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Los agricultores del cannabis en Marruecos siguen desconfiando de la legalización

Los cultivadores tradicionales de cannabis no tienen claro que el nuevo mercado legal que se está creando pueda sostenerles económicamente.

A punto de cumplirse dos años de la ley marroquí de regulación del cultivo y producción de cannabis y derivados para fines medicinales e industriales, la mayoría de los agricultores tradicionalmente dedicados al cultivo de la planta siguen desconfiando de las supuestas ventajas de la legalización. Estos sobreviven desde hace décadas gracias al cultivo de cannabis para su venta al mercado negro en forma de hachís o kif, pero no tienen claro que el nuevo mercado legal que se está creando pueda sostenerles económicamente.

La ley permite que los agricultores creen cooperativas para el cultivo de la planta con una licencia de la Agencia Nacional de Regulación de las Actividades Cannábicas (ANRAC en francés). Pero, según un reportaje del diario francés Le Monde, por ahora tan sólo una minoría se ha atrevido a apostar por los cultivos de cannabis legales. El reportaje recoge el testimonio de un agricultor que ha montado una cooperativa y que afirma que su caso es una excepción. En declaraciones para el diario, este asegura que ha decidido apostar por la industria legal por razones de seguridad legal, para no tener que exponerse al riesgo de una denuncia, una intervención policial o un arresto. Pero asegura: “financieramente [...] no veo qué hará el mercado legal por nosotros”.

El Gobierno ha defendido la regulación del cannabis no psicoactivo como una forma de mejorar la economía de los agricultores tradicionalmente dedicados al cultivo ilegal de esta planta. ”El mercado legal les garantizará ingresos cuatro o cinco veces superiores a los que ganaban ilegalmente”, dijo Mohammed El Guerrouj, director de la ANRAC. “A través de sus cooperativas negociarán precios. Tendrán una renta fija, que les dará la capacidad de invertir y mejorar su estilo de vida”

Pero los agricultores no lo ven tan claro. “Lo que temo es que los beneficios vayan a parar al Estado, a los laboratorios y a las multinacionales y que nos quedemos atrás”, dijo un cultivador de unos 50 años al diario francés. “¿A quién y a qué precio le venderemos? ¿Qué semillas? ¿Serán aptas? No tenemos más que kif. No nos vamos a arriesgar a perderlo todo”.

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