mí mismo! El hombre está tan sólo un poco por debajo de los Ángeles: un pequeño paso y ¡la Gloria será nuestra!”. Sistematizando todas sus experiencias, en 1916 publicó un ensayo titulado “Ethyl Oxide” en el que detallaba lo que ahora llamaríamos el “set & setting” para ponerse con éter, así como las dosis subanestésicas indicadas y la variedad de efectos deseables posibles. El abuso del éter le resulta inimaginable, pero recomienda vivamente su uso por “ser inestimable para autoanalizarse mentalmente y descubrir, por ejemplo, sin ningún género de duda el propio juicio definitivo sobre cualquier asunto”. Para Crowley el éter es una sustancia que “nos da el poder de apreciar los elementos que componen cualquier sensación” y la considera muy útil para “diagnosticarse a uno mismo enfermedades mentales” y también para “detectar, analizar y destruir complejos emocionales o prejuicios intelectuales durante el entrenamiento Mágico”.

Por supuesto, también experimentó abundantemente con el opio, piedra angular de la farmacopea decimonónica, que consumió fumado, en forma de láudano (la popular tintura alcohólica a base de opio creada por Paracelso) y en combinación con otras drogas. Tanto en Inglaterra como en sus estancias en India o en su largo viaje por China, “he podido observar por mí mismo que fumar opio causa poco o nada de daño a los chinos, en todo mi viaje no he podido encontrar a un solo hombre del que se pudiera decir que hubiera empeorado por el opio”. Con su habitual chulería, Crowley sentenció que se trata de una sustancia de la que resulta absurdo abusar: “Un hombre que experimenta fumando opio no sufrirá ningún daño, pero desde el momento en el que cese su experimentación y fume simplemente por hábito irreflexivo estará en peligro. Yo mismo he intentado durante mucho tiempo adquirir el hábito del opio, pero ha sido en vano, siempre fui capaz de dejar de consumirlo sin la menor angustia”. No ocurrirá lo mismo, como veremos, con alguno de sus alcaloides más potentes. En cuanto a sus características mágicas, lo que más le agrada del opio es “que ayuda a la concentración, elimina la presión de las preocupaciones y fomenta la imaginación”.

El hachís, la droga mágica por excelencia

Crowley en 1902, bañándose en el glaciar Baltoro del Himalaya durante su ascensión al K-2.
Crowley en 1902, bañándose en el glaciar Baltoro del Himalaya durante su ascensión al K-2. En la otra foto, con dos compañeros durante la misma expedición

Su mentor en la Golden Dawn, George Cecil Jones, le introdujo también en la que sería una de las drogas más importantes para Crowley en las prácticas mágicas: el cannabis. A través del farmacéutico y camello Mr. Whineray, Crowley obtuvo sus primeros extractos de cannabis con los que experimentar ampliamente junto a Allan Bennett. Éste ya le había hablado de una droga antiquísima y verdaderamente mágica que “podía remover los cimientos del alma” y abrir así una puerta a la iluminación. Crowley encontró primero en el cannabis ese elixir vitae que buscaba con tanto ahínco: “Este es el gran provecho de mi intoxicación con la planta sagrada, la hierba de los árabes, que me ha mostrado el Misterio, no como una nueva Luz, pues ya lo había vislumbrado antes, sino por la rapidez de la Síntesis y Manifestación de una larga secuencia de eventos en un solo Momento”. De aquellas “aniquilaciones del tiempo y el espacio” salió el extraordinario ensayo “La psicología del Hachís”, publicado en enero de 1909, pero que en muchos aspectos sigue siendo totalmente actual, en el que consagra el Cannabis indica como el gran aliado de la meditación y, por ende, de los rituales mágicos: “el hachís puede remontarnos exaltadamente sobre las blindadas restricciones de las funciones del Ego hasta lo Inefable”.

“Desde 1898 he estado principalmente ocupado en el estudio de los efectos de diversas drogas sobre el organismo humano”

En todo caso, Crowley insistió siempre mucho en que el hachís debía usarse como una “herramienta” que no sustituyera “la disciplina y el entrenamiento mental necesario para desarrollar las artes meditativas” e instruyó siempre a sus discípulos en que no se trataba de un atajo hacia la iluminación sino de un complemento. Esta obra magna (que según Crowley iba a ser mucho más amplia y profunda, pero que por presiones de otros iniciados tuvo que acortar para no desvelar Enseñanzas Secretas) la escribió el Mago en las tabernas del centro de Madrid, durante su primera visita a España en 1907, y en ella distingue, con visionaria intuición, los tres efectos principales del cannabis “que pueden ser debidos –y pienso que probablemente lo son– a tres sustancias diferentes: el efecto Alfa, aromático y volátil (estado absolutamente perfecto de introspección), el efecto Beta, tóxico alucinatorio (precisa de una dosis suficientemente grande para lograrlo) y el efecto Gamma, narcótico (con el que llega, sencillamente, el sueño)”. Para Crowley el más importante de esos efectos es el primero, pues permite “el acceso a la autoconciencia” y considera que sólo “la disciplina del pensamiento que denominamos, en sus más altas formas, Meditación y Magia” puede evitar que nos dejemos llevar por “el remolino del efecto Beta y su vorágine imparable de imágenes, único peligro del hachís”. Hay que recordar que, aunque fumaba marihuana en ocasiones, Crowley casi siempre consumía el cannabis comido o bebido, con efectos, por tanto, bastante más potentes.

En cuanto al posible carácter adictivo del hachís, Crowley se muestra tajante: “debemos desechar el citado peligro de adquirir hábito de hachís y considerarlo imaginario, salvo para ciertos tipos congénitos de Esclavo de la Droga”. Para él “el hachís, al menos, prueba la existencia de un nuevo orden de la conciencia. Reivindico el fenómeno del hachís como un fenómeno mental de primera importancia y exijo su investigación rigurosa por la Ciencia”. Lo decía, recordemos, hace 115 años. Después, su tratado sobre el cannabis deriva en un comentario profundo y simbólico sobre la meditación y el yoga ya más para iniciados. Finalmente, aunque reconocía que, para mentes poco entrenadas, semejantes dosis de hachís repetidas podían llevar a la locura, Crowley bendijo con entusiasmo una sustancia “inigualable para la introspección y el análisis mental, que fomenta la imaginación y refuerza el coraje. El hachís nos da el Poder único de ser capaces de rastrear el origen último de nuestras Ideas”. Ahí es nada.

El auténtico pionero del peyote

Dinamitada la Orden del Amanecer Dorado por las disputas y la guerra mágica entre Crowley y su líder, Samuel Liddell Mathers, el Mago, junto a su fiel escudero George Cecil Mathers, crea una nueva Orden, la Astrum Argentum, en la que se mezclan enseñanzas y técnicas orientales con ocultismo occidental y se reciclan todos los conocimientos, ritos y jerarquías de la Golden Dawn. A estas alturas, Crowley ya defendía decididamente el Iluminismo Científico en el desarrollo de su sistema MagicKo, resumido en el lema “El método de la Ciencia, el objetivo de la Religión” y, de paso, definía su propia Magia, Magick: “La Ciencia y el Arte de provocar un Cambio de acuerdo con la Voluntad”. Para lograr todo ello, el máximo conocimiento sobre las diferentes drogas y sus efectos era de crucial importancia: “Desde 1898 he estado principalmente ocupado en el estudio de los efectos de diversas drogas sobre el organismo humano, con una especial referencia a los paralelismos entre los fenómenos psíquicos inducidos por la droga, la locura y las iluminaciones místicas. El objeto principal de este estudio ha sido determinar si es posible reproducir los indudablemente útiles efectos de los éxtasis místicos en el laboratorio”. Crowley era ya sobradamente experto en las propiedades de alcohol, opio, éter, cloroformo, cocaína, morfina, heroína y hachís, además había experimentado brevemente con escopolamina y atropina, pero todavía le faltaba el más poderoso aliado psicoactivo que iba a llegar a conocer.

Parece claro que las primeras referencias sobre el cactus del peyote y sus poderes provinieron, de nuevo, de Allan Bennett. La leyenda cuenta que Crowley tuvo su primer escarceo con el peyote en 1900, con motivo de su viaje a México, pero lo contrastado en sus Diarios Mágicos es que su primera vez acaeció en marzo de 1907, cuando durante varios días tomó dosis sucesivamente mayores del extracto fluido de botones secos de peyote comercializado por la compañía norteamericana Parke-Davis & Co y adquirido, de nuevo, a través de Whineray. En la última prueba ingirió 16 gotas, cuando el prospecto indicaba diez gotas como dosis máxima diaria. Crowley no notó efectos reseñables, pero sintió “que me quedaba cerca de algo, un malestar de estómago así me lo advirtió”. El peyote, el cactus lophophora williamsii, vehículo ancestral de trascendencia de los huicholes y otros pueblos indígenas de México y el sur de los Estados Unidos, era bien conocido en Europa desde finales del siglo XIX, así como la mescalina, el más activo de sus 55 alcaloides, que se denominó anhalonium lewinii, en honor de Louis Lewin. Como anhalonium se refiere a ella Crowley en las ocasiones en las que la cita directamente. La molécula de la mescalina, la 3,4,5-trimetoxi-β-feniletilamina, no fue sintetizada hasta 1919 por el químico alemán Ernst Späth. El extracto comercializado por Parke-Davis & Co. era un extracto seco de peyote, con todos sus alcaloides y menos potente que la mescalina pura; pero Crowley siguió insistiendo con los autoensayos y lo que es seguro es que antes del final de 1908 ya había dado con la dosis enteogénica, como decimos ahora, del extracto de peyote.

En enero de 1909 publicó el relato “The Drug” (que es, de hecho, su primera publicación sobre drogas) en el que se describe con detalle el viaje psiquedélico, trufado de vivísimos colores y ondulantes formas, del protagonista con un “elixir alquímico” que no se desvela, pero que era, indudablemente, extracto de peyote. Crowley estaba totalmente subyugado por una sustancia que, esta vez abrumadoramente, era capaz de “aflojar las ataduras del alma” y acortar el camino hacia la Iluminación. De hecho, el peyote se convirtió en la tecnología alquímica que utilizó en sus más importantes Operaciones Mágicas, siempre en combinación con invocaciones y sexo ritual. Muchas veces en sus escritos sobre Magia se refirió a ella con el número cabalístico de 31 y aunque pensaba escribir un elaborado estudio sobre sus efectos, dosificación y características del viaje, al que incluso ya le había puesto título, “Liber 934: The Cactus”, desgraciadamente nunca pasó de borrador y jamás se publicó.

Armado con una ingente despensa de peyote –el preparado de Parke-Davis & Co. se vendía en recios botes de 570 mililitros de extracto que se obtenían de aproximadamente 450 gramos de botones secos de lophophora williamsii– entre 1910 y 1918 Crowley organizó numerosas “Fiestas de Anhalonium”, como las llamó un asiduo asistente, en su casa de Londres, en las que habría iniciado en el enteógeno, no sólo a discípulos y otros adeptos, sino a decenas de personas sin relación con la Magia, como los escritores Katherine Mansfield y Theodore Dreiser. Siempre en su inimitable estilo, Crowley se jactaba denominando al peyote “la sustancia que yo introduje en Europa”. No era cierto, pero es indiscutible que fue Aleister Crowley el primero que introdujo a Europa en el viaje de peyote.

“Me niego a calcular los usos de algo contemplando los escombros de su abuso”

En el verano de 1910 el Mago fue un paso más allá de sus “Fiestas de Anhalonium” y organizó un happening psiquedélico en las oficinas londinenses de su revista, The Equinox, precedente, medio siglo antes y a escala reducida, de los organizados por Ken Kesey y sus Alegres Bromistas en San Francisco a finales de los años sesenta. Fueron los Ritos de Artemisa, un espectáculo público de música, danza y poesía oficiado por el propio Crowley, la violinista Leila Wadell y su discípulo Víctor Neuburg, como bailarín. Ambos, claro está, eran amantes de Crowley. Durante el espectáculo, tanto los oficiantes como el público debían beber media docena de veces de una “Copa de las Libaciones” que se iba ofreciendo antes de cada nueva invocación a Artemisa. La Copa contenía un brebaje compuesto por brandy, zumo de frutas, una pizca de opio y una muy generosa ración de extracto de peyote. Lógicamente, oficiantes y asistentes alcanzaron el “Éxtasis Mágico”. Dado el éxito obtenido, Crowley elaboró siete nuevos ritos, denominados Los Ritos de Eleusis (cuya única conexión con los legendarios ritos secretos griegos era la Copa de las Libaciones, equivalente al kykeon ateniense), que se celebraron durante siete miércoles de octubre y noviembre de ese mismo año en Caxton Hall, Westminster, al alto precio de cinco libras y media por los siete espectáculos. Al igual que los Ritos de Artemisa, los Ritos de Eleusis (cada uno dedicado a uno de los siete planetas del sistema solar) se estructuraron mediante poesía, música, danza e invocaciones, sin que faltaran las túnicas ni, por supuesto, la Copa de las Libaciones. Pero estos Ritos tuvieron menos repercusión de la que Crowley esperaba y la prensa se burló de la música, la danza y, sobre todo, de los disfraces de los oficiantes.

En cualquier caso, Crowley se había convertido ya en una suerte de chamán inglés y, hablando de las similitudes del peyote con otras drogas, se refirió al hachís asegurando que ambas sustancias “mueven inmediatamente a la risa como uno de sus principales efectos”. El cactus “resulta inigualable para ir más allá de las propias ideas y descubrir las raíces de nuestros propios pensamientos”. Como curiosidad hay que destacar que en 1915, durante uno de sus viajes por Estados Unidos, Crowley se presentó en la sede de Parke-Davis & Co. en Detroit donde “fueron tan amables que se interesaron por mis investigaciones con anhalonium lewinii y me hicieron algunos preparados especiales siguiendo mis indicaciones que demostraron ser más potentes que todos los anteriores”. De paso se hizo con una gran provisión de botes que envió a Londres. Siempre genio y figura.

Antiprohibicionista desde pequeñito

Aleister Crowley jugando al ajedrez en un café de Lisboa con su amigo Fernando Pessoa
Aleister Crowley jugando al ajedrez en un café de Lisboa con su amigo Fernando Pessoa.

Junto a su creciente conocimiento y experiencia con las drogas y su uso, Mágico o no tanto, Aleister Crowley también demostró siempre una firme postura antiprohibicionista que no es suficientemente conocida. A un siglo visto, hay que resaltar que lo hizo desde el momento mismo en que se inició la malhadada cruzada contras las drogas, anticipando, además, con excelente ojo clínico y su habitual finura analítica, el futuro aciago que traería la prohibición. El primer paso directo para instaurar la prohibición de las drogas se dio el 17 de diciembre de 1914 con la promulgación en Estados Unidos de la Ley Harrison para regular y restringir la venta y el consumo de opio, morfina, heroína y cocaína. Tras dos años escasos de aplicación, Crowley responde a dicha ley con su magnífico opúsculo “Cocaína” (uno de sus pocos escritos sobre drogas que han sido traducidos al castellano, y muy bien, gracias a la editorial Valdemar).

Crowley ya era, para entonces, un veterano muy curtido en el consumo de cocaína, a la que caracterizó así: “Con la cocaína las primeras aspiraciones me crean una impaciente inquietud y me impulsan casi irresistiblemente hasta mi límite fisiológico, sin embargo la privación de su uso no causa ni sufrimiento ni arrepentimiento”. Para él la farlopa, como dicen ustedes, es, sobre todo, una sustancia que da brío: “Previene la fatiga y me permite trabajar bajo la máxima presión durante un tiempo indefinido, especialmente con mi Método Nueva Orleans”. Con este pomposo nombre se refiere Crowley a los experimentos de fuerte estimulación que hizo en la ciudad criolla del delta del Misisipi: “excitaba mi mente con una inyección intravenosa de morfina y luego estabilizaba dichos efectos con sucesivas tomas de cocaína”. En “Cocaína”, Crowley caracteriza primero sus efectos y advierte después de los peligros de su abuso: “¡Ay!, el poder de la droga disminuye a paso de gigante. Las dosis aumentan, los placeres menguan, las obsesiones aparecen como diablos con horcas flamígeras en sus manos”. Él lo sabía bien, pues aunque, altivo y arrogante como sólo él podía ser, muchas veces lo niega, abusó de la cocaína y sufrió las consecuencias.

El escrito se centra pronto en lo importante: la Ley Harrison. “En Estados Unidos la idea de la Prohibición se lleva en todos los aspectos –y fundamentalmente por la prensa histérica– hasta extremos fanáticos. De ahí que los peligros de algo o de todo sean celebrados ditirámbicamente”. Le resulta evidente que “la Prohibición hace de toda la ciudadanía criminales y los convierte a todos en policías o espías de la policía. La salud moral de semejantes personas se arruina para siempre”. Destaca también, ya en ese momento inicial de la prohibición, que lo único que va a provocar es un florecimiento del tráfico ilícito y de las redes criminales en detrimento de médicos y farmacéuticos. Para que todo quede claro, compara los problemas de inseguridad y la creación de la figura del adicto en Nueva York creados por la Ley Harrison, con la placidez de un Londres donde las sustancias prohibidas en USA siguen siendo de libre disposición y finaliza su alegato con esta maravillosa reflexión que, leída hoy, resulta extremadamente naif: “Sostengo que la Prohibición no es remedio. El remedio es brindarle a la gente algo en lo que pensar, que desarrolle sus mentes, que las llene de ambiciones que vayan más allá del dólar, que erija un estándar de éxito que se mida en términos de realidades eternas. En resumen, que las eduque”.

Desafortunadamente, el nefasto mecanismo prohibicionista era ya imparable. En enero de 1921 se promulgaba en Gran Bretaña la Dangerous Drugs Act que era, fundamentalmente, una trasposición de la Ley Harrison en el viejo continente. Crowley la recibe con dos encendidos panfletos antiprohibicionistas publicados en la aclamada revista literaria The English Review.

El primero fue “El gran engaño de la Droga” (“The great Drug delusion”, junio 1922). Tras un año en vigor, para Crowley es evidente que “la Prohibición, tan inefectiva como se ha demostrado, lo único que ha conseguido ha sido intensificar la demanda de Drogas”, aunque no oculta que la Ley Seca norteamericana y las restricciones por la IGM en Inglaterra también habían contribuido a ello. Sin olvidar que “el factor más importante de todos para este auge ha sido la nauseabunda forma de publicidad dada a las Drogas por la prensa: alarmando y creando miedo para vender periódicos”, una publicidad que incide hasta la náusea en que “una vez que alguien inicia el consumo de una Droga queda fatalmente atrapado por ella y no podrá dejarla nunca por propia voluntad”. Me suena que nos suena, ¿verdad? Por si no se entiende: “Si hay algo verdadero en este complejo mundo es esto: las enfermedades morales requieren terapias morales. El pernicioso sistema que promueve la Prohibición, que es un insulto a la libertad individual y a la dignidad humana y que sólo promueve el tráfico ilegal y el chantaje, lo único que consigue es empeorar las cosas cada mes que pasa”.

No contento con su justificada diatriba en favor de la libertad individual, un mes más tarde, también en The English Review, Crowley vuelve a la carga con “El pánico de la Droga” (“The Drug panic”, julio 1922) calificando para empezar la primera norma legal contra las drogas en su país como “la más funesta, la más torticera, el mayor desperdicio y la más insolente legislación que hemos visto jamás”. Para explicar la cuestión pone el ejemplo, muchos años después utilizado por Escohotado con el símil del cuchillo, de un hombre que mata a su familia con un hacha y como sólo a un loco se le ocurriría culpar del crimen al hacha, en tanto que se hace exactamente lo contrario si uno dice estar en las garras de la morfina. El escrito hace hincapié en las detalladas intromisiones de los agentes de la prohibición en las consultas de los médicos y en las farmacias, denunciando que las estrictas regulaciones y las feroces trabas a la expedición de morfina y heroína, por ejemplo, por los graves trastornos que suponen para los pacientes. Para Crowley, antes que nada, morfina y heroína son dos medicamentos extremadamente útiles para luchar contra el dolor y las afecciones respiratorias, que quedan en manos de delincuentes gracias a estas políticas prohibicionistas que define como “una carísima y elaborada infamia” mientras tilda a sus agentes de “individuos a los que no les importa nada salvo abusar de los más débiles y ambicionar ascensos”.

También es la de Crowley una de las primeras voces en denunciar, en su repaso a la prohibición en Estados Unidos, las políticas de “agentes provocadores” y la “incitación al delito”, que condena terminantemente, así como el chantaje a médicos especialistas para que dejen de recetar drogas prohibidas pese a que resulten muy útiles y no tengan alternativa terapéutica. “Estoy tentado a pensar que actualmente la caza de brujas se está convirtiendo en una epidemia. Somos pacientes, somos médicos, somos guerreros en una larguísima batalla frente a la enfermedad, el 95% de la cual es un resultado directo de la ignorancia, el vicio y la estupidez; quizás por ello nos quedamos tan tranquilos ante el erróneo e insensato insulto que supone la Dangerous Drugs Act”. Crowley finaliza su refutación a los prohibicionistas poniendo el ejemplo de una prestigiosa universidad norteamericana, uno de cuyos departamentos quiere seguir investigando las propiedades de la cocaína y se embarca en un intrincado proceso burocrático que dura meses para, finalmente, conseguir una ínfima cantidad de cocaína legal. Crowley, con sorna, sentencia que si hubieran mandado a un bedel al barrio chino de la ciudad habrían conseguido en cinco minutos ilegalmente lo que estuvieron persiguiendo casi un año legalmente. Crowley, en definitiva, demostró que las miserias de la prohibición eran ya evidentes desde el primer día de su instauración.

El yugo de la heroína

Ese mismo año de 1922 vio la publicación de la primera novela de Crowley, centrada asimismo en las drogas, Diary of a Drug Fiend (publicada en castellano en 2010 por la editorial Amargord, que en principio la tituló “Diario de un amigo de las drogas” y luego enmendó el grosero error reimprimiéndola como Diario de un drogadicto). No deja de tener su gracia que el Mago la escribiera, y muy rápidamente, con el ánimo declarado de ganar dinero para comprar más drogas. La novela, en buena parte basada en experiencias propias, narra las venturas y desventuras de una pareja que se hace adicta a la cocaína y a la heroína y que, finalmente, se redime gracias al tratamiento mediante el uso de técnicas mágicas, destinadas a dominar la Verdadera Voluntad y liberar al individuo de la pereza, los impulsos autodestructivos y el deseo, que reciben en la Abadía de un gurú ocultista llamado Basil King Lamus que, obviamente, es el propio Aleister Crowley. Se trata, no obstante, de un libro fabuloso en el que Crowley relata bastantes aspectos de la vida en la Abadía de Thélema, su gran centro mágico.

La Abadía, una casa de campo a las afueras de la ciudad siciliana de Cefalú, funcionó entre 1920 y 1923 como la sede de la Astrum Argentum, y en ella vivieron una vida de acuerdo a la Ley de Thélema, Crowley, su Mujer Escarlata de la época, Leah Hirsig, sus hijos, así como varios adeptos y adeptas de su Orden Mágica. Desde cierta óptica fue indudablemente la primera comuna hippie de la historia, basada en una sexualidad totalmente libre, el abundante consumo de drogas y la comunión con la naturaleza, con el añadido de invocaciones y todo tipo de rituales mágicos, muchas veces guiados por el exceso. Son miles de páginas las que se han escrito contando, imaginando o, simplemente, vendiendo morbo y amarillismo a propósito de lo que sucedió en la Abadía de Thélema por lo que no me extenderé más. Por lo que a nosotros respecta en cuanto a Crowley y las drogas es palmario que en la Abadía había abundancia de cocaína, morfina, heroína, hachís, éter y peyote. Crowley, tan ufano como hipócrita, aseguraba que su objetivo con semejante despensa psicoactiva “no era alentar el consumo de drogas, sino hacerlas tan fácilmente accesibles que se eliminara toda tentación por lo prohibido”. Preciosas palabras que, lamentablemente, el Mago no pudo aplicarse a sí mismo. Por mucho que le pesara, y le pesaba mucho, Crowley seguía siendo un ser humano con sus correspondientes flaquezas. De hecho, en 1921 tuvo que abandonar la Abadía y someterse en los bosques de Fontainebleau a un duro retiro para librarse de su apego, no especialmente mágico, a la heroína y la cocaína.

De esa época data uno de sus libritos sobre drogas más curiosos (como casi todos, inédito en castellano): Liber XVIII: The fountain of hyacinth, publicado tras su muerte, y en el que relata, con una candidez y una ingenuidad que desarman y detallado hasta la náusea, su fallido intento de superar su dependencia física de la heroína y su dependencia psicológica de la cocaína. Allí, como hará en otros escritos, denomina al síndrome de abstinencia como “el terrible ataque del Demonio de la Tormenta”. Para cerrar el Círculo Mágico de Aleister Crowley y su relación con las drogas hemos de reconocer que el Mago acabó conociendo muy íntimamente a ese Demonio de la Tormenta. Él, siempre sobrado, que tanto había insistido en que el entrenamiento físico y mental del Iniciado y el seguimiento de la Verdadera Voluntad eran muros infranqueables para la adicción, se acabó convirtiendo en un vulgar yonqui. Desde esa certeza adquieren otra luz algunas de sus afirmaciones sobre la adicción, que parecen dictadas al oído por el Demonio de la Tormenta: “Tener una buena provisión de drogas es convertirse en el dueño, en cuerpo y alma, de cualquier persona que las necesite. Mucha gente no termina de entender que la droga, para su esclavo, es más valiosa que el oro o los diamantes”.

Algunos biógrafos sostienen que, tras el fracaso de su retiro en Fontainebleau, Crowley jamás pudo soltarse del yugo de la heroína (debe resaltarse, en todo caso, que la heroína se la recetaron por los dolores de su afección pulmonar). Otros estudiosos de la vida y obra de Crowley, más fiables, creen que consiguió liberarse de la cocaína con cierta rapidez y que en 1924 logró prescindir por fin de la heroína. En todo caso, jamás se puso en manos de un médico para “curar su adicción” porque eso “habría destruido toda mi teoría y sería una blasfemia contra los Dioses cuyo Elegido Ministro soy”.

La retirada del caballo fue sólo temporal, porque es seguro que, de nuevo por prescripción médica, desde 1939 hasta el final de sus días estuvo chutándose diariamente heroína. En Diario de un drogadicto pone en boca de uno de sus protagonistas una frase que parece, otra vez, un amargo testimonio personal: “Un hombre que ha experimentado la Vida de la Droga encuentra difícil soportar la inanidad de la existencia normal, se ha vuelto sabio, pero con la sabiduría de la desesperación”. Pero Crowley fue leyenda hasta el final: su última maldición fue contra el doctor William Brown Thomson, su médico, enfurecido porque éste hubiera ido reduciendo sus recetas de heroína y dejara de hacérselas en el último mes y medio de su vida. Brown Thomson fue encontrado muerto en el baño de su apartamento londinense el 2 de diciembre de 1947, un día después del fallecimiento de Aleister Crowley. Se constató que el buen doctor había fallecido por causas naturales, concretamente por un infarto de miocardio, sí, pero…

CROWLEY PARA NEÓFITOS

Aleister Crowley nació en 1875 en el seno de una familia próspera gracias a la patente y fabricación de una cerveza. Era el hijo único de un matrimonio de estrictos fundamentalistas puritanos de la congregación de los Hermanos de Plymouth. Aquella ultra ortodoxia cristiana de su niñez, en la que todo era pecado, marcaría profundamente su vida y su obra. Lector compulsivo desde pequeño, Crowley se centró precisamente en todos los libros que le habían prohibido para empezar su vasta educación, en buena parte autodidacta, que incluyó además todas las ramas del saber. Cursó estudios en Cambridge, pero renunció a graduarse en un gesto típicamente suyo.

Con apenas veinte años, Crowley heredó una importante fortuna que dilapidaría en las siguientes dos décadas viajando, editando primorosamente todas sus obras, así como su seminal revista The Equinox, corriéndose juergas y cayendo en todo tipo de dispendios. Como él mismo confesó: “Me habían enseñado a esperar todos los lujos. Nada era demasiado bueno para mí... Cuando entré en poder de mi fortuna no estaba preparado en absoluto para usarla con la prudencia habitual y todos los vicios inherentes a mi educación encontraron el terreno apropiado para desarrollarse”. Con una vanidad a prueba de bombas y un intelecto superlativo, Crowley pretendía, ni más ni menos, dominar todo el saber científico, poético y filosófico de su tiempo y, después, convertirse en el Mago más importante de todos los tiempos. A ello, a realizar su Verdadera Voluntad, se puso con todo su ser tras haberse convertido ya en un poeta bastante reconocido, un ajedrecista de gran nivel y un alpinista tan renombrado como temerario, además de haber viajado por medio mundo.

Su camino esotérico cobró verdadera vida cuando ingresó en la Orden Hermética del Amanecer Dorado, la Logia más importante de Inglaterra, que aunaba las enseñanzas de la masonería, con ritos egipcios, el estudio de la Cábala y Enseñanzas Secretas. En la Golden Dawn, Crowley, que tenía 22 años fue avanzando con rapidez en su jerarquía iniciática y aprendiendo todas sus enseñanzas, que luego integraría en la Astrum Argentum, su propia Orden Hermética, y en la Ordo Templi Orientis, una logia francmasona basada en la magia sexual, de la que se convertiría en líder. Pero en la Golden Dawn no tardó en tener problemas cada vez mayores, hasta conseguir dinamitarla por completo. El espíritu indesmayable de Crowley necesitaba algo más y le llegó de manera mágica en 1904. En un museo de El Cairo una entidad suprahumana, Aiwass, le dictó El Libro de la Ley, que acabaría convirtiéndose en la obra fundamental de la nueva religión por él creada: Thélema (del griego Voluntad). El Rabelaisiano lema “Haz lo que quieras será la única Ley” y “El Amor es la Ley. El Amor bajo la Voluntad” se convirtieron en los preceptos máximos de la religión del nuevo Eón de Horus, que otros llamarían luego la Era de Acuario, del que Crowley sería el nuevo Mesías.

La filosofía de la nueva religión del Amor bajo la Voluntad la puso Crowley en práctica junto a su Mujer Escarlata de la época, Leah Hirsig, y unos cuantos adeptos en la aldea siciliana de Cefalú, donde fundó la Abadía de Thélema, en 1920, hasta que fue expulsado por Mussolini tres años después. Allí vivieron su voluntad thelémica de sexo, drogas y comunión con la naturaleza que tal vez les suene de utopías medio siglo posteriores. Del tratamiento y la explotación de los diarios sensacionalistas ingleses de la época datan todas las estupideces de “el hombre más perverso del mundo”, “el depravado satanista” y un larguísimo etcétera de embustes que siguen adornando su inabarcable figura hasta el día de hoy. Antes había adquirido una propiedad junto al Lago Ness, la Mansión Boleskine, donde realizó diversas operaciones mágicas y que, décadas después, compraría Jimmy Page, líder de Led Zeppelin y confeso admirador del Mago.

Crowley, que con su inimitable narcisismo humorístico, se consideraba a sí mismo una de las personalidades más importantes de todos los tiempos, vivió en Londres, París, Nueva York, Berlín, Túnez o México DF. Existe bastante controversia sobre su actuación en las dos guerras mundiales, él sostenía que era un agente secreto inglés, mientras algunos autores consideran que trabajó para los alemanes y, otros, que fue un agente doble de la Inteligencia Británica. Lo único seguro es que convenció a Churchill para que utilizara el signo de la V de Victoria como Arma Mágica frente a la esvástica de Hitler.

Indudablemente, la figura de Aleister Crowley se ajusta como muy pocas al adagio norteamericano bigger tan life. Sobre la enorme y variada influencia de Aleister Crowley tras su muerte no queda nada por decir, hay amplísima información al respecto y miles de millones de fake news. Tan sólo recordar las palabras de Timothy Leary recordando al Mago en plena efervescencia del LSD: “Soy un gran admirador de Aleister Crowley y creo que estoy continuando gran parte de la labor que él empezó hace cien años… Me apena que no esté aquí para apreciar los resultados de lo que él comenzó”.

BIBLIOGRAFÍA POLITOXICÓMANA DE LA BESTIA

La abundantísima obra escrita publicada por Aleister Crowley durante su vida, tiene un apartado importante dedicado a las drogas, como era habitual en él, en toda clase de estilos y formatos. Desafortunadamente no llegó nunca a terminar, ni a publicar, el sugerente Liber 934: The Cactus. Tal vez exista en otro plano… Esta es la lista completa de toda la obra drogófila publicada por Aleister Crowley, por desgracia, casi íntegramente inédita en castellano.

1909: “The Drug” (relato).

1909: “The Psichology of Hashish” (ensayo). Incluido en El continente perdido y otros ensayos (Ed. Valdemar, 2001).

1910: “The Herb dangerous”. Es una ampliación del anterior, dividida en cuatro partes, y publicada en The Equinox, que incluye:

1. “A Pharmaceutical Study of Cannabis Sativa” por E.P. Whineray. 2. “The Psychology of Hashish” por Aleister Crowley bajo el pseudónimo de Oliver Haddo. 3. “The Poem of Hashish” por Charles Baudelaire, traducido por Crowley. 4. Extractos seleccionados por Crowley de la obra clásica del estadounidense Fitz Hugh Ludlow The Hasheesh Eater.

1917: “Absinthe. The Green Goddess” (poema).

1917: “Cocaína” (ensayo). Incluido en El continente perdido y otros ensayos (Ed. Valdemar, 2001).

1921: “Liber XVIII: The Fountain of Hyacinth” (diario).

1922: “The great drug delusion” (panfleto).

1922: “The Drug panic” (panfleto).

1922: “Diary of a Drug fiend” (novela). Hay edición Española, Diario de un drogadicto (Ed. Amargord, 2010).

1923: “Ethyl Oxide” (ensayo).

1930: “Six articles on Drugs” (ensayo).

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #299

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