Pasar al contenido principal

Malcolm

El último trócolo

Malcolm es un monumento al Humor, así con mayúsculas, que parece fácil pero no es ninguna broma. Malcolm nos induce a ver los pilares de la sociedad occidental desde una nueva óptica: descarnada, contradictoria, terrible y, muchas veces, desgarradora, pero siempre increíblemente graciosa. 

Hola. Malcolm es un nombre bastante común en países anglosajones, seguro que les suena. Su origen más probable se halla en el gaélico escocés, Mae Calum, que los expertos en línea traducen como ‘devoto de san Columbano’ Fue este san Columbano un pío misionero escocés del siglo vi que fundó un montón de monasterios y evangelizó a hordas de bárbaros. Celebramos su día el 23 de noviembre y, por si fuera poco, en el año 2011 Benedicto XVI le nombró Patrón de los Motociclistas. Que se sepa, Malcolm no tiene equivalente en castellano. 

Pero da igual, porque yo he venido aquí a hablar del único Malcolm que importa, de Malcolm Wilkerson (el apellido familiar solo se nombra en el episodio piloto), protagonista de la serie Malcolm (Malcolm in the Middle, FOX, 2000-06). Atiendan: la mejor serie de todos los tiempos. La hostia. Los que ya la han visto se estarán riendo; los que no, pensarán ahora que soy un zumbao, pero acabarán dándome la razón, entre risas. 

Esa es la enorme grandeza de Malcolm: que te partes de risa. No digamos ya si la ves bajo los efectos de nuestra hierba favorita, LOL... La serie sigue durante siete temporadas (152 episodios de 23 min) la desopilante vida de un matrimonio con cuatro hijos varones (que más tarde serán cinco) que vive en ese icónico suburbio norteamericano que forma ya parte de nuestro inconsciente colectivo. 

La madre, Lois (la inconmensurable Jane Kaczmarek), combina su trabajo basura como dependienta con la organización de su hogar, que lleva con una enloquecida y férrea disciplina; el padre, Hal (el supremo Bryan Cranston, al que sin duda recordarán por su posterior encarnación como Walter White en Breaking Bad), baste con decir que es Homer Simpson hecho carne, salvo porque Hal no bebe cerveza. Malcolm (Frankie Muniz) es el tercero de los hermanos y tiene dos particularidades importantes: es superdotado y habla a cámara. Sus hermanos mayores, dos gamberros extremos, son el eterno inconsciente Francis (Christopher Masterson) y el psicópata falto Reese (Justin Berfield). Tras Malcolm va el pobre Dewey (Erik Per Sullivan), una víctima de sus insensatos hermanos y un marginado que esconde a un genio musical. En la quinta temporada nace Jamie, que acaba apuntando maneras. Y no les cuento más. 

Malcolm es un monumento al Humor, así con mayúsculas, que parece fácil pero no es ninguna broma. Ya nos lo explicó Mel Brooks: “Tragedia es cuando yo me corto un dedo y comedia es que tú te caigas por una alcantarilla sin tapa y te mates”. En ese espíritu está Malcolm. Y como, finalmente, el humor sería simplemente un determinado punto de vista, Malcolm nos induce a ver los pilares de la sociedad occidental desde una nueva óptica: descarnada, contradictoria, terrible y, muchas veces, desgarradora, pero siempre increíblemente graciosa. Venga, vale, les pongo un ejemplo, esto le dice Lois, entre gritos destemplados, a su hijo Reese justo antes de su primer día de trabajo: “Te pagarán como en todos los trabajos, menos de lo que vales pero lo suficiente para que sigas arrastrándote. ¡No llegues tarde!”. 

Yo he vuelto a ver Malcolm este año. Está en una de esas plataformas de pago que dominan lo que antes llamábamos la tele. Es fuerte constatar cómo nos la han clavado con los formatos. Nos han vendido sucesivamente las mismas cosas en VHS, DVD, Blu-ray, en la nube y, finalmente, las tenemos a nuestra disposición en una plataforma, volviendo a pagar… Perdón por el inciso, pero es que da rabia. He vuelto a ver Malcolm, decía, para verla con mi hija de nueve años. Cada día, dos capítulos a la hora de comer. Una tarde, cuando nos quedaban tres episodios para terminarla, la vi cariacontecida y tristona. No me quería contar lo que le pasaba y lo dejamos correr, pero antes de acostarse me agarró con fuerza del brazo y me dijo, con inquietud: “Papá, ¿qué vamos a hacer cuando se acabe Malcolm?”. 

No sé qué hubiera respondido san Columbano, pero a él me encomendé en aquel incierto trance y por mi boca se obró su milagro: “No te preocupes, cariño, volvemos a verla desde el principio”. Y así estamos en mi casa: a la hora de comer, dos capítulos de Malcolm. Porque Malcolm es Amor. Amor y Humor. Como Los Simpson. Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #308

Comprar versión impresa

Te puede interesar...

¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados:

Suscríbete a Cáñamo